Capítulo X

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Ceno en mi cuarto, no soy capaz de ver a Peeta, me siento una marioneta no solo del Capitolio, si no que de él tambien.

Pido una cantidad escandalosa de manjares y como hasta ponerme mala; después desahogo mi rabia contra Haymitch, los Juegos del Hambre y todos los seres vivos del Capitolio lanzando platos contra las paredes de la habitación.

Cuando entra en el cuarto la chica del pelo rojo para abrirme la cama, el desastre hace que abra mucho los ojos.

—¡Déjalo como está! —le grito—. ¡Déjalo como está!

A ella también la odio. Odio sus ojos rencorosos que me llaman cobarde, monstruo, marioneta del Capitolio, tanto entonces como ahora. Seguro que para ella se está haciendo justicia; al menos mi muerte ayudará a pagar por la vida del chico del bosque.

Sin embargo, en vez de salir corriendo, la chica cierra la puerta y entra en el servicio, de donde sale con un trapo húmedo; después me limpia la cara y la sangre que me ha hecho en las manos un plato roto. ¿Por qué lo hace? ¿Por qué la dejo?

—Tendría que haber intentado salvarte —susurro. Ella sacude la cabeza.

¿Quiere decir que hicimos bien en no acercarnos? ¿Qué me ha perdonado?

—No, estuvo mal —insisto.

Ella se da un golpecito en los labios con los dedos y después me toca con ellos el pecho. Creo que significa que yo también habría acabado siendo un avox, como ella. Seguramente está en lo cierto: avox o muerta. Me paso la hora siguiente ayudándola a limpiar el cuarto. Una vez tirada toda la
basura por la tolva y limpiada la comida del suelo, me abre la cama, me meto dentro como si tuviera cinco años y dejo que me arrope. Después se va; me gustaría que se quedase hasta que me duerma, que estuviese aquí cuando me despierte. Quiero la protección de esta chica, aunque ella no tuvo la mía.

Por la mañana no aparece ella, sino el equipo de preparación. Mis clases con Effie y Haymitch han terminado, este día le pertenece a Cinna, mi última esperanza. Quizá pueda darme un aspecto tan maravilloso.

El equipo trabaja conmigo hasta bien entrada la tarde, convirtiendo mi piel en satén reluciente, trazándome dibujos en los brazos, pintando llamas en mis veinte perfectas uñas. Después, Venia empieza a trabajarme el pelo; trenza varios mechones rojos en un recogido que parte de mi oreja izquierda, me rodea la cabeza y cae convertido en una sola trenza por mi hombro derecho. Me borran la cara con una capa de maquillaje pálido y vuelven a dibujarme las facciones: enormes ojos oscuros, labios rojos carnosos, pestañas que despiden rayitos de luz cuando parpadeo. Por último, me cubren todo el cuerpo de un polvo dorado que me hace relucir. Entonces entra Cinna con lo que, supongo, será mi vestido, pero no lo veo, porque está cubierto.

—Cierra los ojos —me ordena.

Primero noto el forro sedoso y después el peso. Debe de pesar unos dieciocho kilos. Me agarro a la mano de Octavia y me pongo los zapatos a ciegas, aliviada al comprobar que son al menos cinco centímetros más bajos que los que Effie utilizó para las prácticas.

Ajustan un par de cosas y toquetean el traje; todos guardan silencio.

—¿Puedo abrir los ojos? —pregunto.

—Sí —responde Cinna— ábrelos.

La criatura que tengo frente a mí, en el espejo de cuerpo entero, ha llegado de otro mundo, un mundo en el que la piel brilla, los ojos deslumbran y, al parecer, hacen la ropa con piedras preciosas, porque mi vestido, está completamente cubierto de gemas que reflejan la luz, piedras rojas, amarillas y blancas con trocitos azules que acentúan las puntas del dibujo de las llamas.

Mi salvación -Peeta MellarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora