[Cita]

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Gumball sabía que estaba en su naturaleza tener mala suerte. Una suerte tan paupérrima que parecía graciosa.

Por desgracia no se estaba riendo en esos momentos.

Todavía no sabía cómo había llegado a su situación actual. Estaba en uno de los rincones más oscuros del patio escolar. Quizás su mayor error fue tratar de cambiar su rutina cotidiana y buscar otro lugar para almorzar ya que Darwin no se encontraba con él.

No esperaba que apenas cruzara el callejón donde solían juntarse los típicos chicos que siempre andaban en detención lo fueran a acorralar para exigirle su dinero.

Tampoco esperaba que, antes de que recibiera una paliza por negarse, Ocho apareciera.

Todo fue muy rápido. El chico bajito, pelinegro y callado, con una manía rara de secuestrar mascotas ajenas por Hobbie, lo defendió dándose un banquete de golpes con los bravucones.

Y no fue una típica pelea que suelen aparecer en la categoría de "para todo público" en las series de drama o novelas. Si tuviera que ponerle una categoría, ni siquiera lo estaría presenciando en primer lugar.

Solo recordó que cerró los ojos en todo el rato, cubriendo sus párpados con sus manos para evitar tener el morboso pensamiento de siquiera mirar.

Cuando el patio se sintió en silencio, supuso que lo peor había pasado.

Sí. Pero, de hecho, no.

Ocho lo estaba viendo con una intensidad que en ese punto ya era común en su persona. Solo que, con la diferencia de que su rostro tenía leves moretones en las mejillas y frente. Y su nariz parecía derramar un poco de sangre al igual que sus nudillos magullados.

Gumball trató de tragar en seco, pero ni siquiera pudo hacer eso por la sensación tan seca que le daba su garganta ante la situación. Si daba una excusa tan estúpida como que tiene sed, ¿Ocho lo dejaría de ver así y lo dejaría libre?

O una pregunta mejor, ¿Por cuanto tiempo seguirán viéndose en un incómodo silencio?

"Ni siquiera con Dog he alcanzado este tipo de incomodidad, y eso es un récord"

— ¿Estás bien? – Rompió la tensión Ocho, luego de pasar su mano descuidadamente por su nariz para limpiar, de manera desastrosa, la sangre que todavía seguía cayendo.

— S-si... – Gumball murmuró sin saber que más decir. Conocía el temperamento del pelinegro y lo último que quería era tocarle un nervio sensible.

No quería ser el siguiente en recibir una paliza.

Ocho no dejaba de mirarlo. Parecía que lo quería seguir escuchando.

— Uh... Gracias por salvarme... – Gumball sentía que su voz se volvía más aguda por cada sílaba que decía en su incertidumbre de qué más decir. — ¿Ha... Hay algo que pueda hacer para compensarlo?

Oh no. No había dicho eso, ¿O si?

Los ojos de ocho se cerraron un segundo mientras suspiraba, quizás meditando sus palabras.

"O quizás se está preparando para pedirme que sea su nuevo saco de boxeo"

Antes de que Gumball se pudiese retractar, Ocho finalmente habló.

— Sal conmigo.

— Pero... Ya estamos en el patio.

Ocho se acercó al peliazul, invadiendo su espacio personal. Aún si era unos centímetros más bajo que gumball, sabía cómo ser atemorizante.

— Sal conmigo. En una cita.

Oh. Oh...

¿Acaso realmente le habían dado una golpiza y ahora estaba escuchando cosas? Porque así parecía.

[GumOcho One-shots]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora