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Nunca nadie ha medido, ni siquiera los poetas, cuánto puede resistir un corazón

Zelda Fitzgerald

Terry entró a su departamento, y percibió que aquel lugar le era tan ajeno a él. Definitivamente no se sentía un hogar, la sensación en su ser no era la de haber vuelto a casa. Al contrario, lo que había sido su casa por casi siete años se sentía frío, oscuro e inoloro. Una sensación extraña le oprimía al estar allí. Ya no pertenecía a ese lugar que compartió con Susana, donde prácticamente había nacido su hijo. Le pareció más sórdido y ahora le lucia lúgubre. No había nada allí que lo hiciera sentir cómodo.

Entró a la habitación y esa sensación de pesadez aumentó. Miró la fotografía en la mesa de noche de Susana, era la de su boda. Entonces su rostro se contrajo y endureció a medida que los recuerdos con ella veían a su mente. No aborrecía esos recuerdos, más bien sintió pena por lo que ella representó en su vida, por lo que fue y no debió ser. Era la madre de su hijo, una mujer a quien le entregó lo mejor de sí, pero a la que no extrañaba y ese sentimiento no lo hacía sentirse orgulloso. Todo lo relacionado a Susana, le parecía ahora lejano e hiriente, y salvo Federico quería dejarlo ya en el pasado.

Abrió su armario y comenzó a sacar la ropa que permanecía guardada, comenzó a colocarla sobre la cama. Fue en busca de más maletas a un armario que estaba en el fondo del pasillo, y comenzó a empacar todo lo que pudo caberle en ese momento. Pero empacó lo que consideró lo más importante. Luego fue hasta su estudio y descubrió que no podría sacar de allí todo cuanto conservaba, que era más que nada libros, pinturas, afiches de las obras de teatro, uno muy hermoso de la última película de Eleanor que ella misma le había obsequiado autografiada. Sentado en su escritorio lo vació, de cartas, y unos cuadernos donde hacía anotaciones, unas especies de diarios que llevaba de forma muy discreta. No hacía notas todos los días, pero los usaba en esos días que le eran más duros como una forma de desahogo. Incluso halló algunos borradores de cartas para Candy. Las que comenzaba a escribir y después descartaba por un impulso. En ese lugar, que era su favorito de la casa, donde más tiempo pasaba, permaneció un buen rato. Cuanto, de él, de su sufrimiento y soledad estaban depositados entre esas cuatro paredes, cada noche solitaria venían a su memoria. Trató de poner todas sus ideas en orden, haciendo un plan en su mente, uno que deseaba seguir en adelante, en el que estaban de forma prioritaria ella y Federico.

Recorrió cada rincón de este departamento y confirmó que su idea de deshacerse de ese lugar era la mejor, no podría comenzar allí una nueva vida, menos con Candy. Como un gesto de profundo simbolismo volvió a la habitación que fue suya por esos años, retiró su alianza de matrimonio de su mano izquierda y la puso en una caja con algunas de las joyas de Susana. Su mano tanto como él ahora eran libres. Pensó en poner en venta estas joyas y colocar el dinero en una cuenta de ahorros para Federico, y que él decidiera qué hacer con el dinero cuando tuviera la edad adecuada, para ello pediría consejo a su amigo Albert Ardlay. Quizás un fideicomiso.

Miró su reloj, antes entró a la habitación de Federico, recogió algunas de sus cosas como ropa más fresca porque el clima comenzaba a cambiar con la cercanía de la primavera en el Hogar y pensó que podría necesitarla. Pensó en un lugar donde alojarse, no se quedaría a dormir allí. Tampoco quedarse en casa de Eleanor era una opción para él, al menos no por esa noche. Además, tenía la cena con el empresario londinense en el Waldorf (Hotel) así que, para matar dos pájaros de un tiro, se hospedaría allí, durante su estancia en Nueva York. Al día siguiente se contactaría con una oficina de bienes raíces para poner en venta el departamento, y buscar una casa a las afueras de la ciudad, quizás en New Jersey. Contrataría personal para empacar y desalojar el departamento, solo los afectos personales los llevaría a casa de Eleanor que era todo aquello que estaba en su estudio, el resto lo pondría en venta con el inmueble y donaría a caridad lo que perteneció a Susana. Sí comenzaría una nueva vida con Candy, sería desde cero. Ella escogería a su gusto todo para su nuevo hogar.

Sangre de mi sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora