II

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—¡____, tus cejas! —exclama Venia al instante, y, a pesar de la nube negra que se cierne sobre mí, tengo que reprimir la risa. Se ha peinado el cabello, color turquesa, de modo que sale disparado en afiladas puntas por toda su cabeza, y los tatuajes dorados que solían limitarse a las cejas ahora le rodean también los ojos, lo que contribuye a darle una expresión de verdadero horror ante mi vello facial.

Octavia se acerca y le da unas palmaditas en la espalda; su figura curvilínea parece más rellena de lo normal al lado del cuerpo delgado y anguloso de Venia.

—Vamos, vamos. Se las puedes arreglar en un segundo, pero ¿qué voy a hacer yo con estas uñas? —Me toma la mano y la coloca entre sus dos palmas color verde guisante. No, su piel ya no tiene ese tono, es más como el de una hoja verde clarito.

Seguro que el cambio de color responde a un intento de mantenerse al día de las caprichosas tendencias de la moda del Capitolio

—. De verdad, _____, podrías haberme dejado algo con lo que trabajar.

Es cierto, me he mordido las uñas hasta la raíz en los últimos dos meses. Pensé en intentar dejar el hábito, pero no se me ocurrió ninguna buena razón.

—Lo siento —susurro. No me había parado mucho a considerar cómo afectaría eso a mi equipo de preparación.

Flavius levanta unos cuantos mechones de mi pelo húmedo y enredado. Sacude la cabeza con desaprobación, lo que hace que sus tirabuzones naranja reboten sobre  ella.

—¿Te ha tocado alguien esto desde la última vez que nos vimos? —me pregunta, muy serio—. Recuerda que te pedí específicamente que no te hicieras nada en el pelo.

—¡Sí! —exclamo, agradecida por poder demostrarles que no me había olvidado de ellos por completo—. Quiero decir, no, nadie me lo ha cortado. Lo recordé.

En realidad no lo había recordado, sino que el tema nunca había surgido. Desde mi llegada a casa lo he llevado en mi trenza de siempre.

Eso parece ablandarlos, y todos me besan, me sientan en una silla de mi dormitorio y, como siempre, empiezan a hablar como cotorras sin detenerse a comprobar que los estoy escuchando. Mientras Venia reinventa mis cejas, Octavia me pone uñas postizas y Flavius me masajea el pelo con una porquería, yo me entero de todo lo que pasa en el Capitolio.

Qué éxito tuvieron los juegos, qué aburrido ha sido todo desde entonces, todos están deseando que Peeta y yo los visitemos de nuevo al final de la Gira de la Victoria. Poco después, el Capitolio empezará a prepararse para el Vasallaje de los Veinticinco.

—¿A que es emocionante?

—Qué suerte has tenido, ¿verdad?

—Tu primer año de vencedora ¡y vas a ser mentora en un Vasallaje de los Veinticinco!

Se atropellan al hablar, llenos de emoción.

—Oh, sí —respondo, neutral.

No puedo hacer más. En un año normal, ser mentor de los tributos supone una pesadilla. No puedo pasear cerca del colegio sin preguntarme a qué chico tendré que entrenar. Encima, para empeorarlo todo, éste es el año de los Septuagésimo Quintos Juegos del Hambre, y eso significa que también toca el Vasallaje de los Veinticinco.

El vasallaje tiene lugar cada veinticinco años, para festejar el aniversario de la derrota de los distritos con celebraciones fastuosas y, mejor que mejor, con alguna sorpresa desagradable para los tributos. Nunca he vivido ninguno, pero recuerdo haber oído en el colegio que, para el segundo Vasallaje de los Veinticinco, el Capitolio exigió que enviáramos a la arena al doble de tributos de lo normal.

Mi salvación -Peeta MellarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora