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Desde que nací mi vida fue un mal entendido, una confusión, mala suerte o un error.

Habían abusado de mi madre y ella simplemente me odiaba por no lograr abortarme, así que mi abuela que se había mudado a Corea del sur fue la que me crió con amor o bueno... Lo intentó, porque gracias a un incendio del cual me hicieron responsable, su alma desapareció de esta tierra para siempre y esa fue la primera vez que en realidad sentí dolor.

De todos modos, la niñez que debió ser un mundo de juegos, diversión e inocencia, para mí fue un caos. Pasé por un sinnúmero de casas adoptivas pero en todas terminaban rechazandome por diferentes razones "es muy silenciosa", "ella no es normal", "tiene problemas" "me hace sentir triste" y así sucesivamente hasta que una me acogió finalmente.

Al principio pensé que sería diferente, ellos eran casi buenos, digo casi porque prácticamente no me hablaban, las muestras de afecto eran nulas. A medida que fuí creciendo noté su odio hacia mí, solo por no poder sacar más provecho del gobierno y aunque me dejaron vivir en su casa, debía aguantar insultos, golpes y otros maltratos.

Pensé que el pasar desapercibida podría ayudar, de todas maneras no podía actuar diferente gracias a la intensa tristeza que no me abandonaba.

Tristeza y soledad, básicamente mis únicas compañeras.

Y en ese agujero negro en el que me encontraba, pensaba constantemente que mi vida terminaría conmigo sin necesidad de mi propia intervención o ni siquiera sin intentarlo con mis propias reglas, pero un día miércoles cualquiera, todo cambió.

El sol se hizo presente en mi oscuridad permitiendo que su calidez llegara hasta mi corazón.

20 Cosas que Hacer Antes de Morir - MichaengDonde viven las historias. Descúbrelo ahora