Capítulo 3: Escape al mundo exterior

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Me dirigí hacia el comedor con mis amigas, cogí una bandeja y los cocineros me sirvieron la comida: albóndigas, una ensalada, agua, un melocotón y un trozo de pan. Nada mal. Estaba yendo a mi mesa de siempre cuando mi tutora me paró.

-A la mesa de los castigados, allí ya está tu amiguito esperándote- y así era, a lo lejos pude divisar a Pablo comiendo tranquilamente. "Amiguito", si ella supiera...La mesa de los castigados estaba apartada de las demás, como si fuéramos unos apestados básicamente.

Me senté en frente suyo sin saludarle. Me mataba la curiosidad, necesitaba saber por qué se había ido de clase de repente y no había vuelto hasta que había soñado el timbre y habíamos cambiado de asignatura.

Él, para mi sorpresa, no hizo amago de dirigirme la palabra. Me estaba aburriendo mucho, necesitaba sacar un tema de conversación. Después de cinco minutos, me convencí de empezar la conversación.

-Hola- probablemente hubiera sido un poco tarde para decirlo, pero me daba igual. Un saludo siempre era una buena forma de empezar una conversación.

-Hola.

No sabía qué más decirle.

-¿Al final sobre qué vamos a hacer el trabajo?- pregunté. No podía echar a perder todos estos años de matriculas de honor simplemente porque me hubiera tocado con un idiota, mi cabeza se intentaba autoconvencer de que eran obstáculos de la vida los cuales tenía que superar.

-Ya lo habías elegido tú- me respondió más seco de lo normal.

-Eh, Pablo- lo llamé y él me miró- era una broma lo que dije en clase- le sonreí. Me caía mal, pero yo no era tan cabrona como él, aunque ganas no faltaban.

No dijo nada por unos Segundos, pero después añadió.

-Has cambiado mucho, Zoe.

-¿Eh?- he de decir que después me arrepentiría de estar tan simpática con él, pero a la hora de la comida me ponía de buen humor y me ablandaba.

-Nada, olvídalo.

Seguimos comiendo hasta terminarnos nuestros platos. Mercedes vino cuando todo el mundo se estaba yendo.

-Hasta que no se hayan ido todos, no salís.

-Tengo entrenamiento en poco tiempo, tengo que prepararme- le dije.

-¿Cómo? No, no, de eso nada, tú hoy no tienes entrenamiento, estás castigada, no puedes salir de tu habitación, al igual que Pablo, hasta las siete de la tarde, que iréis juntos a la biblioteca a hacer el trabajo.

-¿Qué? Pero si no habías dicho nada de eso.

-Pues ya lo he dicho, ya podéis iros.

Vaya cabrona. Pablo se rio al ver que a mí también me habían quitado el entrenamiento. Qué aburrimiento.

-No te rías- espeté.

-Bueno, me piro- se despidió y se dirigió a la planta donde dormían los chicos.

-Venga, adiós- me despedí harta. Cogí mi móvil y les envié un mensaje a mis amigas diciéndoles que no me esperasen para el entreno.

Fui a mi habitación y me tiré encima de la cama, suspiré harta del castigo. Aún me quedaban tres horas y media para ir a la biblioteca con Pablo, así que cogí el libro que me estaba leyendo y me lo terminé. Por ahora había sido uno de mis libros favoritos, El príncipe cruel no me había decepcionado para nada.

Me encantaba leer, leo libros desde que aprendí a leer, con cinco años. En mis peores momentos fue lo que hizo que pudiera seguir adelante. Quería seguir leyendo ya que quedaban más de dos horas hasta el momento de la reunión de Pablo.

Adrenalina • Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora