⇜Capítulo 19⇝

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—Piccolo... —Jadeó angustiado una vez más mientras se revolcaba en las sábanas calientes anhelando sentir la fragancia refrescante del durazno, la que le devolvería un poco de calma—. Mi omega... —lamentó—. Mi hermoso omega...

Ante el profundo dolor que estaba experimentando, no podía comprender cómo había tenido la capacidad de rechazar a Damiano, de lastimarlo tanto al punto de que este había huido de él. Intentaba sosegar el ardor de su miembro tocándose mientras se esforzaba por memorizar el sabor del lubricante de su omega, el que sin duda alguna, lo salvaría en la situación en la que se encontraba. Sin embargo, la agonía no tenía que ver con su celo que, si bien estaba matándolo lentamente, lo que realmente torturaba a Zayn era todo el dolor que había causado en Damiano.

La cantidad de veces que lo había entregado en manos de hombres y mujeres que seguramente habían lastimado su cuerpo, el que tanto se había empeñado en cuidar desde que lo había conocido, puesto que consideraba a Damiano un tesoro preciado que la vida le había dado para recompensar tanto dolor que tuvo que atravesar desde su niñez.

Había amado profundamente a ese omega, mucho más de lo que llegó amarse él mismo. Lo había dado todo por él, por brindarle un hogar, un techo dónde Damiano pudiera dormir tranquilo sin miedo a que alguien lo despertaran a golpes tal como lo había hecho su padre. Le había dado seguridad, había consentido caprichos y cada gusto que su omega quería darse. Damiano lo tenía todo, así como Zayn tenía todo a su lado, hasta que de un momento para otro había caído en la cuenta de que había perdido todo; su hogar, su estabilidad y su hijo.

Aquel dolor logró envenenar su alma al punto de hacerlo perder la razón. Aquella agonía supo alimentar el monstruo que tanto Zayn había logrado adormecer con amor, esfuerzo y años de terapia que no se arrepentía de haber llevado a cabo, ya que eso le había permitido alcanzar parte de sus sueños.

Sin embargo, todo ese dolor, en esos momentos en que su corazón estaba apresado por una angustia tan aguda ante la falta de Damiano y todo lo que él significaba, le parecía la misma nada. Comprendió que había jugado tanto con fuego que las quemaduras en su alma serían difíciles de curar, quizá serían imposibles de sanar.

Espesas tiras de semen se escurrieron entre sus dedos cuando alcanzó el orgasmo y sus gemidos ahogados llenaron la habitación de la pena contenida que portaban.

—Amore... —susurró abatido y miró su teléfono considerando la cantidad de veces que había llamado a Damiano sin que este contestara. No obstante, lo intentó otra vez, puesto que necesitaba desesperadamente escucharlo. El tono de llamada sonó hasta que el contestador respondió nuevamente la llamada—. Amore... No puedo... No puedo, amor... Estoy muriendo sin ti —reconoció con palabras suaves—. Sé que merezco todo esto. Merezco que me odies y que nunca más regreses, pero no puedo estar sin ti, piccolo... —Presionó la mandíbula con frustración y cerró los ojos—. Iré por ti, amor, buscaré hasta encontrarte y si me lo permites te demostraré que podemos volver a ser quiénes fuimos, tesoro —prometió con seguridad—. Te amo —alcanzó a decir antes de que el pitido del otro lado de la línea anunciara que la grabación había finalizado.

Apoyó con lentitud el móvil sobre la cama y observó a través de la ventana. Ya no importaba nada más que encontrar a Damiano, lo había hecho anteriormente, sin embargo, esta vez sería diferente. Necesitaba pedir perdón y ser perdonado, para luego dejar a Damiano que eligiera en libertad, puesto que lo amaba tanto que estaría dispuesto a cualquier cosa para volverlo a hacer feliz, incluso, si eso significaba alejarse definitivamente de él.

Mientras se detenía frente al edificio, observaba la fachada gastada de ladrillos frente a él. Una escalera de cemento desembocaba en una vieja puerta de color verde en la cual colgaba un cartel con la leyenda: Habitaciones disponibles. No era para nada pintoresco, tal como lo recordaba. Respiró profundo y agarró la manija de su maleta, la misma que hubiese deseado no haber hecho nunca, pero que tuvo que hacerla para lograr sobrevivir.

El Camino a casa [II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora