CAPÍTULO 20.
Abril de 2022.
Miriam.
Todo iba bien con Mimi, Julia la adoraba, mi familia la había adoptado luego de pasar unas increíbles fiestas juntas, mis amigas, gracias a Lali, también la incluían en los planes del grupo y dejaban caer de vez en cuando alguna que otra broma respecto a nuestra cercanía.
Había tenido la oportunidad de conocer un poco más a su amiga Belén e incluso a su madre me la crucé en la entrada del edificio, pocas palabras cruzamos ya que ella nada sabía de mi y yo apenas la había visto en alguna foto de Mimi.
La boca se me estiraba en una sonrisa apenas la divisaba concentrada en su escritorio cuando subía a su sector y la panza me cosquilleaba cuando sus labios atrapaban los míos.
El corazón me latía rápido con sólo rozarla, con sólo reconocer su olor en el ascensor y adivinar que había estado allí minutos antes. El saber que detrás de dos golpes en la puerta estaba ella provocaba que me pusiera nerviosa como una adolescente.
Julia adoraba pasar ratos con ella y por eso no dudaba en pedirle que la cuide cuando lo necesitaba, confiaba ciegamente en Mimi.
De repente me encontré deseando a alguien como nunca lo había hecho, de una forma sana y desesperada al mismo tiempo.
Habría cruzado con los ojos cerrados la avenida más transitada de Madrid si ella me guiaba, tal vez por eso sentí que me vaciaba en un segundo, tal vez por eso sentí que el corazón se me transformaba en piedra y que todo el suelo donde estaba parada se desmoronaba. Tal vez por eso las flores que llevaba en la mano parecieron marchitarse cuando aquel 14 de febrero, al salir del ascensor, escuché como Mimi, mi Mimi, llamaba "papá" a la persona que llevaba meses persiguiéndome.
Todo era ruido y silencio a la vez, esa especie de pitido que persiste luego de escuchar ruidos muy fuertes, ni el "Miriam" de él, ni el de ella, me detuvo, sólo quería desaparecer tras la puerta y así lo hice.
-¿Cuánto tiempo llevas sin hablarle?- preguntó Marina desde su sitio. Marina era pelirroja, de ojos verdes y una sonrisa directamente salida de una publicidad dental, también era mi psicóloga desde hace un mes. Aitana y Lali habían insistido en que necesitaba hablar con alguien más, no lo estaba llevando bien, así que cuando yo misma creí que lo necesitaba la llamé.
-Bueno- pensé desde el sofá en el que me sentaba desde el primer día- somos vecinas y yo una persona educada, por lo que algún buenos días o buenas tardes he dejado caer al cruzarla.
-¿Y ella lo deja ahí o...?
-Los primeros días buscaba continuar la conversación, sólo se detenía si Julia estaba allí, al menos sigue teniendo respeto por ella -dije enojada pero también con esas lágrimas que no pedían permiso para salir cuando hablaba de ella.
-¿Y tú qué quieres? ¿quieres escucharla?.
-Quiero- asentí segura- ¿pero y si miente?.
-¿Crees que lo haría?- preguntó.
-No sería la primera vez - recordé y la mirada de Marina me dio el pie para apalabrar aquel episodio.
-Siempre íbamos juntas al trabajo en mi coche, salvo algunas veces que ella no escuchaba el despertador -sonreí por inercia- o que yo tenía reunión fuera de la empresa. Un día como cualquier otro me doy cuenta que Juan, su padre, estaba sentado en la recepción, aunque claro, él no nos había visto, le comento a Mimi que aquel era el hombre del que tanto le había hablado -suspiro- nada más verlo me dijo que se había olvidado algo en el coche, no lo dudé, no me pareció raro, le di las llaves y desapareció.