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Dime, dime que me quieres y seré tuyo completamente para bien o para mal... haces que mi corazón se sienta como en verano cuando la lluvia está cayendo.

Kodaline  

El movimiento en el Hogar de Pony comenzó desde muy temprano esa mañana. La primera en despertar fue Candy. No había tenido una buena noche, el estado de agitación por el íntimo acercamiento con Terry la dejó absolutamente descolocada, tanto que no pudo conciliar el sueño. Para él no fue distinto, había pasado casi toda la noche en vela, pensando en lo ocurrido, abochornado por haber puesto a Candy en tal situación. Pero reconociendo que aquel contacto tan cercano, tan urgente había sido tan espontáneo como inevitable. Ya no solo sentían un amor adolescente intacto, ahora eran un hombre y una mujer cuyos cuerpos reaccionaban de forma distinta ante la cercanía y la atracción.

Despertó muy temprano, y esperaba atento a escucharla salir de su habitación para ir tras ella y conversar sobre lo ocurrido. El gorjeo de Federico le confirmó a Terry que ya estaban en pie. Se levantó de forma veloz. Ya estaba vestido, solo esperaba escuchar que ella estuviese en pie para salir a su encuentro, y eso ocurrió en el comedor. Candy colocaba en su sillita a Federico para desayunar con él.

Terry entró casi corriendo, pero ella no estaba sola, Annie ya estaba allí también, así que él frenó sus intenciones de abordar el tema de lo ocurrido la noche anterior, y esperó a que Annie minutos después saliera del salón para acercarse más a ella, para susurrarle al oído.

—Candy, solo te quería decir que no tienes nada de qué avergonzarte... lo que ocurrió anoche fue mi culpa. No controlé mis impulsos —y le dio un beso en la frente, y luego sujetó su mano en un gesto para aliviar las tensiones que el percibía entre ellos esa mañana.

Ella desvió totalmente el tema, y mientras le daba de comer a Federico y le servía una taza de café a él, comenzó a darle instrucciones sobre todo lo que tenían por hacer esa mañana antes de que los invitados comenzaran a llegar.

—Sabes a qué hora llegará Albert ¿te comentó si tomará el tren de la mañana?

—No, solo dijo que no faltaría a la celebración.

—Bien, puedes terminar de darle el desayuno a Federico, iré a la cocina para ver si tenemos todo lo necesario para hacer el ponche y los emparedados.

Terry decidió no presionarla, ya tendrían tiempo para conversar sobre lo sucedido, y aquello era necesario. Para él era imperativo sostener una charla con ella en la que le expondría sus planes, llenarse de valor y pedirle matrimonio. Lo ocurrido en su habitación le confirmaba que no solo que la amaba con todo su ser, sino que además la deseaba como su mujer, algo que no soportaría seguir postergando. Tras abstenerse de continuar con el tema, Terry entonces se dedicó a seguir las instrucciones de su señorita pecas, quien dirigía esa mañana el hogar con disciplina casi militar. A la llegaba de Tom, él y Terry comenzaron a organizar las mesas y las sillas en el patio, mientras que Annie y los niños más grandes colocaban las decoraciones. Todo se preparaba con entusiasmo y alegría. La señorita Pony no dejaba de repetir que toda aquella algarabía si bien no era necesaria, la hacía sentir muy afortunada. Ser agasajada por sus hijos de corazón tan queridos refiriéndose no solo a los más crecidos, que incluía a Candy, Annie, Tom y Jimmy, también a los pequeños que en ese momento vivían en el orfanato, la llenaba de felicidad; y todos con cariño y entrega, preparaban aquella celebración como una forma de homenajear la generosidad y el amor que la señorita Pony había entregado por años a tantos huérfanos.

Albert, Archie y Georges llegaron al hogar cerca del mediodía, y todo estaba casi a punto para comenzar. Solo aguardaban por Tom y Terry que habían ido al pueblo por el pastel, los y dulces que Candy había encargado, y esto no tardó mucho en suceder. Pronto los ya amigos arribaron con el bello ponqué y las bandejas. Candy apenas vio a Archie se acercó hacía él, con el firme propósito de pedirle que se comportara de forma cortés con Terry. Pero, ella no ignoraba que Albert ya se había encargado de darle un buen sermón en el trayecto desde Chicago hasta Pony.

Sangre de mi sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora