Nota: me disculpo, lectores, por un desorden en la línea cronológica de este capítulo. Cuando escribí una de las partes, Wattpad no me guardó una parte y continué escribiendo, después me mostró un conflicto entre lo escrito, y me apareció la parte perdida debajo, traté de reacomodarla pero la app no me dejó. Así que arriba de cada parte dice el día en el que ocurrió.
La secuencia correcta sería: Primero Eduardo y Hugo, después el Cantor y Rivara, luego la reunión en sacristía. Después ya continúa en el orden normal.
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(martes)
Los días pasaron despiadados, como hojas arrastrados por el viento. Desde la mañana, Francisco se disponía a estudiar y trabajar, pero sin quitarse de la mente la horrible apuesta en la que lo habían metido. ¿Cómo querían que jugara uno con los sentimientos de alguien así? Y específicamente alguien como Danna, que aparentemente nunca había visto la felicidad. La imagen de la chica preocupada por él asaltó su mente. El cuidado con el que le curó las heridas la vez que se conocieron, cómo ella le acusó al ver que era alumno del Cantor. Y él, preguntándole si se volverían a ver. ¿Qué pasaría si él aceptaba? Jugaría con Danna. Como otros tantos. Como jugaron Gregorio, Leonardo y Bernal, pero ellos podían vivir sin carga de consciencia.Llega temprano a la iglesia. No es sábado, es martes por la tarde. Ha llegado a recoger unos libros que dejó olvidados el último sábado, así que se dirige a sacristía por la llave del coro. Sin embargo, se detiene a ver en el suelo de la Capilla de las Confesiones a Eduardo Albán. Está sentado con las piernas cruzadas debajo de sí, y mira con tristeza infinita el altar de la Capilla, donde resalta toda la Pasión de Jesús. Lo que más llama la atención de Francisco es ver al Padre Borges y al Padre Henry impartir el Sacramento de la Reconciliación como si Eduardo no estuviese.
Con un cierto nerviosismo, se acerca a Eduardo.
-Don Eduardo, ¿se encuentra bien?- susurra. Pero Eduardo parece ausente. Le toca el brazo, pero este no reacciona.
Aún extrañado, deja a Eduardo y recoge sus libros. Al salir del templo, ve de nuevo al organista, sentado en el parque, en una banca que da al templo, haciéndole señas. El chico se acerca, confuso.
-Francisco, te voy a mostrar algo.- murmura, con voz pastosa y cierto olor a alcohol- Desde el día que nos vimos en el club, he hecho algunas averiguaciones. No son importantes. Puede que no sean siquiera reales. Pero quiero que las sepas.
"Cuando te dijeron lo de la apuesta, yo estaba ya ebrio. No recuerdo mucho. Te voy a mostrar el motivo por el que no puedes aceptar.
Francisco alza las cejas, sorprendido.
-¿Qué? ¿Qué quiere decir?
Eduardo se pone en pie.
-Sígueme.
El organista lo guía por la ciudad en dirección al poniente, entre edificios y personas. Caminan ambos, uno con decisión y el otro con incertidumbre. Siente cierto miedo, pero no lo externa.Llegan a la Catedral de la ciudad. El edificio se cierne sobre ellos como si fuera a aplastarles. La puerta abierta no da detalles del interior, sólo deja ver oscuridad.
Eduardo se detiene en el marco de la puerta y se voltea, hablando con un tono distinto, como si estuviera sobrio de repente.
-Lo que te voy a enseñar no se lo puedes decir a absolutamente nadie. ¿Me has entendido? Nadie de los del club debe enterarse que estuvimos aquí.
Francisco asiente con la cabeza, temblando.
Ambos entran a la iglesia, sumamente oscura y silenciosa, iluminada por unas cuantas velas. Hay un sentimiento feo en el ambiente. Eduardo dobla a la izquierda, un portón negro le recibe, y al presionar su llavín este se abre, y tras de ella, les recibe una escalera de caracol bastante dañada. El organista sube por ella como si lo hiciera siempre. ¿Es que Eduardo se hizo organista de la Catedral?
-Sube con cuidado, chico. Algunos escalones no son realmente seguros.- dice, luego de escuchar el chirrido siniestro de algunos de ellos.
-¿No hay luz aquí?- pregunta Francisco, temeroso.
-Las únicas escaleras que tienen luz y son forradas en terciopelo son las de la Catedral Metropolitana. Al resto de los mortales nos toca aguantar.
Francisco tensa la mandíbula. Claramente Leonardo Richmond no subiría cualquier pulguero.
-Bueno, al menos aquí sí hay luz... O al menos poquita- al final de la escalera hay unos interruptores que Eduardo activa. Unos bombillos colgantes, producto de una instalación eléctrica pésima, se encienden lentamente. Francisco nota que esos bombillos cuelgan de un falso cielo raso, puesto que el de la Catedral es muchísimo más alto y en madera. A la derecha, un vitral está cubierto por un plástico negro, y al pie de ellos hay un charco de agua de lluvia, aislado por un murito de cemento.
-Lo bueno de ser organista Catedralicio es que puedes tener tus propios lujos- susurra Eduardo -Aquí tienen piscina, ja ja.
Francisco no se ríe. Tiene la mirada fija en el órgano tubular. Es casi un cuarto del órgano que él usa, sumamente pequeño. La parte trasera está cubierta por una especie de toldo, atado a las dos columnas que sostienen el coro.
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DELIRIUM ✨ (Todos Merecemos Amor)
Dla nastolatkówFrancisco no es un muchacho cualquiera. Él ama la música, las canciones de amor y las flores. Él ha vivido el dolor de la humillación. Danna ha vivido una vida llena de dolor y exclusión. Sus padres no se preocupan por ella, y ella decide buscar am...