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"No hay un instinto como el del corazón"

Lord Byron

¿Cómo se puede vivir y actuar de forma natural cuando un dolor oprime el alma?

La respuesta es que ambos lo habían logrado por casi siete años, pero en la distancia. Ahora como tendrían éxito si estaban uno junto al otro. Ambas vidas llenas de tristeza oculta podrían al fin derribar las barreras autoimpuestas y reescribir la historia de amor que comenzó en el Mauritania, ese es el dilema.

En su habitación detrás de la puerta, Candy ha desenterrado todos los recuerdos materiales sobre Terry, ocultos en lo más al fondo de su armario. Con las manos temblorosas acaricia las cartas, los recortes y llora en silencio. Luego en su cama no puede conciliar el sueño, se lleva los dedos a sus labios, esos que él estuvo a punto de besar de nuevo esa noche. Percibe su aliento, y solo eso basta para que su cuerpo se estremezca todo.

Terry no tiene una tribulación distinta. Él también se siente convulso, y confundido. Porque se arrepiente de no ser suficientemente fuerte como para controlar sus impulsos, y lo que menos quiere es lastimarla. No cuando nada está claro entre ellos, cuando todo es mera especulación de sus deseos. Él suspira, y se recuesta en la cama, sabe que no podrá dormir bien esa noche, coge un libro e intenta leer. La culpa se acumula en su pecho.

A la mañana siguiente ella despertó muy temprano, y después de darse una ducha se vistió con su uniforme de enfermera porque además desde ese día debe regresar al trabajo. Como todas las mañanas entra con sigilo al cuarto de Terry, pero en esta ocasión él solo finge dormir, y permite que ella "robe" al pequeño como lo viene haciendo para llevarlo a su habitación asearlo y prepararlo para desayunar. Ella sabe que Terry es noctámbulo, y por eso no hace ruido alguno cuando irrumpe en las mañanas y no lo juzga, sabe que él alcanza el sueño muy entrada la madrugada.

Él despertó cuando todo está andando en el orfanato, llegan a sus oídos el rumor de los niños, del suyo, las voces de las mujeres que con maestría dirigen el lugar, el olor a café, a pan recién salido del horno... Terry despierta y sus sentidos se inundan de la esencia de un hogar, de uno verdadero.

-Buenos días -susurra apenas Terry al entrar a la cocina.

Candy levantó la mirada y pudo además sentir como el rubor se encendia en sus mejillas. De frente tiene sentado a Federico; un chico de cabellos castaños y de ojos almendrados está acompañándolos al otro lado de la mesa y bebe una taza de café. Al decir por lo que Terry pudo escuchar antes de entrar, este chico que viste como ranchero le hablaba a Candy sobre unos caballos.

-Terry él es mi hermano Tom, recuerdas que te hablé de él en el colegio.

Tom se coloca de pie y le extendió su mano a Terry, ambos se dan un gran apretón.

-Así que tú eres el famoso Terry Grandchester.

-Tom viene casi todas las mañanas-Candy interrumpió de inmediato al chico, por miedo a una indiscreción de éste, haciéndole muecas.

Mientras Terry se acercaba a Federico para darle un beso en sus cabellos.

-Vengo a traer la leche de vez en cuando... hoy también traje los caballos de Candy, los cuidaba en mi rancho mientras ella estaba en Chicago -aclaró Tom.

-¡Tienes caballos! y a dónde están -preguntó con asombro Terry.

-Ahora en el establo -intervino de nuevo Tom.

Candy entonces le contó a Terry la historia de César y Cleopatra, que eran los caballos que ella cuidó en casa de los Legan cuando trabajó allí como sirvienta de Eliza, y que Georges Villers había recuperado para ella por encargo de Albert Ardlay, para obsequiárselos en uno de su cumpleaños. Ahora estaban allí con ella, en un establo que también habían construido como parte de las ampliaciones del hogar. Terry, resultó maravillado con la historia y le pidió a Candy poderlos ver cuanto antes.

Sangre de mi sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora