Se han preguntado alguna vez: ¿de dónde proviene la felicidad? Yo sí, desde que era chiquita.
Recuerdo tener cinco años, y gritar "soy un ave", sentada en los hombros de mi padre, mientras él me seguía el juego: "adiós mi Lulú, vuela, pequeña, vuela". Me llevaba por un helado de vainilla con trocitos de chocolate, encontraba felicidad allí.
Jugar con mis hermanos, sentarme en una carretilla llena de perritos y ver árboles, muchos árboles, hasta llegar a un río, nadar y brincar en la arena junto a mis dos mejores amigos.
A los siete años, corría y nadie me paraba, amaba ir de la mano de mi mamá por caminos rocosos, montes y flores para llegar a la escuelita, donde estarían mis amiguitos y jugaríamos al "Capitán manda en el barco", hasta que yo salía llorando porque me caía en el lodo, entonces mi madre dejaba su salón de clases y me limpiaba, me curaba las heridas y me sentaba en el escritorio, me daba mi lonchera, ¡vaya!, aún recuerdo el aroma de aquel café embotellado y esa tostada con queso que era mi favorita; el llanto se iba y yo era feliz. Con mi hermano mayor mediano, jugaba a ser la espectadora de sus "programas de tv", aplaudía o terminaba enojada, pero al final éramos amigos y hermanos. Sentir aquel "te quiero, pequeña elfa" de mi hermano mayor, era como sentir que fui a Disney y volví en la espalda de Dumbo.
A los nueve años amaba ir sentada en la moto con mi papá y sentir que el aire golpeaba mi cara, cada mañana ver al "Martín pescador" capturar su presa o hacer su intento, eso era bello, y perderme en esa escuela llena de montañas; aprender a jugar fútbol o intentarlo, escuchar a mi papá: "vamos, pequeña Lulú", luego ir por una gaseosa, tomada de la mano de mi profesor y papá: eso era felicidad.
A los once años esta se convirtió en papel y personas que no conocía, me emocionaba por una revista, el libro que tanto pedía o la película nueva de mi actor favorito.
A los trece años la felicidad que buscaba se basaba en la aceptación de los compañeros del colegio y no funcionó.
A los quince años no encontró la felicidad, la perdió, bueno, eso pensaba aquella Lucy.
A los diecisiete años no sabía qué era felicidad, se subió a un barco de autoengaño y nada de amor propio, pobre Lucy, se alejaba día a día de su felicidad.
A los dieciocho años se sumergió en la depresión recolectada de su adolescencia y terminó odiándose.
A los diecinueve años se sintió inservible y pensó en quitarse la vida.
A los veinte años encontró otro mundo y pretendió ser alguien nueva, pero no funcionó, cayó más y más.
A los veintiún años su felicidad se transformó en llanto, encerrada en cuatro paredes con gente que no conocía y sin ver a su familia. A los veintidós años cuatro paredes diferentes, gente diferente y doctores diferentes, al menos hizo amigos, pero no era feliz, según ella.
A los veintitrés años observó todo lo que ella pensó y dio por perdido, se dio cuenta que la felicidad siempre estuvo ahí, nunca se fue, ella se alejó, ella huyó.
Bailar, hacer el tonto, amarse, dar cariño a tus padres y hermanos, recolectar nuevos momentos con la gente que, de verdad, te ama, esa es la felicidad; alguien dijo que son personas, momentos y lugares; concuerdo con ese pensar: la felicidad la tienes en la palma de tu mano.
Entonces, querido humano, te pregunto: ¿de dónde proviene tu felicidad?
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Canciones en la Luna (✓) en librerías.
PuisiCanciones en la luna puede sentirse en varias facetas. Estas letras te pertenecen. Equivócate, ríe, ama y llora, pero no te detengas, la vida son pequeñas manifestaciones de lo que una vez fue. Los problemas mentales no son tema de burla, o algo qu...