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Flashback

En el Santuario existe un silencio sepulcral, interrumpido únicamente por los pasos de Eduardo Albán. En sacristía, se detiene en la puerta, envía un mensaje, guarda el móvil en el pantalón y espera. Marvin aparece al otro lado del vidrio translúcido, y por un pequeño boquete le pasa algo de pan y una jarra con café. Come sin prisa, de pie, mientras su amigo espera del otro lado.
-Sí Rivara me ve haciendo ésto, me matará - se queja.
Eduardo no responde. Al otro lado, el sacristán resopla desesperado.
-Eddy, me estoy jugando todo mi pellejo por vos y lo sabés.
-Lo sé, sí.- murmura con pan en la boca.
-No estás consciente de lo que me supone sostenerte en este servicio aunque tengas la semi aprobación de Rivara y...- Marvin arruga el ceño al identificar ese aroma, abre la puerta de la sacristía y encara a Albán -¿¡Estás ebrio!?

Se encoge de hombros, sin sostenerle la mirada. Aunque Marvin es más pequeño que Eduardo, lo obliga a verle a los ojos.
-No puedo creerlo... ¡Quedamos en que si ibas a beber lo harías delante de mí y que no vendrías así!
Ignora el comentario mientras acaba el café.
-¿Me prestas las llaves del coro?
-¡No! No puedes estar aquí en este estado. Y encima hoy no es tu día, le toca a Francisco Montealegre.
Eduardo lo mira a los ojos.
-Por favor.
-No, no te puedo dar las llaves del coro hasta que se te baje esa mona. Estás en problemas, Miguel Eduardo de la Trinidad.
-No estoy tan mal. Sé cómo me llamo y cuántos años tengo.
-Apestas a licor barato. ¿Acaso quieres que Bastián te vea así?
Los ojos de Eduardo se tornan tristes.
-Dámelas, por favor, Marvin.
-Ni de coña.
-Dejame pasar al menos. Así sabrás dónde estoy.
Marvin niega con la cabeza.
-Mi turno se acaba en diez minutos, viene mi sobrino Manuel junto a Richy y apenas te conoce. No lo voy a dejar a cargo de un niño grande.
-Marv...
-Lo siento Eddy. Hoy no.

Eduardo se quita las gafas, sus ojos están arrasados en lágrimas.
-¿Sabés que eres mi único amigo?
El sacristán resopla, cansado. Sí, es su único amigo, el único que lo soporta y lo apoya.
-¿Y Hugo?
-Hugo es mi maestro. Es diferente.- solloza.
-No me obligues a echarte, Eduardo. Si montas aquí una escenita nos matarán a ambos. Compórtate según tu edad por una puta vez.
Aún haciendo pucheros, mira como Marvin recoge sus cosas y espera a su sobrino, quién llega puntual.
-Anda borracho otra vez. Si quieres dejarlo entrar es tu problema.- le dice a modo de despedida.

No le cuesta pedirle las llaves del coro a Ricardo Montealegre -el único que no le pone peros-, lo que le cuesta es subir en su estado. Saca la petaca del bolsillo del pantalón y bebe otro trago, sintiendo quemarse la garganta.
-Vaya, Eduardo, Eduardito, mi querido colega.- una voz trémula conocida por él resuena detrás de la consola.
-¿Gregorio?- Se tropieza con la grada y cae de panza sobre el banco del órgano. Desde allí puede ver al Corista, sentado fumando maría.-¿Cómo...
-... logré subir? Vaya Albán, el más grandote de nosotros tanto en tamaño como en edad, y el más ingenuo, aún más que el imbécil de Francisco. Adivina.
Eduardo se incorpora y se lleva una mano a la cabeza, asemejando a Winnie Pooh cuando dice "Piensa, piensa, piensa". Un osito bobito...
-Olvidalo, imbécil. Quería verte.
-¿A mí?- sus ojos brillan ilusionados.
-¿Es cierto lo que dicen las malas lenguas? Que Torres sabe de nuestra apuesta. ¿Cómo logró enterarse, me pregunto yo?
Albán baja la mirada.
-No lo sé.
-No puedes esconder tu culpa, animal- El Corista se incorpora, apoyándose en el órgano. -Te he visto yendo a ver a Torres con demasiada frecuencia y la última que te vi, iba Francisco contigo.
Le muestra su móvil, donde tiene una foto de ellos en el coro de la Catedral.

DELIRIUM ✨ (Todos Merecemos Amor)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora