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Danna mira el gran reloj del campanario central del Santuario con nostalgia. Cuando ella estaba pequeña, su abuelo solía subirlos a darle cuerda al gran reloj, les permitía también abrir las persianas del punto más alto y mirar sobre los árboles del parque y saludar a los transeúntes. Marvin y Diego le han invitado a pasar la tarde con ellos. Ahorita están en misa, escucha a lo lejos las notas del órgano y la voz amortiguada del padre Zalay. No imagina siquiera la sorpresa que le tienen preparada.

Diego aparece por los jardines sur del Santuario, vestido con ropa de calle pero con el intercomunicador del Santuario en la mano. Ambos se saludan y él le invita a dar un paseo por los jardines.
-Papá dice que te extraña mucho los sábados.- comenta, esperando abrir conversación.
Danna suspira, sumida en los recuerdos.
-No solo él. Yo también lo extraño; sin embargo, el padre Henry no me suelta ni un momento. Luego de su llegada los coros de pistas huyeron espantados y bueno, solo habemos tres coros para 8 misas los fines de semana.
-Supongo es bastante cansado. Cuando entré al cuerpo de guardias lo hice a regañadientes, solo porque papá estaba muy ansioso de que empezara a trabajar con él.
-No fue fácil para él ver cómo sus hijos se perdían por otros caminos... Al menos supiste regresar.

Diego mira a su prima. Él supo regresar, sí. Pero aunque ella quiera, no tiene cómo regresar. Nadie le recibirá con alegría, ni hará una fiesta en su honor como al hijo pródigo. Ni a ella ni a sus hermanos. Tal vez, tal vez si el plan de hoy sale bien, al fin alguien más la haga sentir bienvenida. Se sorprende a sí mismo con los ojos húmedos.
-Bien, creo que será mejor que entremos por los túneles.
-¿Estás seguro?- Danna se detiene y mira a su alrededor- No hay peligros. El Corista anda algo enfermo.
Disimuladamente, Diego ladea la cabeza. Si tanto miedo le tiene, ¿Cómo sabe que está enfermo?
-No, no hay peligros. Sin embargo, me apetece más entrar por ahí. La gente lo mira a uno raro cuando hay misa- no quiere que su prima vea los ornatos que Rivara mandó a colocar por toda la iglesia como si estuvieran en fiesta nacional.

Llega a la caseta de guardia que marca la mitad del Santuario, y levanta la trampilla, invitándola a pasar. El único sonido es el de un riachuelo subterráneo que recorre el costado sur del templo.
-Nunca he sido muy afín a estos túneles. De niña creía que aquí habían ladrones y asesinos. Luego me di cuenta que ellos vivían a plena luz del día...
La referencia a su pasado es tan clara que Diego no logra refutarla. Suben ambos las escaleras que dan a la bóveda de la Virgen, ella delante y él detrás. En tiempos del padre Ario, nadie podía poner un pie en ese sitio.
-Al fin aparecen- Marvin sonríe forzosamente.- Ya me estaba preocupando.
A su lado, Bastián sostiene la cafetera mientras disimula una sonrisa.
Les sirve café y un pastel de naranja maravilloso, cortesía de Mamá Betse.
-La abuela siempre se supera, ¿No es así, hermanito?- comenta Diego, despeinando a Bastián.

Danna no puede evitar sorprenderse ante el comentario de su primo. Bastián ha sido una brújula para Diego, marcándole un norte, alguien a quien proteger y querer. Lo ha aceptado como su propio hermano, y lo ama aún más que a Gloria. Quizás por la sencilla forma de ser de Bastián, que a diferencia de su padre no se mete en problemas y siempre está dispuesto a ayudar a los demás.

Al fondo, el órgano resuena fuerte junto a la voz de Francisco. Junto a él, en el coro Alexander, Rivara y Manuel terminan de afinar los últimos detalles, mientras Francisco siente desmayarse.
-No lo voy a lograr.- jadea, luego de cerrar el micrófono.
Alexander le alcanza agua al verlo pálido.
-Todo saldrá bien, maestro Montealegre.
-Eso me dicen todos, pero...
-Usted está haciendo lo que nadie más haría por ella. Ésto ya no nos corresponde a nosotros. Usted ha de conocer por ella los pensamientos de Bernardo Torres, el hijo mayor de Hugo. La teoría de los luceros, que en sí no es una teoría: somos guías para otras, para bien o para mal. El Corista incluso fue su guía para encontrarla. Sin él, nunca la hubiera conocido.
Francisco asiente, se limpia los ojos y saca del bolsillo de su camisa la cajita amarilla, poniéndola sobre la consola. Pendiendo de su cuello, junto a la cruz agustina que de él no se separa, lleva aquél dije que encontró en el cajón de la pick-up el día que ayudó a Danna a mudarse. Respira hondo y mira el cielo raso que tanto ha amado.
-Gracias, Gregorio. Gracias, Eduardo.- susurra, con ojos brillantes.
Se acomoda, y nervioso aún, registra el órgano para el siguiente canto.

DELIRIUM ✨ (Todos Merecemos Amor)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora