9- Alek

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Castillos, museos y gente con mucho dinero. Más gente que descendía de la familia real. Que horror.

—¿Cuantos boletos tienes? —preguntó Floyd a Owen mientras se veía en el cristal de un ventanal en la estación de tren.

Ambos se habían vestido de manera muy elegante, por alguna razón. Ambos con sus respectivos colores reglamentarios para los destinados. Owen con sus pantalones color sepia naranja, una camisa de manga larga con una corbata también naranja bajo un la chaqueta de cuero que le había regalado, tenía el cabello rubio peinado al estilo librito y unos aretes con cruces colgantes de color azul. Floyd vestía igual pero sin aretes y con el cabello muy alborotado. Casi se me hacía raro verlo tan aseado y sin manchas de lubricante para máquinas por la cara y la ropa y, creo que a él también se le hacía raro.

—Solo traje dos de ida y vuelta —respondió Owen—. Los compré con lo que gané por haber reparado el generador.

La estación de tren no estaba bajo tierra ni tampoco los rieles estaban abajo. Los trenes pasaban flotando por encima de unos rieles magnéticos a cincuenta metros de altura, por lo que subimos por un ascensor para llegar a arriba. Los rieles en medio en una sanja artificial y pasillos a ambos lados con ventanales, cuadrados paneles de cristal. No había demasiada gente, pero tampoco éramos los únicos en la estación. ¿Por qué no habían inventado los aviones? Serían un gran avance para la Nación de Cristal. Y ya me estoy cansando de pronunciarlo completo. De ahora en adelante lo abreviaremos cómo NC.

—¿Cómo hiciste para reparar esa vieja caja de latón? —inquirió Floyd, algo impresionado.

—Capuchino me ayudó a cambiar el sistema de vapor por uno eléctrico. Y luego lo encendí con ayuda de mi chispa.

Su chispa.

Floyd y Owen eran distintos, en apariencia, en personalidad y hasta en su edad —tres años de diferencia— pero, hay algo que tenían en común: ambos eran Dafis. El naranja era su color y sus poderes eran ciencia. El signo de Jaspe. En mi opinión eran los mejores poderes, para los aficionados a la ciencia. Para Owen, ah... Digamos que intentaba sacarle provecho. Había estado intentando evitarme desde la noche anterior. Quería fingir que no me importaba pero, ese hecho me llamaba la atención. No me malinterpreten, yo no intentaría cortejar a Owen y, no porque Oliver fuera mi novio no oficial, sino porque Owen era tres años menor que yo. Ese hecho me haría sentir incómodo siendo su pareja. De hecho Owen era adorable cuando se enojaba, incluso si me electrocutaba con solo estar muy cerca de él. No le digan que dije eso. Definitivamente socializar me estaba volviendo más emotivo. Que terrible.

El tren llegó a la hora que Trevor había dicho, las 7:00 AM. Nos subimos y se escuchó la voz del conductor a través de los altavoces diciendo:

—¡Bienvenidos al tren de Topacio! El viaje será agradable y podrá admirar el hermoso paisaje natural a través de las ventanas con total seguridad. Solo serán cuarenta y cinco minutos. ¡Disfrute su viaje!

Casi todos los asientos eran amarillos, exceptuando unos asientos azules que estaban al final del vagón. Creí que eran los asientos para discapacitados, embarazadas y ancianos hasta que Trevor abrió la boca.

—Ahí se sientan los destinados.

Pude ver cómo Pink retorcía su cara en una mueca de desagrado y aún así no dejaba de lucir bien. Todos nos sentamos en los asientos azules excepto Trevor que se sentó en su asiento amarillo a tres metros de nosotros. Las puertas se cerraron al mismo tiempo que los altavoces emitían un corto sonido musical y el tren comenzó a avanzar haciendo un ruido parecido al que hacían las espadas láser en las películas de Star Wars. Owen se sentó junto a Floyd frente a Pink y Vanessa, mientras Cecil, Jason y yo íbamos en la fila de al lado. El pelirrojo sacó su móvil conectado de forma inalámbrica a sus auriculares y ví que puso a reproducir una canción. Cecil hizo lo mismo con sus auriculares. Las chicas al otro lado hablaban con los nuevos amigos sobre el refugio de la capital y de repente me encontré en una dimensión ya no tan agradable. La soledad.

La nación de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora