5- Pink

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La próxima vez, la que jale el gatillo seré yo. Y estaré feliz de hacerlo.

Estaba saliendo de la escuela. Una nube de brillos color rosa estaba encima de mi cabeza. Alek iba detrás de mí tratando de alcanzarme, yo fingí que no me daba cuenta.

—¡Pink! —me llamó alzando la voz, atrayendo la atención de los demás estudiantes. Escuché sus pasos hacia mí y me di la vuelta—. Debemos ir a reparar los robots, ¿recuerdas?

Estaba algo irritado. Llevaba tres bolsos algo pesados, llenos de herramientas y piezas metálicas.

—Sinceramente, lo había olvidado por completo —le sonreí inocentemente—. ¿Por dónde bajamos al almacén?

Él señaló una entrada al frente con unas escaleras que iban hacia abajo. En mi vida había entrado a ese lugar. Desde que supe que varios se han perdido ahí, no he querido entrar. Pero necesitábamos dinero y no le pediríamos a Leroy, así que pedimos un trabajo temporal. Con el dinero compraría más tintes rosa, porque mi problema con él cabello seguía empeorando y no había encontrado aún un hechizo para arreglarlo. Si no encontraba uno para repararlo, tendría que buscar uno para que mi cabello creciera de ese color. Ya estaba cansada de pintarlo.

Bajamos por las muchas escaleras hasta llegar a un enorme y extenso lugar con apenas un poco de iluminación. No tenía batería en mi móvil así que tuve que ingeniármelas para hacer un hechizo de luz. Esto de la magia se me daba muy bien con los hechizos básicos. La alquimia de la escuela también era una materia fácil. Pero habían muchas cosas que no se resolvían con magia.

Devolverle la vida a una persona se encontraba en esa lista.

Había una docena de estudiantes esperando. Alek se ofreció a llevar las herramientas y las piezas, supongo que por miedo a que alguien más las perdiera.

—Hasta que por fin —chilló Zahira de Ming—. Llevamos media hora aquí.

—No lo culpen —les dije—. Yo lo retrasé.

Tenía un talento natural para aplacar la ira de la gente.

Eran aproximadamente treinta robots que teníamos que reparar. Todos se pusieron en parejas para terminar más rápido. Solo había que revisarlos y después cambiar las piezas que estaban estropeadas. Nada difícil, para los que sabían algo de robótica. Yo vivía rodeada de genios así que tenía alguna idea sobre circuitos, cables y sistemas. Todos se separaron en parejas para tener espacio.

Mientras que desarmamos el robot...

—¿Quieres hablar de lo que pasó?

—Descuida —intenté convencerlo—, no me afectó.

—No puedes mentirme —puso los ojos en blanco—. Usas delineador negro, sombra de ojos color azul y llevas el cabello suelto. Eso solo lo hacías cuando tú y Jared se peleaban.

—¿Alguna vez... te propusiste ser psicólogo?

Él me miró fijamente levantando las cejas. Yo cambié mi sonrisa y fruncí el ceño.

—Está bien, Está bien —levanté mis manos en señal de rendición—. Sí me afectó.

—No es la primera vez que matan a alguien por nuestra culpa. No deberías sentir lastima de ello. Piénsalo así, esa chica no murió porque se parecía a ti disfrazada. Murió porque este país tiene un sistema terrible para reconocer a quienes se infiltran en sus áreas militares, por así decirlo.

—Si yo no me hubiera infiltrado ahí, nadie habría muerto.

—¿Estás segura? —me sugirió—. Solo digo que no le vimos la cara a aquella chica y estoy casi seguro de que aquello no fue más que una excusa para matarla en frente de toda la escuela. Hay demasiadas chicas de pelo castaño en la ciudad.

La nación de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora