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Levi

Intenté respirar hondo y calmarme mientras salía de la habitación. Mis fuertes pisadas enfadadas hicieron eco por todo el lugar, pero yo estaba demasiado concentrado en respirar para calmarme como para percatarme de ese detalle.

Bajé la escalera escuchando la profunda voz de Erwin hablando con los chicos y seguidamente sus pesadas pisadas.

—Levi... —le escuché llamarme con un tono un poco cansado que solo consiguió que me enfadara más.

Si yo le cansaba que me dejara en paz.

Continué caminando en dirección a la salida. Ya me disculparía después con Armin por no haberme despedido.

Abrí la puerta y dejé que el frío aire de medianoche pegara en mi rostros, enfriando mis extremidades. Pero me dio igual, a mi me encantaba el frío. Salí por esta hasta el porche y bajé las escaleras de este para comenzar a caminar por el pavimento de la calle, levemente opacado por una pequeña capa de musgo y diminutas flores de diferentes colores, pero predominaban las blancas.

Me monté en la parte del copiloto del coche, que estaba abierto porque yo tenía las llaves, pero Erwin era el que conducía.

Me dediqué a mirar por la ventana con las cejas levemente fruncidas y los labios apretados. A los minutos escuché la puerta de Erwin siendo abierta y después cerrada con un brusco portazo. Pero no me moví.

—¿No vas a hablarme? —preguntó con un tono tenso.

Yo me giré para observarle. Sus ojos escrutaban mi rostro con cautela y su mandíbula estaba un tanto tensa. Dejé las llaves de el coche sobre su muslo en un rápido movimiento y me giré de nuevo hacia la ventana.

—Levi, por dios, estamos casados y llevamos más de diez años juntos. Creo que hemos aprendido a sobrellevar nuestros problemas con madurez. Háblame —susurró un poco más tranquilo mientras encendía el motor del coche y comenzábamos a alejarnos de la acogedora casa del Señor Arlet.

Pero yo en ese momento no quería hablar, quería estar en silencio durante unos minutos para que me permitiera pensar con tranquilidad. No respondí y le pude escuchar resoplar por lo bajo.

Nuestra casa no estaba muy lejos de la de Armin, a unos diez minutos, pero el camino se me hizo eterno y más incómodo que nunca. Erwin estaba conduciendo sin decir ni una sola palabra y con todo el cuerpo tenso mientras que yo me limitaba a mirar a la ventana mientras pensaba y a veces mirar de reojo a mi marido.

Cuando llegamos a casa el ambiente tenso aún continuaba y, cuando me hube sentido listo, hablé por primera vez en lo que se sintieron horas.

—Te he dicho mil veces que no me hagas eso en público, Erwin. Parezco tu perro, más que tu marido —le dije cuando estuvimos en casa. Él estaba dejando las llaves en un platillo que había en el pasillo y yo estaba en el salón, que estaba conectado con la cocina y el comedor, por lo que era muy espacioso.

Me referí a cuando me agarró del brazo para frenarme.

—Es que te comportas como uno —me discutió también enfadado.

Yo hundí más mi entrecejo de forma molesta.

—¡Yo no me comporto como un maldito perro, Erwin! Y si lo hiciera tú no eres nadie para "educarme" —hice comillas con los dedos, sintiendo el enfado haciendo hervir mi sangre.

—¡Claro que soy alguien! ¡Soy tu marido, joder! —perdió los nervios él también.

—Exacto, Erwin, mi marido, no mi dueño, y mucho menos mi padre —rebatí, señalándole acusatoriamente con el dedo.

Lo prohibido || Eremin ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora