La primera regla que establecí fue comer siempre alrededor de la mesa. Así fue como crecí y agradecí siempre a mis padres haber fomentado la conversación durante la hora de la comida. Ellos no lo agradecieron del mismo modo. Eskander protestaba que no tenía hambre a esa hora y jugaba con la comida, daba golpecitos con la cuchara a los cuencos o los vasos, y resoplaba y rompía servilletas hasta que Damon terminaba.
Damon tampoco tenía hambre, pero hacía el esfuerzo de probarlo.
Se habían comprometido a realizar el plan de limpieza tal como yo lo había programado. Eskander limpiaba el baño todas las mañanas; se encerraba el resto del día y salía a las nueve de la noche a acompañar a Damon con sus estudios, aunque solo en cuanto a geografía, matemáticas y caligrafía.
Les repartí los cuadernillos que necesitarían para sus clases y los libros de texto. Todas las noches, a la nueve, me sentaba en el comedor y les daba una clase de una hora. Me había comprometido a que, para finales de mes, tuvieran una mínima capacitación para presentarse a una entrevista de trabajo.
—No quiero dejar mis terapias —me había dicho Damon—, pero son todos los días.
—Podemos averiguar qué ruta tomar.
Por las mañanas, Damon tomaba el autobús hasta la clínica de Saint Joseph y recibía su terapia grupal, primero con un psicólogo y luego con un psiquiatra. Jamás olvidaba sus ejercicios. Y un día, cuando llegó de su terapia, me dijo que le habían recortado la medicación por su progreso.
Sonreí para mi propia sorpresa.
—Felicidades.
Eskander lo acompañaba al entrenamiento de fútbol por las tardes, de seis a siete. Ninguno de los dos era bueno en deporte, pero Damon lo había convencido de que era bueno para liberar estrés y la ansiedad que les provocaba no consumir sustancias.
Una vez en casa, Damon se duchaba y me esperaba en la mesa del comedor, donde abría su cuadernillo y trataba de resolver las actividades por su cuenta.
—¿Qué demonios significa "apositivo"? ¿Y "cláusula verbal"?
Yo respondía sus dudas mientras hacía la cena.
—¿De verdad no quieres un teléfono? Así podrías buscarlo.
—No es buena idea.
Eskander se mostraba más reacio que Damon a tener uno: decía que las cabinas telefónicas y los locutorios le bastaban.
Después de la cena, nos sentábamos en el comedor y Damon practicaba a leer en voz alta, para que corrigiese su fluidez y entonación.
—¿Por qué no entonas? —le pregunté, y él me miró con cierta indiferencia.
—Sí entono.
—No. Suenas como un robot.
—Es mi voz.
—Podrías ponerle más sentimiento.
El chico suspiró.
—No siento nada.
Torcí la boca.
—¿No puedes sentir lo que lees?
—No me hace sentir nada —insistió, y al alzar las cejas, se le arrugó la frente—. Y aunque lo hiciera, ¿por qué debe saberlo todo el mundo?
Requería cumplir varias lecturas obligatorias según el currículum, por lo que le conseguí libros de segunda mano.
Contestaba las preguntas de comprensión y escribía los resúmenes que debía para cumplir con el programa. Tenía muchas faltas de ortografía y le faltaba vocabulario incluso para conectar oraciones. Cuando llegaba del trabajo, Damon salía de su dormitorio y se acercaba a la isla de la cocina por si necesitaba ayuda para cocinar.
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𝐆𝐚𝐛𝐫𝐢𝐞𝐥 #2
RomanceÉl vivía atormentado. Ella deseaba rescatarlo. ************************ Toda la vida de Anne Weathon se resume a ayudar a los más necesitados. En los orfanatos y albergues, se siente en casa. Pero un día se encuentra un niño en el metro que pertenec...