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El padre Hernán mira fijamente las luces de la mansión. Detrás suyo, el bulevar se abre con preciosos árboles y zona verde, pero de noche no es perceptible. A su lado, su padre tiene una expresión de asco muy mal disimulada. Le cuesta creer lo que su hijo mayor ha hecho con sus nietos, especialmente con Ricardo, el motivo por el que están ahí.
-¿Tenemos que hacer esto?- el viejo mira a su hijo.
-Es la única manera de mantener nuestra palabra. Ricardo se va recuperando muy lentamente, no habla y casi no come. Necesito sacarlo de ahí, y Luis Antonio es el único que puede autorizarlo.
"Esto es un delirio, papá. Un maldito delirio.
El viejo se queda callado. Con decisión, ambos cruzan la muralla.

La mansión no es tan intimidante como se imaginaban, pero aún así se desplazan incómodos. El padre, aún con su sotana, se ve más pequeño alrededor del lujo insignificante que los rodea.
-Ha de estar ahí- el viejo sacristán señala una puerta de doble hoja.- suele encerrarse como lelito.
Hernán suspira, y toca la puerta con decisión.
-¡Pase!- al escuchar la voz de su hermano, lo recorre un escalofrío.
-Lo hago por mis sobrinos. Por mis sobrinos...-murmura poniendo los dedos en el pomo.

La sala es enorme, bien iluminada, con muebles oscuros y elegantes. Una chimenea encendida da un ambiente acogedor y los libros distribuidos ordenadamente invitan a quedarse ahí. En un rincón junto al escritorio, la niña tantas veces descrita por sus sobrinos juega con una absurdamente lujosa casa de muñecas.

"Mi sobrina, Dios mío, que también es mi sobrina".

Las muñecas también son lujosas, sus vestidos son réplicas de conjuntos de moda infantil. Tiene una que es igual a ella, con su carita sonrojada, ojos celestes y el cabello recogido en dos trenzas rematadas con dos lazos.

"Ni en la Nunciatura hay tanta cosa. Dios mío, no puedo soportarlo."

Al escuchar la puerta, la niña se ha vuelto, dejando ver a Hernán un leve reflejo de Ignacio cuando era niño.
-¡Abuelito!- exclama alegre, levantándose de un salto y corriendo a su encuentro. Le abraza, pero por vez primerísima el viejo Hernán no puede corresponder a su abrazo, tan solo logra poner una de sus manos en la espalda de la niña.- ¿Eres el profesor Snape?- dice, mirando a Hernán de arriba abajo, impresionada ante su sotana. Aparentemente, nunca antes había visto a un sacerdote.
-Karol Marie, ve a jugar a tu habitación, cariño. El abuelo y yo tenemos cosas de qué hablar- ninguno había notado a Luis, sentado en una butaca al fondo de la estancia.
-¿El profesor Snape ha venido a llevarme a Hogwarts, papá? ¿Soy una maga?
-Ve, amor mío, luego hablamos.- la niña sale obediente de la habitación, cargando dos de sus muñecas, y Luis cierra el despacho tras ella.

-¡Qué lindas y diferentes hubieran sido las cosas si les hubieses dicho "amor mío" a todos tus hijos! Ninguno de ellos viviría el infierno que están viviendo ahora.- Hernán mira a su hermano con desdén.
-¿Creen que venir a mi casa a estas horas producirá en mí un cambio? Se equivocan- resopla el médico, furioso- ¿Se puede saber que se te ofrece, papá, y por qué has traído a este imbécil?
-Hijo, si hubiésemos venido a joderte la vida lo hubiéramos hecho de otra manera. Pero las circunstancias son diferentes a una simple velada nocturna.
-Bueno, te escucho.
-Vengo a pedirte que le des el alta a Ricardo.

El tiempo parece detenerse. Luis se inclina sobre el escritorio, hasta casi caer sobre él. Mira a su padre con recelo.
-¿Y como por qué o para qué quieren que yo le dé el alta a ése?
El sacerdote aprieta los puños.
-"Ese"... ¡Ni siquiera te has dignado a darle tratamiento, mierda! Si no querés mirarlo como tu hijo lo respeto, de por sí eso has hecho desde hace casi diez años, pero haceme el favor y miralo como un paciente más. Lo estás dejando morir. Vos no lo necesitás, pero nosotros sí, la Iglesia sí.
"Así que, por favor, Luis Antonio: danos esa puta alta. Nosotros nos haremos cargo de él. Monseñor también se hará cargo de su recuperación.
-¡Valgame Dios, pero qué magnánimo es el obispo! ¡Qué señor más bueno, rescatando de la desgracia a puro perro callejero! Manuel, Ignacio y ahora Ricardo. ¿También les paga castración?
-¡Luis, basta!- don Hernán mira a su hijo con inmensa rabia.- Danos esa alta y no te volveremos a molestar. Ni yo, ni tu madre, ni tus hermanos, ni tus hijos.
-¿Seguro, padre? Porque Hernán y Marvin son expertos en venir a joder.- sin embargo, algo en la mirada de su padre lo pone nervioso. Se dirige hacia unos folios perfectamente ordenados y toma un formulario de alta. Lo llena y se los entrega. Eo sacerdote lo toma y lo revisa.
-Bueno, todo parece estar correcto. Vamos, no hagamos esperar a los doctores de la casa episcopal.

DELIRIUM ✨ (Todos Merecemos Amor)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora