XVIIII

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Ha terminado el periodo de gracia. Puede que Snow los haya tenido toda la noche cavando o, como
mínimo, que los pusiera a hacerlo en cuanto sofocaron el incendio. Encontraron los restos de Boggs y se tranquilizaron, pero conforme pasaban las horas sin encontrar más trofeos, empezaron a sospechar.

En algún momento se dieron cuenta de que los habíamos engañado, y el presidente Snow no tolera que nadie lo haga quedar como un tonto. Da igual si siguieron nuestro rastro hasta el segundo piso o si
supusieron que bajamos directamente al subsuelo. El caso es que saben que estamos aquí abajo y han
soltado algo para cazarme, seguramente una manada de mutos.

—______.

Doy un salto al notar lo cerca que está el sonido y miro a mi alrededor como loca para localizar su
origen; tengo el arco preparado, pero nada a qué disparar.

—_____.

Aunque los labios de Peeta apenas se mueven, no cabe duda, el nombre ha salido de él.

—_____.

Peeta está programado para responder ante el coro de siseos, para unirse a la caza. Está empezando a
ponerse nervioso.

—¡_____! ¡Sal de aquí!

Dudo. Suena alarmado.

—¿Por qué? ¿De dónde sale ese sonido?

—No lo sé, sólo sé que tiene que matarte —dice Peeta—. ¡Corre! ¡Sal de aquí! ¡Vete!

Tras un momento de confusión, le tomo la cara en mis manos.

—Somos reales; Tu, yo, abrojo. Somos reales y estamos luchando contra el Capitolio Peet, debes ser fuerte. Por nosotros. Debes mantenerte cuerdo. —Le doy un beso rapido y me giro para ver a mi equipo.—Sea lo que sea, viene a por mí. Quizá sea buen momento para dividirnos.

—Pero somos tu protección —protesta Jackson.

—Y tu equipo —añade Cressida.

—Yo no me voy —dice Gale.

Miro al equipo, que no tiene más armas que sus cámaras y cuadernos. Y ahí está Finnick, con dos
fusiles y un tridente. Sugiero que le dé una de las armas a Castor. Después saco el cargador de fogueo
del arma de Peeta, meto uno real y se lo entrego a Pollux. Como Gale y yo tenemos arcos, les pasamos
nuestras armas de fuego a Messalla y Cressida. No hay tiempo de enseñarles más que a apuntar y
apretar el gatillo, pero a tan poca distancia puede que baste. Es mejor que estar indefenso. El único sin
arma es Peeta, aunque alguien que susurra mi nombre a la vez que un puñado de mutos no la necesita.

En la habitación sólo dejamos nuestro olor, imposible de borrar en estos momentos. Supongo que así es como las cosas sibilantes nos siguen, porque no hemos dejado un rastro físico. Los mutos tendrán un olfato más fino de lo normal; esperemos que caminar por el agua de los desagües los despiste un poco.

Al salir de la habitación, el siseo se hace más claro. Sin embargo, también puedo localizar mejor de
dónde sale: están detrás de nosotros, todavía a cierta distancia. Snow los soltaría bajo tierra cerca del
lugar en que encontró el cuerpo de Boggs. En teoría les llevamos bastante ventaja, aunque seguro que
son mucho más veloces que nosotros. Recuerdo las criaturas de aspecto lobuno de la primera arena, los
monos del Vasallaje, las monstruosidades que vi en televisión a lo largo de los años, y me pregunto qué
forma adoptarán estos mutos. Lo que Snow crea que me asustará más.

Pollux y yo hemos diseñado un plan para la siguiente etapa del viaje y, como la ruta se aleja del siseo, no veo motivo para alterarla. Si nos movemos deprisa, quizá lleguemos a la mansión de Snow antes de que nos alcancen los mutos. Sin embargo, la velocidad nos vuelve más torpes: el ruido de una bota mal
colocada en el agua, el del golpe accidental de un arma contra una tubería, e incluso yo dando órdenes
a más volumen de lo que debiera.

Mi salvación -Peeta MellarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora