Adrenalina • Pablo Gavi

Capítulo 1: La Masía

La Masía, o como yo la llamaba: El campo de exterminio La Masía, era la academia formativa del Fútbol Club Barcelona. Allí se encargan de entrenar a niños para que algún día consigan su sueño de convertirse en deportistas de élite. Además de formar a los niños deportivamente, también se les forma intelectualmente. Durante esa maravillosa formación "intelectual" conocí al chico que me arruinaría la infancia: Pablo Martín Páez Gavira.

Empecé a jugar al fútbol como hobbie, con tan solo 3 años. Jugué en el equipo de mi ciudad hasta los 11, edad con la que me llamaron del Barça para continuar mi formación en La Masía. Mi padre y mi madre eran (y son) fanáticos del Barça, por lo que no tardaron en aceptar la oferta. En un principio estaba bastante emocionada con empezar una nueva etapa de mi vida, en una ciudad diferente y con personas diferentes, pero esa emoción se fue instantáneamente al conocer a Pablo, más conocido como Gavi.

Fui a su clase durante 3 años, hasta que por fin me cambiaron. Pero esos tres años que compartí con él, fueron, sin ninguna duda, los peores años de mi vida.

Cuando entré no tenía ningún amigo, él sin embargo estaba rodeado de gente, gente que ayudó a que lo pasara fatal.

Aún recuerdo las miradas hostiles que me dedicaba durante las primeras clases que compartí con él, las miradas se acabaron convirtieron en insultos y a su vez en falsos rumores.

-Hola- se me acercó un día rodeado de todos sus amigos- ¿cómo te llamabas?- me preguntó. Pensé que al fin quería ser mi amigo, que dejaría de estar sola en todo momento y que tendría mi hueco en este lugar.

-Zoe- respondí secamente, pero con una sonrisa en la cara.

-¿Cómo?- volvió a preguntar.

-Zoe.

-Zoológico- me respondió él partiéndose de risa, al igual que sus amigos. Después de esto, Gavi me tiró un puñado de piedras que escondía en su mano. Por suerte no eran piedras grandes, pero aún así los morados que me hicieron en la piel me duraron semanas, junto con el dolor de la situación, el cual hoy en día aún no se me había ido.

Recuerdo con total detalle cada una de las humillaciones que he sufrido por parte de Pablo durante todos estos años. Cada vez que me paro a pensarlas con detalle, no puedo evitar el que se me salten las lágrimas.

Aquellas clases de inglés riéndose de mi pronunciación, los insultos que me encontraba escritos en mi estuche, las notitas que había dentro de mi mochila con mensajes de odio, la vez que con catorce años me manché el pantalón con sangre de la menstruación y al día siguiente me encontré una compresa abierta dentro de mi mochila con una mancha pintada con rotulador rojo, a la que le acompañaba un mensaje que decía: "guarra".

Los únicos momentos del día que disfrutaba eran dos: el entreno, que aunque no tuviera amigas ya que todas apoyaban a Pablo y se creían todos los falsos rumores que él expandía, podía jugar a fútbol, que era mi pasión; y la hora de dormir, ya que podía soñar. Soñar con cómo hubiera sido mi vida sino hubiera aceptado la oferta de La Masía.

Al fin vi luz al final de este pozo al cumplir los 15 años, edad en la que después de tres años, me cambiaron de clase. Os preguntaréis: ¿por qué no te cambiaron antes? Muy sencillo: jamás le conté a nadie lo que sufría, ni siquiera a mis padres, a los que les mentía cada día que me llamaban contándoles lo bien que me lo estaba pasando y todos los amigos que tenía. La única vez que me atreví a contarle a algún profesor lo que me ocurría me arrepentí al momento. Pablo y yo tuvimos que quedarnos un recreo con ese profesor "solucionando las cosas". Él prometió no volver a hacerme nada malo y el profesor le creyó, pero como yo siempre digo: 11 de cada 10 promesas son mentira. Y efectivamente, incumplió su promesa y fue a peor, todo el mundo me hizo el vació aún más, llegando al extremo de que cada vez que lo veía, aunque fuera por un pasillo, tuviera que entrar a un baño rápidamente a desahogarme, ya que me entraban unas ganas de llorar tremendas.