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Después de pensarlo por horas en la madrugada, Seonghwa decidió que no iba a rendirse. 

Al terminar de ordenar su habitación y otras partes de la casa, avisó a su papá que saldría un rato. Este le recordó que debía llevar las llaves y que no se agite demasiado. Estaba un poco cansado de recibir indicaciones, pero sabía que no eran con mala intención.

De todas formas, no le hizo caso.

Estuvo una hora caminando, sin parar en ningún momento y sin dejar de observar con total atención, pero no logró encontrar nada, ni una de esas flores. No comprendía qué estaba pasando; Jongho no tenía necesidad de mentirle, pero al parecer lo hizo.  

Se detuvo en seco al ver un parque que estaba casi a la salida del pueblo, donde se podía observar una larga, ancha e infinita calle que daba a las casas alejadas de la "multitud". No les prestó especial atención la vez que pasó por esa zona, en el auto con su papá, pero sí recordaba que tenían enormes patios.

Un chico rubio se aproximaba por ahí, con tranquilidad sobre la acera y una bolsa negra en su mano. No le dio importancia cuando el cansancio lo invadió por completo en menos de treinta segundos. Sus piernas temblaban, su cabeza daba vueltas y reunió fuerzas para llegar a la banca más cercana. Por suerte la tenía a menos de diez metros.

Se sentó de inmediato y apoyó sus codos en las rodillas, inclinado mientras ambas manos sostenían su cabeza. Todo el recorrido y la búsqueda fueron en vano, y eso le estaba poniendo de mal humor. Pensó que tal vez habría sido mejor quedarse en ese valle y esperar que aquella persona volviera, pero ya no tenía las ganas ni fuerzas suficientes para ir.

Su estómago de nuevo ardía, recordándole que había metido en su bolsillo el chocolate que compró la noche anterior. Lo abrió, sacó un cuadrado y lo llevó a su boca seca. 

Escuchó ruidos cerca y miró en esa dirección. El rubio que vio un minuto antes no estaba a la distancia suficiente para oírlo si hablaba, pero sí para reconocerlo.

Era el chico de la moneda.

Con cada paso acortaba los metros de distancia que había entre ambos, dejando la bolsa oscura en alguna parte del suelo para después hablar.

—¿Estás bien? Por un momento creí que ibas a desmayarte.

Seonghwa pudo distinguir una pizca de preocupación en su voz, cosa que se le hacía extraña: en su antigua y enorme ciudad, nadie se detenía para ver si un extraño estaba del todo bien. Menos alguien que parecía ser de su misma edad.

—Sí, sí. Lo estoy. Gracias —respondió en medio de su respiración inquieta. Volvió a observar el chocolate que aún tenía en sus manos y lo dejó en la banca.

El silencio por parte del otro chico estaba siendo incómodo. 

Sin importarle la reacción que llegase a tener su cuerpo, se puso de pie con rapidez.

—Ya debo irme —dijo mientras se alejaba despacio, dejando al desconocido atrás.

—¡Espera! Olvidaste algo —informó lo que justamente Seonghwa no quería oír. 

Se volteó para responderle que podía dejarse el chocolate, pero fue interrumpido incluso antes de abrir su boca.

Él estaba cerca, con esa cosa dulce en su mano para que Seonghwa la recibiera. No tuvo más opción.

—Te ves algo decaído. Deberías descansar —sugirió el rubio después de examinar su rostro.

Le dio la razón y de nuevo volteó para volver a casa. 

Sí, tal vez estaba en lo cierto, pero no se detuvo a pensarlo. Su mente de nuevo se ubicó en el misterio de los pétalos. Toda esa intriga podría resultar estúpida para otras personas, pero para él comenzaba a ser importante. No podía dejar pasar algo así, no siendo un gesto tan bonito. 

Cuando sacó esos pensamientos de su cabeza, se dio cuenta de que solo habían pasado unos segundos, ni siquiera un minuto, y le invadió una extraña necesidad por voltear para ver a ese chico.

En su interior insistía que era mejor no hacerlo, que podría estar dándole una mirada de lástima justo en ese instante.

Sin embargo, lo hizo. Sin detener sus pasos, posicionó la atención de sus ojos en aquella persona que se detuvo para ayudarle. Agradeció no encontrarse con ese tipo de mirada que le hacía sentir débil ante los demás, pero algo le pareció extraño.

Él estaba volviendo a caminar por donde había llegado. No llevaba consigo la bolsa negra.

Seonghwa se detuvo sin siquiera notarlo.

¿No iba el rubio en su misma dirección?

Mientras trataba de comprender, a su lado pasó una mariposa blanca que, pudo jurar, seguiría a ese chico. No se quedó el tiempo suficiente para comprobarlo.

petals ─ seongsangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora