VIII

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La tormenta tarda dos días en terminar y nos deja con unos montículos de nieve más altos que yo.

Después necesitamos otro día para limpiar el camino que lleva de la Aldea de los Vencedores a la plaza.

En los dos días, he compartido momentos con Peeta que me enamoran cada vez mas, y eso me aterra, el miedo de perderlo por dar un mal paso me pesa en los hombros.

Le dije a Peeta de ir al pueblo, para poder hablar y el acepto de inmediato, asique nos dirigimos a levantar a Haymitch y lo arrastramos con nosotros. Él se queja, pero no tanto como siempre. Todos sabemos que hay que discutir lo sucedido y que no podemos hacerlo en un sitio tan peligroso como nuestras casas en la Aldea.

De hecho, esperamos a dejarla bien atrás antesde hablar. Mientras, me entretengo examinando las paredes de nieve de tres metros de altura que están apiladas a ambos lados del estrecho sendero que han limpiado, preguntándome si se nos caerán encima.

Al final, Haymitch rompe el silencio.

—Entonces nos vamos todos a tierras desconocidas, ¿no? —me pregunta.

—No, ya no.

—Ya has visto los fallitos de tu plan, ¿no, preciosa? —me pregunta—. ¿Alguna idea nueva?

—Quiero iniciar un levantamiento.

Haymitch se ríe. Ni siquiera es una risa cruel, lo que me resulta más inquietante, ya que me demuestra que ni siquiera me toma en serio.

—Bueno, necesito un trago. Ya me dirás cómo te va, ¿eh?

—¿Y cuál es tu plan? —le pregunto, furiosa.

—Mi plan es asegurarme de que todo esté perfecto para el día de tu boda —responde—. Llamé para cambiar la fecha de la sesión de fotos sin dar demasiados detalles.

—Ni siquiera tienes teléfono.

—Effie lo arregló. ¿Sabes que me preguntó si querría ser el padrino y entregarte en matrimonio? Le respondí que, cuanto antes te entregara, mejor.

—Haymitch —le digo, y noto que mi tono tiene algo de súplica.

—_____—responde, imitándome

—. No funcionará.

Nos callamos cuando un grupo de hombres con palas pasa a nuestro lado en dirección a la Aldea de los Vencedores. Quizá ellos puedan hacer algo sobre esas paredes de tres metros. Cuando están lo bastante lejos para no oírnos, ya nos encontramos demasiado cerca de la plaza. Entramos en ella y nos detenemos de repente.

«No habrá mucho movimiento durante la ventisca», eso era lo que Peeta y yo pensamos. Sin embargo, estábamos muy equivocados. La plaza se había transformado: una enorme pancarta con el sello de Panem cuelga del tejado del Edificio de Justicia; unos agentes de la paz con impecables uniformes marchan sobre los adoquines recién barridos; en los tejados vemos más agentes en puestos de vigilancia con metralletas; y lo más perturbador es la fila de nuevas construcciones (un poste oficial para latigazos, varias cárceles y una horca) que han aparecido en el centro de la plaza.

—Thread trabaja deprisa — comenta Haymitch.

A pocas calles de la plaza veo un incendio. No hace falta decirlo en voz alta, todos sabemos que el Quemador está ardiendo. Pienso en Sae la Grasienta, en Ripper y en el resto de amigos que se ganan la vida en aquel lugar.

—Haymitch, ¿crees que quedaría alguien...? —Me veo incapaz de terminar la frase.

—No, los del Quemador son listos. Y tú también lo serías si llevaras más tiempo por aquí. Bueno, será mejor que vaya a comprobar si al boticario le sobra algo de alcohol.

Se aleja arrastrando los pies y yo miro a Peeta.

—¿Para qué lo quiere? — pregunto, hasta que me doy cuenta—. No podemos dejar que se beba eso. Se matará o, como mínimo, se quedará ciego. Tengo licor blanco guardado en casa.

—Yo también. Quizá logremos mantenerlo con eso hasta que Ripper consiga volver al negocio —dice Peeta

—. Necesito ver a mi familia.

—Yo tengo que ver a Hazelle. — Estoy preocupada, mamá me había comentado que no aparecio en casa a ver a Gale, pero en cambio no sabemos nada de ella.

—Iré contigo. Me pasaré por la panadería de vuelta a casa. Y no te dejaría sola.

—Gracias —respondo; de repente me asusta mucho lo que pueda descubrir.

Las calles están casi vacías, lo que no resultaría extraño a estas horas del día si la gente estuviese en las minas y los niños en el colegio. Pero no lo están, porque veo caras asomadas a las puertas, a las rendijas de las contraventanas.

«Un levantamiento —pienso—. Qué idiota soy.»

Hay un defecto de base en mi plan que no había visto: un levantamientorequiere romper la ley, enfrentarse a la autoridad. Nosotros llevamos haciéndolo toda la vida, al igual que nuestras familias: caza furtiva, comercio en el mercado negro, burlas al Capitolio en el bosque... Sin embargo, para la mayoría de la gente del Distrito 12 un paseo a comprar algo en el Quemador es ya demasiado riesgo.

¿Y yo espero que se reúnan en la plaza con ladrillos y antorchas? Sisólo con vernos a Peeta y a mí basta para que todos aparten a los niños delas ventanas y cierren las cortinas...

Encontramos a Hazelle en su casa, cuidando de Posy, que está muy enferma. Reconozco los granos del sarampión.

—No podía dejarla —me explica —. Sabía que Gale estaba en las mejores manos.

—Por supuesto —le digo—. Está mucho mejor. Mi madre dice que volverá a las minas en un par de semanas.

—De todos modos puede que no las abran antes. Se dice que las han cerrado hasta nuevo aviso —nos cuenta, lanzando una mirada nerviosa a su fregadero vacío. —¿Has cerrado?

—Oficialmente no, pero todos temen darme trabajo.
—Quizá sea por la nieve — interviene Peeta.

—No, Rory se ha dado una vuelta esta mañana y, al parecer, no haynada que lavar —responde ella. Rory abraza a Hazelle.

—No pasa nada.

Me saco algo de dinero del bolsillo y lo pongo en la mesa.

—Mi madre te enviará algo para Posy —añado.

Cuando salimos, me vuelvo hacia Peeta.

—Vuelve tú, yo quiero pasarme por el Quemador.

—Iré contigo.

—No, ya te he metido en suficientes problemas.

—Y evitar un paseo por el Quemador va a arreglarlo todo, ¿no? —Sonríe y me da la mano.

Juntos recorremos las calles de la Veta hasta llegar al edificio en llamas. Ni siquiera se han molestado en dejar por allí a los agentes de la paz. Saben que nadie intentaría salvarlo.El calor de las llamas hace que se funda la nieve a nuestro alrededor, y unas gotas oscuras me manchan los zapatos.

—Es todo ese polvo de carbón de los viejos tiempos —digo.

Estaba en todas las grietas, incrustado en los tablones del suelo. Es asombroso queeste lugar no se haya incendiado antes.

—. Quiero ver si Sae la Grasienta está bien.

—Hoy no, preciosa, no creo que los ayudes con una visita.

Mi salvación -Peeta MellarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora