XIIII

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Empiezo a apoyarme en su hombro, pero estoy tan temblorosa que acaba llevándome en brazos escalera arriba. Me arropa y me da las buenas noches, y yo le sujeto la mano y lo retengo.

Un efecto secundario del jarabe es que desinhibe a la gente, como el licor blanco; aunque se que puedo decirle todo a Peeta, siento la necesidad de tenerlo conmigo. 

—Quedate connmigo. —Lo miro y el asiente. 

Abre la cama para nosotros y se saca la remera como de constumbre, aun que solo esa acción prende algo muy dentro mio, espero a que se acueste a mi lado para tomar su rostro y  besarlo.

Mis manos pasan por su cabello, mi lengua pide permiso que con gusto me lo da y nuestros cuerpos empieza a cambiar la temperatura.
Peeta se coloca arriba de mi cuerpo con cuidado, pero el tobillo esta a un costado sin molestar para nada nuestros besos.

Sus besos bajan por mi cuello, donde retengo los gemidos.

—Todos estan abajo preciosa, no tienes que hacer ruido. — Me sonrié con malicia para bajar por mi estomago, donde lo perdí por las sabanas. 

Sentí sus besos bajar mas alla de mi abdomen, mi mano me tapo mi boca, sus besos fueron dirigiendose a mi parte intima, donde me volví loca.

Me mordí mi mano, algo comenzo a formarse y apenas podía intentar pensar, cuando senti dos de sus dedos moverse dentro mio y su lengua jugar conmigo.

—P...Pe..Peeta. —Susurré y acelero sus movimientos.

Tome las sabanas y mi cuerpo se levanto incoscientemente,  me sentí liberada en unos minutos y acabo de segundos Peeta salio de abajo de las sabanas. 

—Deliciosa, preciosa. —Me sonrió con inocencia y mi rostro comenzo a ponerse rojo. 

Se recosto a mi lado y me acomodo en sus brazos, lo mire, confundida. 

—No voy hacerte el amor, no me mires asi. —Me dio un beso en mi frente. —Estas herida. 

—Peeta, tengo que decirte algo. —Susurre. 

El me miro, atento y preocupado. 

—Te amo, y daría mi vida por tenerte a salvo. —Le acaricie la mejilla,  mis ojos comenzaron a pesarme debido al jarabe y la liberacón, asi que solo los cerre y me basto para quedarme dormida.

Mi madre nos deja dormir hasta las doce y después nos despierta para examinar el talón. Me ordena pasar una semana de reposo y no pongo objeciones, porque me siento fatal.

No sólo es el talón y la rabadilla, sino que me duele todo el cuerpo de cansancio. Así que dejo a mi madre cuidarme, darme el desayuno en la cama y ponerme encima otra colcha.

Después me quedo tumbada mirando por la ventana el cielo invernal, pensando en cómo narices saldrá todo esto. Pienso mucho en Bonnie y Twill, en la pila de vestidos de novia de abajo, y en si Thread habrá averiguado cómo volví y si decidirá venir a detenerme. Es curioso, porque podría detenerme si quisiera por los delitos antiguos, pero quizá deba tener algo irrefutable de verdad para detener a una vencedora.

Y me pregunto si el presidente Snow estará en contacto con Thread. A pesar de que seguramente desconociese la existencia del viejo Cray, ahora que soy un problema nacional, ¿estará dándole instrucciones precisas a Thread? ¿O el jefe de los agentes actúa solo? En cualquier caso, seguro que los dos están de acuerdo en mantenerme encerrada en el distrito con esa alambrada.

Aunque encontrase la forma de escapar (quizá pudiera lanzar una cuerda a la rama de aquel arce y trepar), ya no hay forma de hacerlo con mi familia y mis amigos. 

Me paso los días siguientes saltando cada vez que alguien llama a la puerta, solos con Peeta. Sin embargo, no aparece ningún agente de la paz, así que al final empiezo a relajarme. Me siento más segura todavía cuando Peeta me dice, como si tal cosa, que en algunas zonas de la alambrada no hay electricidad porque los equipos de trabajo están fijando la base de la valla al suelo.

Thread debe de creer que me metí por debajo de algún modo, a pesar de la mortífera corriente que pasa por el metal. Es un cambio en el distrito ver a los agentes ocupados haciendo algo que no sea molestar a la gente.

Peeta viene a verme todos los días para traerme panecillos de queso y ayudarme con el trabajo en el libro de la familia, que es un objeto antiguo hecho de pergamino y cuero. Un herbolario de la familia de mi madre lo empezó hace siglos. El libro tiene páginas y más páginas llenas de dibujos a tinta de plantas, con descripciones de sus usos médicos.

Mi padre añadió un capítulo sobre plantas comestibles que me sirvió de guía para mantenernos con vida después de su muerte. Durante mucho tiempo he querido plasmar en él mis conocimientos, las cosas que he aprendido por experiencia,  y después la información que obtuve cuando me entrenaba para los juegos.

No lo hice porque no soy una artista y resulta imprescindible que las imágenes se dibujen con exactitud. Ahí es donde entra Peeta. Algunas de las plantas ya las ha visto en persona, de otras tenemos muestras secas y otras tengo que describírselas. Él hace bocetos en sucio hasta que los considero correctos y puede dibujarlos en el libro.

Después escribo con esmero todo lo que sé de la planta.

Es un trabajo tranquilo y absorbente que me ayuda a no pensar  en mis problemas. Me gusta observar sus manos mientras hace florecer una página en blanco con sus trazos de tinta, añadiendo toques de color al libro, que antes era negro y amarillento. La expresión de Peeta cambia cuando se concentra; en vez de la placidez de siempre veo algo más intenso y distante que sugiere la existencia de todo un mundo encerrado en su interior.

Ya lo había visto antes brevemente: en la arena, cuando habla delante de una multitud o aquella vez que apartó de mí las pistolas de los agentes de la paz en el Distrito 11. No sé bien cómo interpretarlo. También estoy algo obsesionada con sus pestañas; normalmente no se ven mucho porque son muy rubias, pero, de cerca, a la luz sesgada del sol que entra por la ventana, adquieren un suave tono dorado y parecen tan largas que no entiendo cómo no se le enredan cuando parpadea.

Todas las tardes me lleva a la planta de abajo para que cambie de paisaje, y yo me dedico a desquiciar a mi familia poniendo la televisión.

Normalmente sólo la vemos cuando es obligatorio, porque la mezcla de propaganda y exhibiciones de poder del Capitolio (incluidos los vídeos de setenta y cuatro años de Juegos del Hambre) es odiosa. Sin embargo, ahora busco algo especial, el sinsajo en el que Bonnie y Twill ponen sus esperanzas.

Seguro que es una tontería, pero, si lo es, al menos quiero descartarla y borrar de mi cabeza para siempre la idea de que existe un próspero Distrito 13.

Lo primero que veo es una noticia sobre los Días Oscuros. Salen los restos quemados del Edificio de Justicia del Distrito 13 y vislumbro la parte de abajo, blanca y negra, del ala de un sinsajo que pasa volando por la esquina superior derecha de la pantalla. En realidad, eso no prueba nada, no es más que una filmación antigua que acompaña a una historia antigua.

Varios días después veo otra cosa que me llama la atención. La presentadora principal está leyendo una noticia sobre la escasez de grafito que afecta a la fabricación de artículos del Distrito 3.

Después pasan a lo que se supone que es una retransmisión en directo de una periodista, enfundada en un traje protector, de pie delante de las ruinas del Edificio de Justicia del 13. A través de la máscara informa de que, por desgracia, un estudio acaba de determinar hoy mismo que las minas del Distrito 13 siguen siendo demasiado tóxicas para su explotación. Fin de la historia.

Pero, justo antes de que vuelvan a la presentadora, veo el inconfundible destello de la misma ala de sinsajo. Habían incorporado a la periodista a la vieja filmación. No estaba en el Distrito 13, ni de lejos, lo que me lleva a preguntarme qué otra cosa habrá en el Distrito 13...

Mi salvación -Peeta MellarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora