LA LLAMADA PIRATA

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3 Meses después
Port Royal
Narrador Omisciente

La bandera de la compañía de las aguas orientales hondeaba en lo alto. Un silencio sepulcral a excepción del ruido provocado por el arrastre de los grilletes. La guerra había comenzado.

Una fila interminable de personas esperando a su juicio final. Pero aquel no era juicio alguno. Era, tan solo, una espera para subir al escenario. El escenario donde subían grupos de unas siete personas para que su vida fuera arrebatada por una soga al rededor de su cuello.

Cientos de vidas, puede que miles, finalizaban al mismo tiempo que un oficial de la marina narraba los nuevos decretos impuestos.

-Con la intención de poner fin a una vida en condiciones de deterioro, y garantizar el bien común. Se declara el estado de emergencia para estos territorios por orden de Lord Cutler Beckett. Representante debidamente designado por su majestad el rey. Por decreto y según la ley marcial, las siguientes leyes quedan provisionalmente enmendadas: Derecho a asamblea, suspendido. Derecho a hábeas corpu, suspendido. Derecho a defensa jurídica, suspendido. Derecho a veredicto por parte de un jurado, suspendido.

Las muertes no cesaban. Una y otra vez se escuchaba el sonido del tirar de la palanca a manos del verdugo.

-Por decreto, cualquier persona declarada culpable de piratería, de ayudar a una persona condenada por piratería, o de relacionarse con una persona condenada por piratería, será sentenciada a colgar del cuello hasta morir. Finalizó el soldado en el momento que un niño subió al escenario, cargando sus pesados grilletes y con un peculiar real en la mano, dispuesto a recibir su condena.

Miró por un segundo la soga y seguido al real. En ese instante, alzó la cabeza y comenzó a cantar la canción. La canción que significaba demasiado para aquellos que la conocían:

-El rey secuestró a la reina en su hogar,

y la apartó del mar.

Son nuestros mares por poder,

naveguemos siempre.

El verdugo colocó un barril enfrente del niño para poder ponerle la soga alrededor del cuello. Pero eso no detuvo su canto.

Poco a poco, se unieron las voces de los acusados. Entonando su canción al ritmo de los grilletes:

-Yo jo, las mares, los colores azar.

Gritar mendigos, nunca moriréis.

Yo jo, todos juntos,

los colores van.

Gritar ladrones, nunca moriréis.

Esas fueron las últimas palabras antes de que el verdugo tirara de la palanca. Aunque no fueron simples palabras.

Entonaron la canción, haciendo llamar a los lideres de los mares. A los piratas más temidos y de quien todos saben sus nombres.

Rogando para que cobren venganza de las vidas arrebatadas. Exigiendo justicia por la muerte de sus hermanos y de la suya propia.

Este canto cumplió su cometido, llegando a oídos de una de las principales Capitanas.

-La canción ha sido entonada. Anunció Tía Dalma a la capitana tras entrar a su camarote junto a Barbossa.

-¿Cuántos? Exigió saber con seriedad Susan Swann, haciendo referencia a las víctimas mientras examinaba sus mapas.

-Cientos, quizá miles. Beckett ha quitado cualquier norma que pudiera salvarles de la ejecución. Respondió Tía Dalma.

-Es lo que desea. Quiere que la asamblea de hermanos se reúna. Y así será. Vengaremos todas y cada una de esas vidas. Afirmó la Capitana.

-Mañana llegaremos a Singapur. Desde ahí, haré llamar a los hermanos. Comentó Barbosa, extendiendo una copa de ron hacia la Capitana, quien agarró la copa sin dudar.

-Que así sea. Declaró alzando su copa con determinación.

Piratas del Caribe: En el Fin del MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora