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Armin

—No—dije mientras negaba repetidamente la cabeza, despeinando mis ya revueltos cabellos.

—Vale pues no me acuesto—respondió simplemente el mayor con una media sonrisa de superioridad.

Hundí mi cejas con molestia. Solo serían unos segundos sin camiseta.

Armin, tú puedes, así se irá a dormir y te dejará en paz

Me di ánimos a mi mismo mientras miraba fijamente al de cabellos chocolate.

—Vale, pero te acuestas y no protestas ¿De acuerdo?—demandé, intentando conservar la dignidad que el quedaba, si es que me quedaba.

Él asintió satisfecho y me observó con ojos fogosos esperando con impaciencia a que me quitara la prenda de ropa.

Y eso hice, de una manera lenta y un tanto vergonzosa, dejando que mi piel chocara con el cálido ambiente de mi casa. Una vez la camiseta salió por mi cabeza y dejó al descubierto todo mi torso y más, dejé esta encima de la cama para doblarla y colocarla en el escritorio. Todo eso bajo la atenta mirada de Eren.

Cuando por fin levanté la mirada y mis ojos chocaron con los profundos verdes e inexpresivos de Eren, él escrutaba mi cuerpo sin pudor alguno, viendo que algunos vellos de mis brazo se erizaran un poco.

—Vamos, métete en la cama—dije, sintiendo como mi paciencia se agitaba por segundos. Vi su boca abriéndose para responder algo pero le miré con ojos entrecerrados—Ya—terminé la frase con el tono de voz más duro que pude conseguir.

Y pareció funcionar porque Eren comenzó a caminar hacia la cama con la espalda recta y mirándome un poco aterrorizado. Me sentí un poco mal por él, tampoco quería darle miedo pero si era la única manera que tenía de que se acostara de una vez sería lo estricto que tuviera que ser.

Tumbó su cuerpo en la cómoda cama, acomodándose un poco tenso.

El silencio inundó el lugar y solo nuestras respiraciones eran escuchadas. Observé su rostro, ya que sus ojos estaban cerrados, y me dejé maravillar por sus varoniles facciones. Sus pestañas eran espesas, largas y creaban unas sombras en sus morenos pómulos. Sus labios eran gruesos y carnosos y brillaban con la iluminación de la habitación. Su nariz estaba levemente curvada en el perfil y su punta gentilmente puntiaguda. Su aceitunada piel brillaba bajo la luz que penetraba mis ventanas. El cabello lo llevaba atado a un moñito que dejaba parte de su rostro al descubierto y por su frente se derramaban algunos de estos. Tenía unas ganas inmensas se echarle aquellos pelitos hacia atrás pero tenía un poco de miedo. La mandíbula estaba delineada de una manera muy varonil y ni un solo pelo descansaba en esta.

Parecía estar dormido y aquellos cabellos sueltos me estaban poniendo de los nervios por lo que, después de ponerme la camiseta otra vez, me incliné hacia su rostro y con dedos gentiles se los aparté. Su cabello era sorprendentemente suave bajo mi cariñoso toque. Me asusté un poco cuando un suspiro salió de sus labios pero era solo eso: un suspiro.

Cuando iba a alejarme de él escuché su fuerte voz en un susurro decir un nombre totalmente desconocido para mi. Le miré unos minutos pero parecía estar totalmente dormido. Después de mirarlo durante unos segundos con ojos intensos decidí ponerme a estudiar un poco, aunque no tuviera ningún examen cerca, y también terminé los trabajos voluntarios que podían subir nota. Cuando terminé observé por mi ventana que el sol ya se había sumergido tras el horizonte y que ahora eran las estrellas las que brillaban con esplendor, junto a las farolas que iluminaban las solitarias calles de mi vecindario. La noche había caído y mi abuelo estaba por llegar, no me sentí muy nervioso al tener a Eren dormido en mi cama, había pensado en decirle a mi abuelo que era un amigo que había decidido quedarse a dormir. No me gustaba mentir a mi abuelo, es más, ya podía sentir la presión en mi pecho con el mero pensamiento. Pero debía de hacerlo.

Cuando estaba comenzando a alargar el ordenador y a recogerlo todo escuché los muelles de mi cama crujir levemente, llenando el silencio. Me giré para observar al chico de cabellos castaños que descansaba pero, para mí sorpresa, su expresión no era relajada, sino tensa y perturbadora.

—Quédate—suplicó en un susurro alterado—No te vayas. No otra vez—volvió a plegar.

—¿Eren?—pregunté yo, dudando si este estaba dormido o no. Me levanté de la silla del escrito escuchando esta chirriar, para acercarme lentamente hasta el gran cuerpo del moreno.

Sus cuerpo se sacudió agresivamente, deshaciendo un poco la cama y consiguiendo que me sobresaltara.

—Por favor ¡Para!—gritó desgarrando su garganta.

Me acerqué él al ver que continuaba sacudiéndose y no se despertaba. Las esquinas de sus ojos comenzaban a humedecerse y eso hizo que mi corazón comenzara a latir rápido.

—Eren—susurre, tocando seguidamente su hombro, pero no sirvió y continuó ahogándose en sollozos mientras hacía gestos inentendibles con las manos.—¡Eren!

Y me sobresalté de sobremanera cuando de repente se paró. Sus ojos estaban más que abiertos, parecía que se le iban a salir de las cuencas, y en el bordillo de la parte baja de estos descansaban gruesas lágrimas de angustia que comenzaban a resbalar por sus mejillas sudorosas y resplandecientes.

Miró por toda la habitación con el miedo surcando sus preciosos ojos verdes y cuando no encontró lo que buscaba sus hombros cayeron y su mirada se posó en mi, que en ese momento estaba sentado inclinado hacia delante, demasiado cerca de él, dejando que su olor a menta y a porro llenarán mis fosas nasales. Me observó quieto durante unos segundos y su mirada bajó hasta mis labios, los que instintivamente humedecí sin saber por qué.

—Armin—susurro él. Mis vellos se erizaron por lo profunda que había sonado su voz.

Y sin previo aviso me abrazó, y sentí como sus lágrimas humedecían mi cuello y como sus hipidos y sollozos eran callados por mi piel. Mis brazos abrazaron a su fornida espalada, notando como subía y bajaba sin ningún tipo de ritmo. La acaricié, creado círculos imaginarios, lentamente, sintiendo como su camiseta se arrugaba bajo mi toque y como sus manos agarraron en puños mi pijama, como si su vida dependiera de ello.

Le susurré palabras de apoyo en el oído sintiendo como su cuerpo cada vez temblaba menos contra el mío. Al pasar algunos minutos Eren finalmente se separó con ojos hinchados y mejillas húmedas.

—¿Estás mejor?—pregunté yo, llevando sin pensar una de mis manos hacia su mojada mejilla y, cuando me percaté de aquella acción tuve el impulso de alejarla de su rostro, pero no pude hacer nada ya que su cabeza descansó en esta y cerró los ojos con cansancio. Una de sus grandes manos opacó a la mía, ya que la había colocado encima de esta.

Eren asintió despacio con los ojos aún cerrados. No pude evitar mover mi pulgar sobre su suave pómulo, permitiéndome palpar su morena piel.

Iba a volver a hablar pero el sonido de unas llaves fuera de casa y de la puerta de esta siendo abierta me detuvo.

Esperé unos segundos rogándole a Dios que no fuera mi abuelo, ya que no estaba mentalmente preparado para mentirle.

—¡Armin ya estoy en casa!—la vieja voz de mi abuelo, un tango rasposa, resonó hasta la última esquina de mi casa.

Eren me miró con una ceja alzada, apartando su mano de encima de la mía, pero continuando con la cabeza apoyada en esta.

Mierda.

Lo prohibido || Eremin ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora