11 | De no haber sido por él

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Ayudé a Damon a inscribirse cuanto antes en la escuela abierta.

El curso empezaría en agosto, pero me iría de vacaciones con los niños de la escuela en julio, por lo que contábamos con dos meses y un par de semanas para juntar los papeles.

Damon no tenía pasaporte ni identificación, ni sabía con exactitud su cumpleaños, de modo que el lunes por la noche, cuando nos sentamos a cenar, hablamos con Eskander. Gabriel, que no solía unirse a la cena porque prefería comer alrededor de las once, decidió salir esa noche de su dormitorio y sentarse a la mesa.

Llevaba una camiseta blanca de tirantes gruesos, deportiva, que se ajustaba a su delgado cuerpo. Supuse que, como me ayudaba a recoger las cajas de donativos todas las noches, revisaba el contenido y decidía con qué quedarse antes de entregarme la ropa en una bolsa.

Se dejó caer en su silla y media sonrisa se asomó a su cara cuando vio a Eskander sin uniforme. Le preguntó si ya lo habían despedido, pero Eskander ni siquiera lo miró.

—No trabajo los lunes.

—¿Eres stripper?

Casi me atraganté con el pan.

Miré a Eskander, esperando que se ofendiera, pero este hizo una mueca de desprecio. Trataba de apuñalar un champiñón con el tenedor sin lograrlo, como si no calculase bien la distancia entre ambos.

—Si lo fuera, viviría en Kensington.

Rodé los ojos. Los tres sabíamos que Eskander tenía mucho más dinero de lo que alegaba cobrar, pero tampoco lo cuestionábamos porque él jamás lo admitiría.

—Sabes que nadie te obliga a quedarte aquí —repuse.

—Damon me necesita para sus estúpidos papeles —soltó el chico.

Gabriel frunció el ceño. Preguntó de qué papeles hablaba y Damon respondió que estudiaría pediatría si aprobaba los exámenes de admisión en la escuela.

Y él se rio.

—Al final sí te gustaban los niños.

Por la forma en la que lo dijo, se me retorcieron los intestinos. Tal vez no lo decía con mala intención. Tal vez se refería a otra cosa. Pero cuando vi la fuerza con la que Damon agarraba su vaso para no golpearlo, confirmé que no me había equivocado.

—Mejor cállate.

Si seguía apretando el vaso, el cristal reventaría entre sus dedos.

Pero Gabriel, echado contra el respaldo, entornó los párpados y tuve la extraña sensación de que no le importaba lo más mínimo cómo hacía sentir a los demás. Al parecer, el único con un mínimo de conciencia sobre los sentimientos de otros era Damon. Y como si no hubiera oído nada, Eskander dijo que le conseguiría un pasaporte a Damon para su inscripción.

—No vamos a engañar al sistema, Eskander.

Eskander resopló.

—¿Cómo piensas conseguir un certificado de nacimiento entonces?

Chisté.

Soy una persona correcta: hago los trámites con cita, pago mis impuestos y jamás falsifico partes médicos. Pero si se trataba de Damon Barrett, no nos quedaba más remedio que aceptar la ayuda de Eskander.

Sospechaba de sus ingresos. Ni Damon ni Gabriel parecían saber de dónde provenía el dinero con el que se había eliminado los tatuajes, pagado la rinoplastia, la cirugía de iris y el ajuste de dientes.

—No tiene pasaporte ni licencia. ¿Piensas ir a la Oficina de Registro a solicitar su acta? Puede que ni exista. Y la policía le hará tantas preguntas que lo meterán en la cárcel.

𝐆𝐚𝐛𝐫𝐢𝐞𝐥 #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora