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Todo lo que quiero es escucharte tocar mi puerta porque si pudiera ver tu rostro una vez más, podría morir como un hombre feliz.

Kodaline

Terry soltó su maleta de un impulso para ponerse en cuclillas luego de caminar temeroso, así esperó, con el corazón desbocado a que Candy y Federico dando esos pequeñitos pasitos se acercaran a él, eso era más grande que su bella ensoñación con ellos, fue más de lo que pudo esperar, el mejor recibimiento que jamás imaginó. Su pequeño niño, él que hasta hace pocas semanas dejó desvalido, lánguido y triste se mostraba vivaz, sonriente y caminando.

Por su parte la alegría de Federico al verlo era desbordante, así como desbordante fue la emoción de su padre al verlo caminar por primera vez, no importaba si todavía necesitaba del apoyo que le brindaba la mano de Candy, quien lo sujetaba con firmeza, para Terry ya aquello era un milagro.

Él lo recibió en sus brazos y lo besó repetidamente en sus cabellos. La emoción que lo inundaba le impidió pronunciar palabra alguna. Tardó unos segundos en reaccionar, tomarlo en sus brazos y levantarse con él para abrazar a Candy...Terry la envolvió con su brazo libre y sin dejar espacio porque todo el espacio del mundo sobraba en ese abrazo de los tres, se quedaron así fundidos por largos minutos.

—Te extrañé tanto — dijo Terry ocultando su rostro en la nuca y los rizos de Candy para no dejar ver su emoción...te quiero... te quiero pecosa.

—Y yo a ti... también te quiero —le dijo bajito, pero con una voz tan dulce que retumbó en todo el cuerpo de Terry.

—Pa pa pa... Se escuchó de pronto la tierna vocecita de Federico.

—¡Sí! — dijo Candy exaltada de alegría —es papá... papá volvió pequeñín... papá ha vuelto con nosotros.

— Sí Federico soy papá — confirmó Terry con una emoción todavía mayor.

Mientras ellos vivían su reencuentro, Tom tomó la maleta y entró a la casona, también los hicieron la hermana María y Annie Cornwell que habían salido para darle la bienvenida al actor.

Ambos se separaron apenas unos segundos para admirarlo y darle también pares de besos en las mejillas. Durante esos instantes todo alrededor desapareció, por esos momentos solo fueron ellos tres, y la felicidad de estar de nuevo juntos era un sentimiento exultante que los invadía. Volver a estar juntos llenaba a Terry de esperanza.

Al ver la bella escena, nadie quiso interrumpir y se dirigieron al comedor para servir la cena, les darían su espacio y su tiempo hasta que decidieran entrar.

—Estoy tan feliz de volver —Terry puso su mano sobre el rostro de Candy, al tiempo que seguía sosteniendo a Federico. —Ya no puedo estar sin ti, sin ustedes a mi lado —Terry acariciaba y recorría cada detalle del rostro de Candy, sonriendo le decía cuanto había extrañado sus pecas y esa naricita tan peculiar.

—¡Terry! —dijo ella con tanta suavidad que apenas fingía un reclamo.

Pero él la acalló con un beso en los labios, apenas un roce corto pero lleno de ternura, luego acercándose a su oído, le confirmó que también extrañaba sus besos. Federico los miraba con sus ojos muy abiertos, explorando él a su vez el rostro de su padre, que se agachó para volverlo al suelo y buscar la maleta que ya no estaba porque Tom ya la había llevado adentro.

—Creo que es mejor que entremos, ya es casi la hora de la cena y deben estar preparándolo todo en el comedor. Cómo hiciste para que Tom te trajera desde la estación —preguntó Candy.

—Fue suerte, él estaba allí dejando al veterinario que viene a ver a sus animales...

Terry sujetó la otra manita de Federico, y entraron los tres tomados de las manos. Se dirigieron al comedor, donde tal como lo predijo Candy estaban allí Annie y la hermana María acomodando todo para la cena.

Sangre de mi sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora