Capitulo veinte

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Es imposible ir conduciendo desde la calle 63 Este, en Manhattan, a Boston, Massachusetts, en menos de tres horas y veinte minutos. Créame, he probado los limites máximos en esta ruta, y estoy convencido de que ningún automóvil, ex tranjero o doméstico, aun con algún tipo Graham Hill al volante, puede hacerlo más rápido. Yo llevaba al MG a 170 km por hora en la autopista principal.

Tengo esta afeitadora electrica sin cable y puede estar seguro de que me afeite cuidadosamente y cambié mi camisa en el auto, antes de entrar en las benditas oficinas de State Street. Aunque eran las 8 de la mañana había varios tipos de distin guido aspecto bostoniano esperando para ver a Mark tomlinson III. Su secretaria que me reconoció ni siquiera pestañear cuando dijo mi nombre por el intercomunicador.

Mi padre no dijo "hágalo pasar..."

En lugar de eso abrió la puerta y apareció en persona. Dijo:

-Louis.

Preocupado como yo estaba por la apariencia física, noté que parecía un poco pálido, que su cabello se había vuelto grisáceo en estos tres años.

-Entra, hijo -dijo. No pude adivinar nada por el tono. Sólo camine hasta su oficina.

Me senté en el sillón de los clientes..

Nos miramos el uno al otro, después dejamos que nuestras miradas se dirigier an a otros objetos de la habitación. Dejé que la mía cayera entre los útiles de su escritorio: tijeras en un estuche de cuero, un cortapapeles con mango de cuero, una foto de mi madre tomada años atrás. Una foto mia (graduación en Exeter).

-¿Cómo van tus cosas, hijo? -preguntó.

-Bien, señor -contesté.

-¿Y cómo está Harry? -preguntó.

En vez de mentirle me escapé del tema -aunque era el tema-saltando bruscamente a la razón de mi brusca reaparición.

-Padre, necesito que me prestes cinco mil dólares. Por una buena razón,

Me miro. Con una especie de asentimiento, pienso yo.

- Bien -dijo.

-¿Señor? -pregunté.

-¿Puedo saber la razón?

-No puedo decirtela, padre. Solo te pido que me prestes ese dinero.

Yo tenía la sensación-si es que en realidad se pueden recibir sensaciones de Louis tomlinson III- de que él se proponía darme el dinero. También me di cuenta de que no queria ponerme problemas. Lo que quería era hablar.

-¿No te pagan en Jonas y Marsh? -preguntó.

-Si, señor.

Estuve tentado de decirle cuánto, simplemente para hacerle saber que era el récord de la clase, pero entonces pensé que si sabía dónde trabajaba, sabría tambien mi sueldo.

-¿Y él no enseña también? -preguntó.

Bueno, no lo sabía todo.

-No lo llames «él» -dije.

-¿No da clases Harry? -preguntó cortesmente.

-Por favor, déjalo fuera de esto, padre. Es una cuestión personal. Una importantísima cuestión personal.

-¿Has metido en líos a alguna chica o chico? -preguntó, pero sin ninguna desaprobación en su voz.

-Si -dije-, Si, señor, es eso. Dame el dinero. Por favor

Ni por un momento pensé que creyera en esa razón. Pienso que tal vez real mente no deseaba saber. Simplemente me preguntaba, como lo dije antes, para que pudiéramos hablar.

Busco en el cajón del escritorio y sacó una chequera del mismo cuero del mango de su cortapapeles y la caja de sus tijeras. La abrió lentamente. No para torturarme, no creo, sino para demorar más tiempo. Para encontrar cosas que de sir. Cosas no chocantes.

Terminó de escribir el cheque, lo arrancó del talonario y luego me lo extendió. Yo fui posiblemente un poco lento en darme cuenta de que podía levantar mi mano para encontrar la suya. Entonces el se sintió avergonzado (creo), retiro la mano y ubicó el cheque en el borde de su escritorio. Me miró ahora moviendo la cabeza. Su expresión parecía decir: «Ahí está, hijo...»

Pero todo lo que hizo fue mover la cabeza, no era que yo quisiera salir de allí. Era sólo que no podía pensar por mi mismo en algo para decir. Y era imposible quedarnos sentados en ese lugar, los dos queriendo hablar y sin embargo incapaces hasta de mirarnos mutuamente, derecho a la cara.

Me adelante y tomé el cheque. Si, decía cinco mil dólares, firmado Louis tomlinson IV. Y estaba solucionado. Lo doble cuidadosamente y lo puse en el bolsillo de la camisa, mientras me levantaba y me arrastraba hasta la puerta. Podría haber dicho algo que sonara como que a mi criterio muy importantes funcionarios de Boston (tal vez aun de Washington) estaban esperando frente a su oficina, y sin em bargo si tuviéramos más que decirnos uno al otro yo podría hacer tiempo en tu oficina, padre, y tú cancelarías tus planes de almuerzo... y todo eso.

Pero me pare allí, con la puerta entreabierta, y reuní el coraje para mirarlo y decirle:

-Gracias, padre.

Love Story [Larry Stylinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora