XXII

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El efecto en los Vigilantes es inmediato y satisfactorio. Algunos dejan escapar grititos; a otros se les caen las copas de vino, que se rompen musicalmente en el suelo; dos parecen estar dándole vueltas a la idea de desmayarse. La conmoción es unánime.

Ahora sí he captado la atención de Plutarch Heavensbee, que me mira fijamente mientras el zumo del melocotón que aplasta en la mano le corre por los dedos. Al final se aclara la garganta y dice:

—Ya puede irse, señorita Avery.

Me despido con una respetuosa inclinación de cabeza, me vuelvo para marcharme y, en el último momento, no puedo resistir la tentación de tirar el contenedor de zumo de bayas por encima del hombro. Oigo cómo el líquido cae sobre el muñeco y cómo se rompen dos copas más. Cuando las puertas del ascensor se cierran para sacarme de allí, compruebo que nadie se ha movido.

«Eso los ha sorprendido», pienso.

Aunque ha sido imprudente y peligroso, y sin duda pagaré por ello con creces, en estos momentos siento algo muy parecido a la euforia y procuro saborearlo.

Estoy deseando encontrar a Haymitch para contarle lo de mi sesión, pero no hay nadie. Supongo que se estarán preparando para la cena, así que decido ir a darme una ducha, ya que tengo las manos manchadas de zumo. Mientras estoy bajo el agua empiezo a preguntarme si mi último truco habrá sido buena idea. La pregunta que ahora debería guiarme es: ¿ayudará a que Peeta siga vivo? Indirectamente, mi actuación puede que no ayude.

Lo que pasa en el entrenamiento es absolutamente secreto, lo que significa que no tiene sentido castigarme si nadie sabrá cuál era la infracción. De hecho, el año pasado me recompensaron por mi descaro. Sin embargo, el delito de hoy es diferente. Si los Vigilantes se enfadan conmigo y deciden castigarme en la arena, Peeta podría quedar atrapado en el ataque. Quizá haya sido demasiado impulsiva, pero... la verdad es que no me arrepiento.

Cuando nos reunimos para la cena noto que las manos de Peeta todavía están un poco teñidas de colores, aunque tiene el pelo húmedo de la ducha. Habrá fabricado algún tipo de camuflaje. Una vez servida la sopa, Haymitch va al grano y hace la pregunta que está en mente de todos:

—Bueno, ¿cómo les ha ido en las sesiones privadas?

Intercambio miradas con Peeta.

Por algún motivo, no me apetece mucho contar lo que he hecho; en la calma del comedor parece un acto muy radical.

—Tú primero —le digo a Peeta—. Tiene que haber sido algo especial, porque tuve que esperar cuarenta minutos para entrar.

Peeta parece estar experimentando la misma desgana que yo.

—Bueno, hice... hice lo del camuflaje, como me sugeriste, ______ —responde, vacilando—. Aunque no del todo camuflaje. Es decir, usé los tintes.

—¿Para hacer qué? —pregunta Portia.

Pienso en lo alterados que estaban los Vigilantes cuando entré en el gimnasio para mi sesión, en el olor a productos de limpieza, en la colchoneta tirada en el centro del gimnasio. ¿La pusieron para ocultar algo que no pudieron lavar?

—Pintaste algo, ¿verdad? Un cuadro.

—¿Lo viste?

—No, pero intentaron taparlo con todas sus fuerzas.

—Bueno, es la norma, no pueden dejar que un tributo sepa lo que ha hecho otro tributo —comenta Effie, tranquila—. ¿Qué pintaste, Peeta? — pregunta, algo llorosa—. ¿Era un retrato de Katniss?

—¿Por qué iba a pintar un retrato mío, Effie? —replico, algo molesta.

—Para demostrar que va a hacer todo lo que pueda por defenderte. Eso es lo que esperan todos en el Capitolio. ¿Acaso no se presentó voluntario para ir contigo? —insiste Effie, como si fuese lo más obvio del mundo.

—En realidad pinté a Rue — interviene Peeta—. La pinte con el aspecto que tenía cuando Katniss la cubrió de flores.

Todos guardan silencio, asimilándolo.

—¿Y qué pretendías con eso, exactamente? —pregunta Haymitch, controlando la voz.

—No estoy seguro, sólo quería hacerlos responsables, aunque fuese por un momento —responde Peeta—. Responsables de la muerte de esa niñita. Y no quiero que mi hijo pase por eso.

—Eso es terrible —dice Effie, que parece a punto de llorar—. Pensar así... está prohibido, Peeta. Del todo. Sólo te buscarás más problemas para ti y para _____.

—Ahí tengo que darle la razón a Effie —añade Haymitch.

Portia y Cinna guardan silencio, aunque están muy serios. Claro que tienen razón, pero, aunque me preocupa, creo que Peeta ha hecho algo asombroso y hermoso, por mi.

—Supongo que no es el mejor momento para mencionar que colgué un muñeco y le pinté el nombre de Seneca Crane —comento, logrando el efecto deseado.

Después de un instante de incredulidad, toda la desaprobación de la sala cae sobre mí como una tonelada de ladrillos.

—¿Que... colgaste... a Seneca Crane? —repite Cinna.

—Sí, estaba demostrando mis nuevas habilidades con los nudos y, de algún modo, él acabó colgando de la soga.

—Oh, _____ —se lamenta Effie, en voz muy baja—. ¿Y cómo te has enterado de eso?

—¿Era un secreto? El presidente Snow no actuaba como si lo fuera. De hecho, parecía estar deseando contármelo —respondo. Effie se levanta de la mesa tapándose la cara con una servilleta—. Ahora he molestado a Effie. Tendría que haber mentido y contaros que estuve disparando flechas.

—Ni que lo hubiésemos planeado —comenta Peeta, esbozando una sonrisa velada.

—¿No lo hicieron? —pregunta Portia, que se aprieta los párpados cerrados como si se protegiese de una luz muy brillante.

—No —respondo, y miro a Peeta con más aprecio que nunca—. Antes de entrar, ni siquiera sabíamos lo que íbamosa hacer.

—Y otra cosa, Haymitch —dice él —. Hemos decidido que no queremos otros aliadosen la arena.

—De acuerdo, así no seré responsable de la muerte de mis amigos cuando empecén a hacer estupideces.

—Eso es justo lo que estábamos pensando —le digo.

Terminamos la comida en silencio, pero, cuando nos levantamos para irnos al salón, Cinna me rodea con un brazo y me da un apretón.

—Venga, vamos a ver esas puntuaciones de entrenamiento.

Nos reunimos alrededor del televisor, y Effie, con los ojos rojos, se suma al grupo. Aparecen los rostros de los tributos, distrito a distrito, y sus puntuaciones surgen debajo de las imágenes. Del uno al doce. Cashmere, Gloss, Brutus, Enobaria y Finnick obtienen puntuaciones altas, como era de esperar. El resto, de bajas a medias.

—¿Alguna vez han dado un cero?—pregunto.

—No, pero siempre hay una primera vez para todo —responde Cinna.

Y resulta ser cierto, porque, cuando Peeta y yo conseguimos un doce cada uno, hacemos historia en los juegos, aunque nadie está de humor para celebrarlo.

—¿Por qué lo han hecho? — pregunto.

—Para que los demás no tengan más remedio que ir a por ustedes — responde Haymitch, sin más—. Vayan a la cama, no puedo ni mirarles a la cara.

Mi salvación -Peeta MellarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora