"Pareciera que por un tiempo la melodía del viento fue la guía de nuestros pasos sin rumbo, llevándonos a un mundo de mármol, terciopelo y canciones.
El dinero sí parece comprar la felicidad, o al menos lo hace hasta que la muerte aparece y decide u...
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El resto del día fue muy tortuoso para la corista, quien no le dirigió la palabra a nadie y se la pasó practicando con gran brutalidad aún después de las partidas diarias, en donde había conseguido un empate junto al prospector contra Percy, perdiendo en el proceso a Murro y a Freddy.
Paró un poco entre el polvoriento ambiente de Golden Cave y se limpió el sudor perlado de la frente con el dorso de la mano.
«Un par de horas más y tendré que ver a la Geisha…»
No podía mentirse a sí misma, la realidad era que aún si quería permanecer valiente ante la situación, por dentro estaba hecha un manojo de nervios, impotencia y terror por lo que podría pasar a futuro. Incluso comenzó a debatirse si de verdad todos los sobrevivientes serían capaces de salir algún día de esa tétrica mansión con tintes de ser un calabozo.
Resopló, estando un tanto harta de practicar, por lo que se dirigió de regreso al enclave para comer lo primero que sus ojos captaran en la cocina, darse un baño e irse a dormir temprano para no estar tan trasnochada por la reunión nocturna con la cazadora oriental.
Tras realizar esa pequeña rutina, se dejó caer en el mullido acolchado de la cama y al poco tiempo se quedó dormida, rezando entre sueños porque todo fuera bien.
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—Ya es la sexta vez que suspiras hoy, ¿y por qué estás aquí en lugar de tu cuarto? No me molesta por el hecho de que eres mi amigo, pero… ¿Sucede algo?
Tracy despegó la mirada de su robot, el cual tenía la cabeza abierta con su cableado estropeado y pasó a enfocarse al prisionero, quien se encontraba soldando un par de peculiares piezas metálicas entre sí.
Éste se quitó la careta de protección dejándola al lado y observó el resultado de su trabajo, el cual aún si no estaba terminado sus avances eran bastante satisfactorios. Se acomodó los cabellos fuera de lugar que se le pegaban al rostro y suspiró por séptima vez, haciendo que la mecánica trazara una mueca.
Al final Luca se animó a hablar.
—¿Puedo ser sincero contigo?
—Sabes que sí, no soy chismosa— respondió ella al instante —. ¿Problemas de hombres?
