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Un escondrijo seguro.

Sihyeon tenía un hermano mayor que le parecía medio molesto. No era necesariamente malo, pero no le gustaba mucho jugar con ella, no le prestaba casi atención; y, por ende, a la Sihyeon de siete años no le agradaba estar junto a un Doyoung de diez. Era ciertamente un milagro que, en cambio, para remplazar aquel fastidioso vacío, desde sus primeros días mágicamente estuviera un Hyunjin que quería su compañía tanto como ella la suya, que le decía a cada momento lo preciosa que era con sus trencitas pero que tampoco se cortaba para embarrarle la cara de lodo.

Sin saberlo tan claramente, había conseguido en el niño de grandota sonrisa a su otra mitad.

Siempre fueron muy queridos por los demás, eran igual de graciosos y adorables, igual de buenos en todos los juegos habidos y por haber, lo que hacía que tuvieran tantos amigos como aparecieran en el parque o salieran a divertirse en el recreo. Y Sihyeon siempre prefirió juntarse con los niños, revoltosos y salvajes, que con las niñas, delicadas y quejumbrosas. Se sentía en la cima del mundo cuando podía golpear y ser golpeada sin que se hiciera mucho revuelo al respecto, porque por lo general a pesar de que las niñas estuvieran dispuestas sus madres quedaban atacadas al ver moretones y no las dejaban unirse.

Ella no entendía eso, y por lo menos estaba feliz de que su madre al contrario le dijera cómo hacer trampa en las luchas para ganarle más fácilmente a los bobos niños.

Tenía muchos amigos por cuenta propia, sí, mas también había uno con el que su padre la había juntado, aunque tampoco le disgustaba. Kim Seungmin, el hijo de uno de los mejores amigos del hombre, con quien solía pasar algunos fines de semana divirtiéndose en un pequeño cobertizo lleno de diversos juegos, así pasando casi toda su infancia sin saber que él sería el primero en inocentemente marcar la línea de su final.

Una Sihyeon de ya trece años, en su cabecita, se sentía a gusto a su lado, de la misma forma como con Hyunjin o sus demás compañeritos. Se sentía segura, como una igual, y no había razón por la que el hecho de que estuviera convirtiéndose en una hermosa mujercita fuera a cambiar las cosas, ¿Verdad?

Pero, así fue.

Cierto día, Seungmin intentó besarla. La castaña se apartó de inmediato, alarmada y algo incómoda, y de todas formas el joven de lindas intenciones comenzó a decirle lo mucho que le gustaba. Ella lo rechazó, rompiendo su propio corazón al ver la tristeza que había provocado en su buen amigo con ello; quedando en una especie de shock por días, semanas, pues cada vez que se veían, a pesar de todo, él le recordaba sus sentimientos con palabras bonitas que solo le aclaraban que las cosas jamás volverían a ser como antes.

Que ya no era parte de "los niños", que ya no era una igual.

Y luego no fue solo Seungmin, sino Juyeon. Y luego Jihoon, y Haknyeon, y Wooyoung, y... Todos. Hasta que comprendió que al crecer solo les comenzaba a importar su rostro, su cuerpo, dejando de lado lo bien que podían pasarla en su compañía sin nada más de por medio. Ya no les importaba mucho lo que saliera de sus labios, sino el probarlos.

Excepto Hyunjin.

Que la escuchaba y le seguía hablando como si nada, que se reía con y de ella, que la protegía de aquellos que dejaron de verla como un ser humano sin querer. Que estaba a su lado incondicionalmente, y la entendía, y la mimaba, y la adoraba sin alguna segunda intención – siendo él el único que nunca se atrevió a mirarla como la atractiva Sihyeon sino como desde el primer día, Sihyeon su amiga que soltaba los mejores chistes.

Sihyeon sabía que había perdido a todos esos amigos, sin embargo día a día buscaba convencerse de que se sentía mejor teniendo tan solo a su incondicional alma gemela con ella; por más que aquello fuera en gran parte genuinamente cierto, ¿Se le podría juzgar si disfrutara el ser vista nuevamente como un igual por otro?

Taste | Han JisungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora