—Y ese chico... Gabe, ¿es tu novio?
De no haber fingido una tos, me habría atragantado con mi vaso de agua. Tan rápido como pude, negué.
—No, es mi compañero de piso.
Mi pulso decía lo contrario. Desde la noche pasada, el beso flotaba en el aire entre Gabriel y yo, como un cable desprotegido a punto de rozarse y echar chispas. Cuando desperté esa mañana, él continuaba dormido, en la cama, y me limité a taparlo con la manta antes de irme al comedor para el desayuno. No lo despertaría si sufría de insomnio.
Sería una semana ocupada.
Teníamos juegos en el campo para los grupos más pequeños y escalada para los niños de once años, un concurso de obstáculos para fomentar el trabajo en equipo y varias paradas al día antes del primer descanso del día. No podía esperar al descanso. Amaba a los niños, pero necesitaba tanto como ellos un cuarto de hora para comer una fruta, o dormir, antes del siguiente ejercicio.
Pero había anochecido y, sentadas alrededor de la fogata, mientras los niños asaban las salchichas que luego posaban en los platos de plástico, Felicity hizo aquella pregunta.
—Creo que le gustas.
Sacudí la cabeza de nuevo.
No quería darle explicaciones a nadie. Nada había pasado entre Gabriel y yo. Tan solo un beso. Y ninguno de los dos, aunque nos vimos de lejos varias veces a lo largo del día, lo mencionamos. Comenzaba a aprender a fingir que nada había ocurrido.
—¿Dónde está, por cierto? —quiso saber Felicity, y yo alcé la cabeza al mismo tiempo que ella para echar un vistazo alrededor.
—No lo sé. La última vez que lo vi fue a la hora de los deportes. Estará tomando fotos por ahí.
Pero no había acabado de hablar cuando capté una sombra tras el cabello caramelizado de Felicity.
Las temperaturas habían caído en picado y se me estaba helando el cuello, pues me había recogido el cabello en lo alto de la cabeza; el asiento de piedra en el que nos encontrábamos humedecía mis cortos pantalones de mezclilla y la camisa de franela no bastaba para abrigarme.
En mitad del bosque, una noche de junio, no debía de hacer tanto frío. Entre los árboles y la maleza, al otro lado de las llamas que levitaban sobre la leña, Gabriel se acercaba, con su cabello rubio y la sudadera marrón que le había robado a Damon, desde el área de cabañas hasta la fogata. Traía mi impermeable rojo en una mano y la cámara en la otra.
Y al reconocerme, sonrió.
—Pensé que tendrías frío.
Me puso el impermeable sobre los hombros y se sentó a mi lado. No intentó acercarse demasiado, sino que apenas me rozó. Apoyó los codos sobre sus rodillas y fijó su atención en el fuego, y yo, tras contemplar unos segundos las olas naranjas y amarillas pintar su rostro, respiré hondo.
No había razón para estar nerviosa.
A Gabriel le había ido bien con los niños ese día. Les dejó tomar fotos con su cámara y participó en el juego de carreras (corría más rápido que mis compañeros del trabajo), y con un pedazo de tela de su camiseta y agua de su botella limpió la herida de una niña que se raspó la rodilla. No se quejaba, no decía que estaba cansado, no ponía excusas.
En cuanto a los monitores, no congeniaba con ninguno. A la hora del almuerzo lo había oído decir en un tono agridulce que "Obadja creía que tenía oportunidad conmigo", a lo que Obadja me pidió que le aclarase que esas nunca habían sido sus intenciones.
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𝐆𝐚𝐛𝐫𝐢𝐞𝐥 #2
RomanceÉl vivía atormentado. Ella deseaba rescatarlo. ************************ Toda la vida de Anne Weathon se resume a ayudar a los más necesitados. En los orfanatos y albergues, se siente en casa. Pero un día se encuentra un niño en el metro que pertenec...