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— M-Más~ ¡Alfa!
Dos días. Dos días haciendo el amor como conejos. Aunque claro, si están en celo... ¿Quien podría prohibirles hacer eso?
Exacto, nadie. Sobretodo porque a ustedes les gusta, puerkos.
Siguiendo en lo suyo, Alfa y Omega ahora se encontraban en la cocina. Habían hecho el amor por cada rincón de la casa, dejando el recuerdo de lo que habían hecho en esos días.
Hoy acababa el celo del Alfa supuestamente, pero estando el Omega en celo... Eso se extendería hasta que el celo de su pequeño acabase. Y eso no le molestaba en absoluto.
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Cuando el Alfa se asomó a la habitación, vio un montón de su ropa en el suelo y al Omega en el centro, acomodando todo.
— ¿Pequeño?— Quizás el Alfa era muy fuerte y dominante... Pero era un tonto.
El Omega lo miró alerta, recién entonces, el Alfa entendió que hacía.
Un Nido.
Y él no podría acercarse a menos que el Omega le diese su permiso, porque era bien sabido que cuando alguien entraba al Nido de un Omega sin su consentimiento, este podría simplemente atacar a quien haya "profanado" su lugar sagrado y en ocasiones, llegar a matarlo.
— ¿Puedo entrar?
El Omega negó y el Alfa se extrañó.
¿Cómo que no podía entrar al Nido de SU Omega?
¿Acaso era una broma?
Iba a reclamar cuando vio al pequeño Omega señalarlo, intentando decir algo por medio de sus señas.
No entendía.
Así que el Omega suspiró, dándole la espalda y continuando con su Nido. El Alfa se indignó pero decidió esperar a ver qué era lo que hacía el pequeño Omega.
Una hora después, seguia esperando. Y se estaba quedando dormido entre ratos.
Y hubiese sido así de no ser por el chillido del Omega, que lo hizo saltar en su lugar y ponerse alerta, hasta que se dio cuenta del porqué chillaba.