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"El triste secreto de cada ser humano: que necesita mucha ternura, que no puede vivir sin amor".   

Sándor Márai

El 20th Century Limited arribaba todos los días a la estación La Salle Street de Chicago a las 8:55 Am, proveniente de Nueva York. Albert y Candy llegaron al andén a las 8.30, no querían hacer esperar a su invitado. Más cuando se trataba de un hombre solo con un niño en brazos de poco más de un año. Era una mañana fría, y ella sentía que se le helaban hasta los huesos y caminaba de un lado a otro sin dejar de asomarse a la vía, como si con eso consiguiera que el tren arribara más rápido.

—Candice Ardlay deja de moverte de un lado a otro, terminarás cayendo a las vías —la reprendió Albert.

—Es que hace mucho frío, y caminar me ayuda a tolerarlo.

Sin embargo, Albert entendía su nerviosismo porque la conocía bastante bien. Si se tratase de otra persona y de otras circunstancias y no de Terry Grandchester, seguramente ella estaría tratando de pasar el tiempo hablando sin parar de cualquier tema.

La mente de Candy no dejaba de pensar, de dar vueltas en la misma idea, cómo reaccionaría al verlo, qué sería capaz de decirle, cómo esconder que se encontraba muy nerviosa, traía una pequeña manta de cachemira doblada en el brazo y la pasaba de uno a otro de forma constante, le era imposible quedarse quieta. Los minutos pasaron, y el silbato del tren que se escuchaba a cierta distancia anunciaba su pronta llegada. Candy se acercó instintivamente a Albert, éste pasó su brazo por encima de su hombro para darle ánimos, viéndola tan agitada.

—Tranquila, todo estará bien pequeña.

—Han pasado seis años... no veo Terry desde hace seis años Albert—Candy cubrió su rostro con sus manos enguantadas, tratando de esconder su alteración y tratar de calmarse.

Terry no fue de los primeros pasajeros en bajar, esperaron unos cuantos minutos más por él. Cuando finalmente lo hizo, Candy sintió sus piernas flaquear y un torbellino en su mente, las manos le temblaban y sentía que se quedaba sin respiración a medida que se acercaban a él. Tomó a Albert del brazo porque de lo contrario se hubiese desvanecido allí mismo, solo lo soltó cuando estuvieron frente a frente. Estaba tan abrumada que no se percató de que Federico lloraba desconsoladamente en brazos de su padre, y que Terry venía hecho un lío tratando de consolarlo y a la vez coordinando el transporte de su equipaje.

—Hola —dijo apenas audible —se le ahogaban las palabras porque también temblaba su cuerpo entero —disculpen no ha dejado de llorar desde hace una media hora, no sé qué pueda estar molestándole.

Candy de un impulso le ofreció sus brazos al pequeño, y sin esperar aprobación de Terry lo alzó, como un gesto reflejo que además la ayudaba a esconder su perturbación. Llevó su mano inmediatamente a la frente, le palpo las mejillas, y con una habilidad que sorprendió a ambos hombres lo cubrió con la pequeña manta en su brazo, la que había llevado pensando precisamente en el pequeño siendo aquella una mañana muy fría.

—Vamos rápido al auto, tiene frío y hambre. Además de sueño, apuesto a que durmió solo por intervalos en el viaje. Solo está fatigado. —Candy se dirigió a Albert —saca una paleta de mi bolso —extendiéndolo al rubio para que este lo alcanzará y sacara el dulce.

—¿Llevas paletas en tu bolso? —la ocurrencia fue tan divertida que extrajo a Terry de su bochorno, y le provoco una carcajada.

—Sí, no son para mí, son para mis pacientes, y no te preocupes no le hará daño, es una distracción, mucha azúcar, pero distracción al fin.

Sangre de mi sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora