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Mayo, 2021
Danna camina con paso vacilante por la iglesia, apenas iluminada por unas cuantas velas. Sus pies se detienen al pisar aquella Capilla de las Confesiones. Han pasado dos años desde que por última vez ella pisó esos mosaicos. Ese dibujo de rosas y ramas no es ajeno para ella. Cierra los ojos mientras recuerda que no siempre fue Capilla, anteriormente fue la sacristía del templo, y recuerda también a sus hermanos, vestidos con el uniforme de la escuela, y luego del colegio, rondando por todos aquellos armarios y vitrales, admirando las telas brocadas, los viejos libros y los candeleros de oro bruñido. Después ella se unió, a sus tiernos tres años, a aquellas tardes interesantísimas, donde en los brazos de su hermano Ricardo, o de su abuelo Hernán, el sacristán de aquél tiempo, pasaba las tardes y daba sus primeros pasos... Recuerda el olor de las galletas de chocolate de la abuela mezclado con el del incienso que siempre humeaba en aquél pequeño turibulo dorado que su abuelo colgaba de una percha junto al vitral de San Pedro y San Pablo. Escucha la voz suave de su abuelo, leyendoles parajes de la Biblia, una gran Biblia roja que tenía un grabado de un pez dorado en el lomo. También se recuerda ella, sentada sobre una mesa larga, con una bolsa de incienso que vertía cuidadosamente entre las navetas, o con una caja de velas pequeñas, acomodándolas por colores y tamaños, mientras sus hermanos ayudaban en tareas mayores. Suspira.
Esa sacristía era su lugar seguro. Un lugar donde no existía la maldad o la culpa. Donde siempre se divertían (en lo que se puede divertir alguien en la iglesia), acompañada de su abuelo, sus hermanos y Don Víctor.
¡Ah, Don Víctor! El organista de aquel tiempo, un señor invidente, bueno y amable, que encaminó a Danna y a sus hermanos en el camino de la música, y a cada uno le enseñó un poco de órgano, de manera informal. Y pudieron llegar a ser cuatro jóvenes y buenos organistas, si no hubiera sido porque sus padres biológicos decidieron mudarse, y arrancarlos de las manos de sus abuelos y familiares que velaban por ellos y su bienestar.No fue hasta muchos años después que sus hermanos, Ricardo seminarista del grado de filosofía, Manuel sacristán e Ignacio estudiante de psicología, que regresaron a aquella ciudad, a aquella iglesia, a buscar a aquellas personas que tanto los quisieron. Encontraron que don Hernán ya se había jubilado, y su tío Marvin había tomado su lugar, que todos los sacerdotes que conocieron habían sido enviados a otros lugares, y (la noticia más dolorosa para Danna) que Don Víctor había fallecido apenas unos meses antes de que ellos regresaran. En su lugar habían nombrado a su suplente, Don Bernal, un señor que sólo Ricardo conocía, y este, había nombrado a un chico, un tal Gregorio o algo así, que anteriormente había sido monaguillo y que mostraba repentinamente una fascinación por el órgano y que mientras aprendía se había convertido en el cantor de la iglesia.
No fue hasta tiempo después, cuando ya Danna empezó a frecuentar nuevamente la iglesia, que descubrió que don Bernal y Gregorio eran ya viejos conocidos, y recordaba la expresión de desagrado de su abuelo cada que Bernal aparecía, y la de cansancio de su hermano Ignacio, cuando Gregorio lo acribillaba a preguntas sobre liturgia, a pesar de ser este mucho mayor que el niño. Era claro que para ellos este par de figuras no eran de su agrado, y al verlos ya fijados ahí empeoraban un poco las cosas, o tal vez mucho. Porque fue la época donde Danna vivió más dolor, con sus hermanos lejos y sus padres siempre ocupados...Fue Hugo, el organista de la Catedral al otro lado de la ciudad, el que hizo a Danna conocer los órganos a plenitud, quien le advirtió también que el mundo de la organería no es lo que parece, que mientras halagan por el frente apuñalan por atrás. Y aunque ya Danna había sufrido bastante en el mismo mundo gracias a Bernal y a su "hijito", Hugo le ayudó bastante, y él fue quien le devolvió el amor por la vida. Fue también quien la adoptó como una hija cuando Ricardo decidió dejar una vida de comodidades para seguir la voluntad de Dios, cuando Manuel dejó la sacristía del humilde Convento donde trabajaba para estudiar, y cuando Ignacio decidió seguir los pasos de su hermano. Hugo fue, quizás, el único amor directamente paterno que Danna tuvo alguna vez. Fue el único que, con unas gafas de lectura baratas, amor y paciencia, tomó el corazón de Danna y comenzó a pegar ese montón de pedacitos rotos, aunque algunos no los encontró...
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DELIRIUM ✨ (Todos Merecemos Amor)
Teen FictionFrancisco no es un muchacho cualquiera. Él ama la música, las canciones de amor y las flores. Él ha vivido el dolor de la humillación. Danna ha vivido una vida llena de dolor y exclusión. Sus padres no se preocupan por ella, y ella decide buscar am...