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El corazón tiene razones que la razón no entiende. Esto lo vemos de mil formas.

Blaise Pascal.

En el Hogar de Pony la primera en despertar era la hermana María. ella lo hacía todos los días a las cinco de la mañana para hacer sus oraciones en la capilla. A veces era acompañada por la señorita Pony si no se sentía tan cansada.

Candy despertaba una hora más tarde. Y entre las tres preparaban el desayuno para todos, en realidad quien se encargaba de preparar la comida era la señorita Pony, mientras que Candy ponía la mesa y servía luego las humeantes tazas de chocolate caliente y los platos con pan recién salido del horno y huevos con tocino. Huevos propios del hogar, puestos por las gallinas que tenían en los corrales traseros, mientras que la leche era enviada todos los días desde el rancho de Tom. En algunas ocasiones él mismo la llevaba y era obligado a quedarse a desayunar con todos los demás.

La rutina para Candy era casi la misma todos los días, luego de ayudar en el desayuno, se daba una ducha, se colocaba su uniforme de enfermera y partía a la Clínica Feliz para comenzar a trabajar. Pasaba antes por el periódico para llevárselo al doctor Martín y ese día no fue la excepción. Ya en la clínica preparaba café, y entibiaba leche para ofrecerle a los niños, que eran siempre muchos los que llevaban para una revisión del médico. En las tardes regresaba al hogar, y la hora de la merienda se convertía otra vez en todo un gran reto para las madres y ella. Era por lo general en ese momento en que con una taza de té ella se dedicaba un rato a leer el periódico que compraba en la mañana y que había sido ya leído por su jefe.

Cuando Candy hizo la operación diaria de servirse la taza de té y dirigirse al salón para tomar asiento cerca de la chimenea, ya la señorita Pony y la hermana María sabían con qué noticia se encontraría su hija. Pasaron apenas unos minutos para que el rostro de la chica se transfigurara mientas leía:

Se comunica el lamentable fallecimiento de la señora Susana Grandchester, sus funerales se llevarán a cabo la mañana de hoy... la sobreviven su esposo el actor Terence Grandchester, mejor conocido en el medio artístico como Terence Graham y su pequeño hijo Federico Grandchester...

La hermana María que acaba de entrar al salón comprendió de inmediato lo que ocurría, apenas una mirada con la señorita Pony bastó para que la religiosa se acercara a Candy para consolarla. Ella levantó el rostro surcado de lágrimas en busca de este consuelo al mismo tiempo que recibía la caricia de la monja en su hombro. Por su parte la señorita Pony recogía los trozos de la taza esparcidos por el piso... Candy ni siquiera se había percatado, pero había soltado aquella taza apenas leyó la primera frase del obituario.

—Hija por favor debes tomártelo con calma —dijo con voz suave y dulce la religiosa -ella está en brazos de nuestro Señor debemos orar por su descanso y por su esposo e hijo para que tengan la fortaleza que necesitan.

Pero Candy continuaba petrificada, de manos tomadas con la religiosa ahogada en sollozos.

—Llevémosla a su habitación —sugirió la señorita Pony.

—Sí, creo que es lo mejor —consintió la hermana María.

Entre las dos intentaron levantar a Candy del sillón que continuaba pálida, todo su rostro había perdido color, y su cuerpo todas las fuerzas, temblaba casi de forma convulsiva, así que al primer esfuerzo se derrumbó de rodillas en un llanto para el que, en ese momento no había consuelo alguno.

En Nueva York, Terry además de la tristeza que lo embargaba, experimentaba una rabia contenible solo por el hecho de que tenía que mantenerse incólume durante los actos funerarios y el posterior sepelio de Susana. Había pasado una semana ya, y él continuaba encerrado en su departamento. Se la mantenía aislado entre su habitación y el estudio, hacía de todo para mantenerse despierto, pero le era muy difícil mantenerse avivado. Sin embargo, hacía un gran esfuerzo por Federico, no solo de continuar incólume ante la situación, sino de frenar las ganas que tenía de hundirse en una botella de whisky para aliviar todas las emociones que lo atormentaban. El dolor, la rabia y la decepción. Se podría decir que durante esos días desde la muerte de Susana había vivido de forma autómata. Continuaba levantándose temprano, generalmente alertado por el llanto del bebé por su biberón en las mañanas, desayunaba apenas una taza de té y se encerraba a leer en su estudio o al menos eso intentaba, cerca del mediodía salía de allí para almorzar y pasaba luego algunos minutos con Federico, y volvía al encierro. Cuando el claustro era en su habitación, se dedicaba a leer las antiguas cartas de Candy, las fue leyendo una a una, repetidas veces, incluso había ya memorizado algunos pasajes de ellas. Pero por el estupor que le causaba la confesión de Susana del hecho de haberle escrito a Candy sobre su embarazo y enfermedad, Terry evitó releer solo estas cartas, sobre todo la respuesta de Candy.

Sangre de mi sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora