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Las nubes dan pronóstico de que será un día frío y lluvioso. En la ciudad, la gente va con paso apresurado a sus trabajos, mientras los pajarillos cruzan de un jardín a otro. Las señales del tren suenan a lo lejos, anunciando el despertar de toda una civilización. El padre Ricardo se sirve una taza de café y se recuesta al mueble de la cocina. No ha dormido casi nada en la última semana. No sólo por Danna, aunque ella es su principal preocupación, sino por el reporte que le dieron Manuel e Ignacio cuando fueron por las cosas de Danna.

La casa estaba totalmente desordenada. El cuarto que fue de Manuel, en la planta baja, era ahora una bodega, llena de juguetes y cosas viejas. En la cocina, unos platos aún húmedos, solo puestos sobre el escurridor. La refri igual de sucia. En la sala y el comedor, una cantidad exagerada de juguetes de perro (¿tienen un perro?). Pero al subir a la planta superior, el mundo se les vino abajo.
El cuarto de Danna estaba cerrado con llave, y fue menester forzar la puerta para abrirlo. Todas sus cosas estaban en el suelo, la ropa, sus libros, sus haberes. Ambos notaron que faltaba el viejo ropero de la abuela, que le regaló a Danna cuando nació esta. Faltaba también la colección de libros de cuentos ilustrados que le trajo de Roma su tío Hernán, cuando ella tenía dos años, y que ella guardaba como un tesoro. Y faltaba también aquella muñeca de la Cenicienta de Disney, en porcelana finísima, que le regaló el abuelo para sus quince. Cuando quisieron entrar al cuarto de Ignacio, se dieron cuenta que también estaba bajo llave, por lo que Manuel forzó también la cerradura. Y lo que vieron los dejó sin habla: Las paredes estaban pintadas de un rosa fuerte, y la decoración era indudablemente el cuarto de una niña de unos diez años. Allí hallaron el armario de la abuela, pintado de un espantoso color fucsia. En un rincón, tirados de cualquier manera, los libros de cuentos. Y la muñeca de Cenicienta, tirada en un rincón.

Sus padres tenían una niña. Y se olvidaron de ellos.
¿Adoptada? ¿O propia?

Para ellos no era un secreto que sus padres querían una niña desde siempre. Pero nació Ricardo. No perdieron la esperanza. Pero nacieron Manuel e Ignacio. Y cuando daban la esperanza por perdida, nace Danna. La princesa esperada. Pero no era la niña tierna y bonita que ellos deseaban.

Y ahora, sus padres la cambiaron a ella también.

Las fotos en el librero muestran una familia perfecta. La niña rubia, de ojos claros y mejillas sonrosadas, vestida de princesa en Disneylandia, con preciosa ropa para nieve en las montañas nevadas, con un vestido muy lindo con los abuelos, y un perro de pelo largo, vestido con un ridículo tutú rosa y lazos en las orejas.

-¿¡Los abuelos saben de ésto!?- Ignacio resopla, enojado.
Manuel no responde. La situación lo tiene en shock.
-Muy probablemente, habrán dicho que es hija de Ricardo. O sobrina de ellos.
-No debería decir esto. Pero los odio. ¡Los odio!- el grito de Ignacio sale de lo más profundo de su alma.- ¡Nos separaron de ellos porque no nos querían! ¿Por qué vivimos con tío Hernán de pequeños? ¿Por qué cuando Ricardo se fue prefirieron enviarte con los franciscanos? ¿Por qué a mí me internaron con ellos también, y cuando ingresé al seminario me hicieron un pleito legal porque pusieron que mi padre era Tío Hernán, siendo sacerdote? ¿Por qué nunca se han preguntado por qué Danna desaparece por días enteros? ¡Porque no les importamos! ¡Los odio! ¡¡LOS ODIO!!

Manuel abre la boca varias veces. No es capaz de pronunciar palabra.
Aturdidos, sacaron todo lo de Danna. Incluidos los libros. Incluida la muñeca. El armario lo dejaron. En su lugar, sacaron el que fue de Ricardo...

Ricardo se lleva una mano al pecho, mientras las lágrimas corren por sus mejillas. Su corazón late violentamente. Desde muy pequeño supo que algo no andaba bien en su familia. La manera en la que su madre miraba el área de niñas de las jugueterías y tiendas. La manera en la que su padre lo trataba. Recuerda muy bien, cuando tenía catorce, el nacimiento de la hija de Marvin: Gloria. Una morenita preciosa y risueña. Y como sus padres la veían ilusionados y riendo, prestándole más atención a la beba que a Danna, quien tenía un año. Y recuerda el resentimiento de Manuel y Diego al respecto.
"Si tanto nos odiaban, podían haberlo hecho más evidente. Tal vez así, todo hubiera sido más fácil".

DELIRIUM ✨ (Todos Merecemos Amor)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora