XVIII

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El nuevo soldado es.. Peeta Mellark.
Seguimos nuestro camino, pero es como si, en un instante, una vidriera se hiciera añicos y nos revelara el feo mundo que esconde detrás. Las risas se convierten en gritos, la sangre mancha los adoquines en tonos pastel y el humo de verdad oscurece el efecto especial creado para la televisión.

Un segundo estallido corta el aire y me deja un pitido en los oídos, pero no sé de dónde viene.

Llego a Boggs la primera e intento encontrarle sentido a la carne retorcida, a las extremidades que
faltan, buscar algo con lo que detener el flujo rojo que le mana del cuerpo. Homes me aparta y abre un
botiquín de primeros auxilios. Boggs me agarra la muñeca. Es como si su cara, gris de muerte y ceniza,
se hundiera. Sin embargo, sus siguientes palabras son una orden:

—El holo.

El holo. Me arrastro por el suelo escarbando entre los trozos de baldosas llenos de sangre y me estremezco cuando encuentro pedacitos de carne caliente. Lo encuentro clavado en unas escaleras,
junto con una de las botas de Boggs. Lo saco, lo limpio con las manos y vuelvo con mi comandante.

Homes le ha puesto una especie de venda de compresión al muñón del muslo izquierdo de Boggs, pero ya está empapada. Intenta hacer un torniquete en el otro, sobre la rodilla. El resto del pelotón se ha
cerrado en formación protectora a nuestro alrededor. Finnick intenta revivir a Messalla, que se dio contra un muro en la explosión. Jackson grita a un intercomunicador de campo e intenta, sin éxito,
avisar al campamento para que envíe médicos. Pero sé que es demasiado tarde. De pequeña, mientras
veía a mi madre trabajar, aprendí que una vez que el charco de sangre alcanzaba cierto tamaño, no había vuelta atrás.

Me arrodillo al lado de Boggs, preparada para repetir el papel que hice con Rue y con la adicta del 6, para que tenga a alguien a quien agarrarse mientras abandona esta vida. Sin embargo, Boggs tiene las
dos manos en el holo, escribe una orden, pone el pulgar en la pantalla para que reconozca su huella, y
pronuncia una serie de letras y números cuando el dispositivo se los pide. Un rayo de luz verde sale del
holo y le ilumina la cara.

—No apto para el mando —dice—. Transfiere autorización de seguridad principal a la soldado _____ Avery , pelotón 451. —Con mucho esfuerzo, consigue volver el holo hacia mi cara—. Di tu nombre.

—_______ Avery —le digo al rayo verde.

De repente, veo que me atrapa en su luz. No puedo moverme, ni siquiera parpadear, mientras una serie
de imágenes pasan rápidamente ante mí. ¿Me está escaneando? ¿Grabando? ¿Cegando? Desaparece y
sacudo la cabeza para despejarla.

—¿Qué has hecho?

—¡Preparense para la retirada! —grita Jackson.

Finnick está gritando algo y señala al otro extremo de la manzana, por donde hemos entrado. Una sustancia negra y aceitosa sale como un géiser de la calle, entre los edificios, y crea un impenetrable
muro de oscuridad. No parece ni líquido ni gas, ni mecánico ni natural. Seguro que es mortífera. No
podemos volver por donde hemos venido.

Unos disparos ensordecedores suenan cuando Gale y Leeg 1 empiezan a abrir un sendero a tiros por las
piedras, hacia el otro extremo de la manzana. No entiendo qué hacen hasta que otra bomba, a unos
nueve metros, estalla y abre un agujero en la calle. Entonces me doy cuenta de que es un intento rudimentario de disparar las posibles trampas. Homes y yo agarramos a Boggs y lo arrastramos detrás de Gale. El dolor le puede y empieza a gritar; yo quiero parar, encontrar otra forma de hacerlo, pero la oscuridad sube por encima de los edificios, hinchándose, deslizándose hacia nosotros como una ola.

Mitchell se lanza sobre Peeta y lo sujeta sobre los adoquines. Pero Peeta, con su fuerza de siempre unida a la locura de las rastrevíspulas, golpea el vientre de Mitchell con los pies y lo lanza por los aires.

Mi salvación -Peeta MellarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora