10

817 114 43
                                    

"... es mejor usar pocas palabras cuando estas tan solo pueden causar dolor"

Lisa Klein

Un mes después...

Terry esperaba a Candy todas las tardes en la estancia. Vigilando a Federico que se unía a los otros niños del orfanato para jugar. En las mañanas él se dedicaba a leer o ayudar en cualquier labor que requiriera de fuerza en el orfanato. Alimentaba a los caballos, y les peinaba el pelaje, también hizo amistad con Tom, que lo llevaba en ocasiones al pueblo en su camioneta para comprar los periódicos o usar el teléfono público para comunicarse con Eleanor y Robert Hathaway, las únicas dos personas que sabían a dónde se encontraba, con qué propósito y la dirección del hogar en caso de necesitar localizarlo.

Apenas ella entraba iban juntos a la cocina y compartían un té y conversaban sobre lo que habían hecho en el día. Terry le contaba sobre Federico, los pequeños avances del niño que comenzaba a ser menos retraído y había empezado a interactuar con los demás a su alrededor. Le daba un parte completo sobre la rutina de alimentación y ejercicios que instruidos por el doctor Martin tenían que realizarse todos los días. Mientras que Candy hacía lo propio. Pero una tarde él tenía noticias adicionales. Había recibido una carta de Robert, donde le pedía reincorporarse de inmediato a la gira de la compañía por tres ciudades. Al parecer eran compromisos que adquirió antes de ir al Hogar y que se vieron suspendido temporalmente, pero que ahora ya no podía seguir eludiendo.

— Candy debo ir a Cleveland, Pittsburgh y Washington, quizás has Filadelfia.

—Quieres que hable con el doctor Martin para que adelante el alta de Federico... aunque creo que será muy complicado para él hacer ese viaje contigo... Has pensado en eso.

—Sí, de hecho, pensé en llevarlo a Nueva York para dejarlo al cuidado de mi madre, pero ella partirá a Los Ángeles de nuevo... por eso... pensé en proponerte venir conmigo.

—¿Ir contigo?

— Es que no sé qué hacer Candy... sí al menos tú me dijeras qué hacer.

—Sí quieres saber que pienso, pues déjalo aquí con nosotras... Terry no puedo abandonar el trabajo y menos a mis madres así de un día para otro...

—¿Dejarlo? No quisiera causar más molestias aquí, él mi responsabilidad. Como se supone que lo deje aquí por dos semanas... ¿al menos puedo pensarlo? Tendría condiciones, una que me dejes por fin solicitar que instalen una línea telefónica, yo correré con los gastos, de ese modo me puedo mantener llamándote para saber cómo están...

— Acaso no confías en mí, en mis madres.

— No le confiaría la vida de mi hijo a nadie más que a este hogar, a ti y a tus madres. Pero tienes que dejar que pague por los gastos que genere dejarlo aquí... sé que son muchos y no me has permitido incurrir en ninguno...

—¿Pagarnos? ¡Pagarnos Terry, cómo le pagabas a esas niñeras en Nueva York! No, te equivocas no somos interesadas en el Hogar de Pony... Además, Albert aporta lo suficiente para sostenerlo...

—No quise decir eso... Candy espera... a dónde vas...

Tom que venía entrando a la cocina con un encargo del pueblo para las madres miró a Terry con los ojos desorbitados al escuchar semejante propuesta. Terry acababa de cometer el peor error de su vida, habló sin pensar y Candy enfurecida lo dejó parado en medio de la mirada asombrada del ranchero, y salió en dirección al pasillo que daba a las habitaciones para entrar a la suya y aventar la puerta con todas sus fuerzas. Él por supuesto no esperaba esa reacción de ella y quedó atónito.

Sangre de mi sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora