D.E.P

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Narra Susan

Una de las muchas y largas noches, llegamos a una zona donde las almas navegaban sin rumbo a través del mar.

-¿Por qué están aquí? Le cuestioné a Calipso, situándome a su lado, en el bode de la cubierta, al igual que Raggeti y Pintel.

-Deberían estar al amparo de David Jones. Esa fue la tarea que le encomendó la diosa Calipso: Transportar aquellos que perecen en el mar hacia la otra orilla. Y cada diez años podría desembarcar para estar con aquella que le amara de corazón. Pero ese hombre se ha transformado en un monstruo. Explicó molesta.

-¿Entonces... no siempre fue... tentacular? Preguntó Pintel, moviendo los dedos bajo su barbilla, haciendo referencia al aspecto del Capitán del Holandés.

-No, fue un hombre... tiempo atrás. Respondió Tía Dalma con nostalgia, llevando una mano a su collar en forma de corazón.

Pintel dirigió su vista al mar extrañado. -Ahora se acercan unos botes. Comentó llamando la atención del resto de la tripulación.

-No son ninguna amenaza ¿Estoy en lo cierto? Cuestionó Will a Tía Dalma mientras detenía a Gibbs, quien preparaba su arma.

No pude escuchar la contestación, dado que uno de los botes llamó tanto la atención de Elizabeth, como la mía.

-¡Padre!  Exclamé feliz avanzando a su vez por la cubierta hasta llegar a Elizabeth.

-¡Susan hemos llegado! ¡Padre, padre estamos aquí! Dijo Elizabeth igual de alegre, conectando con mi mirada. Algo en esas palabras me hizo empezar a darme cuenta de la situación.

-Susan, Elizabeth, no hemos llegado. Nos aclaró Jack, acariciando suavemente mi espalda en forma de consuelo.

Me aleje de él al no querer aceptarlo. -¿Qué? No, no puede ser... Susurré. No, aquella no era una opción.

-¡Padre! Exclamó Elizabeth en el mismo estado de negación que yo.

-¡Padre! Grité una vez más, logrando llamar su atención.

-¡Elizabeth! ¡Susan! ¿Estáis muertas? Nos preguntó extrañado.

-No. Contestó Elizbeth con un hilo de voz.

-Creo que yo sí. Se sinceró nuestro padre.

-¡No puede haber muerto! Exclamé mientras Elizabeth y yo seguíamos avanzando por el navío para no perderle de vista.

-Fue por un cofre ¿Sabéis? Que extraño... En aquel momento me pareció importante...

-¡Sube a abordo! Le indicó Elizabeth, llegando a la desesperación.

-Y el corazón... me enteré de que si alguien apuñala el corazón, el suyo debe sustituirlo, y pasar la eternidad surcando los mares. El Holandés debe tener un Capitán. Que tontería morir por eso. Sus palabras me paralizaron por un segundo, sintiendo como la ira se apoderaba de mi.

Aquel maldito de Beckett le había asesinado, había matado a mi padre, y ahora más que nunca, deseaba su muerte.

-¡Que alguien le lance un cabo! Demandé.

-¡Vuelve con nosotros! Exclamó mi hermana igual de afectada que yo, negándonos a aceptar que nuestro padre se había ido.

Elizabeth le tiró un cabo, pero nuestro padre ni siquiera se inmutó. -No podéis hacer nada. Me dijo Calipso.

-Estoy orgulloso de vosotras, hijas mías. Las lágrimas empezaban acumularse en mis ojos y cada vez mi desesperación era mayor.

Ambas quisimos correr fuera del navío, pero unos brazos me rodearon por la cintura y me
apresaron contra su pecho. -Se ha ido. Afirmó Jack mientras yo intentaba forcejear en vano.

Mi hermana había logrado avanzar algo más que yo, pero Will también la frenó a tiempo, envolviéndola con sus brazos.

-Jack, Will, cuidar de ellas. Pude ver como ambos asentían al mismo tiempo que el bote se alejaba más y más. Aquellas fueron las últimas palabras que escuché antes de que el bote desapareciera para siempre.

Tanto Elizabeth como yo dejamos de forcejear para derrumbarnos en los brazos de nuestros respectivos prometidos, aceptando finalmente que ya no había nada que hacer.

-¿Existe algún modo? Cuestionó Jack hacia Calipso a la vez que me abrazaba con fuerza y me daba pequeñas caricias en mi cabello para intentar tranquilizarme.

-Descanse en paz. Esas fueron las palabras en respuesta.

Jack me llevó al camarote, donde se sentó en una de las sillas, haciendo que yo me quedara acurrucada en su pecho sintiendo sus caricias.

-Amor, dime que puedo hacer. Me pidió tras mucho tiempo en silencio, dejando un dulce beso en mi sien.

-Mátalo, quiero verle muerto, quiero que ese bastardo pague por todo lo que ha hecho. Contesté en un tono frío. No hacía falta que dijera su nombre, era obvio que hablaba de Beckett.

-Así será, te lo juro. Sentenció, besando mi anillo del dedo anular.

Mi intento por conciliar el sueño fue en vano. Me levanté con cuidado de la cama sin llegar a despertar a mi Capitán y salí con sigilo del camarote a pesar de que estuviera descalza.

Me dirigí a la bodega, pasando por la muy dormida tripulación para hacerme con una botella del apreciado ron y seguido subir a la cubierta.

No tengo la menor idea de cuanto tiempo pasé con la vista fija en el agua hasta que escuché unos pasos aproximándose.

Mi hermana se situó a mi lado sin decir una sola palabra. La observé de perfil, a pesar de la oscuridad, pude ver que sus ojos estaban enrojecidos, seguramente igual que los míos.

Estuvimos varios minutos en silencio hasta que Elizabeth habló. -Cuando te fuiste, tras tu visita, pusieron precio a tu cabeza, a la de Jack, y a la de cualquiera que se pusiera en contacto con vosotros. Intentaron seguiros y nos estuvieron vigilando tanto a padre, como a Will y a mi, para ver si lograban dar con el paradero de Jack. Por ello no te invité a mi boda ni respondí a tus cartas. Estaba atemorizada con que te pasara algo por mi culpa. No deseaba ver a mi hermana entre rejas. O peor aún, condenada a muerte, con una soga al rededor del cuello.

Tras una pequeña pausa, continuó. -Y, y si hice esa estrategia condenando a Jack, fue porque era la única forma de salvar el mayor número de vidas. Actué mal y de forma egoísta, lo reconozco. Pero sinceramente, tú habrías hecho lo mismo si hubiera sido Will el que tuviera la marca. Finalizó mirándome, esperando una respuesta.

Una sonrisa se escapó de mis labios en el instante en que me giré en su dirección. -Eso no te lo voy a negar. Hubiera hecho lo mismo. Quizá de otra forma, pero yo también hubiera sacrificado a tu prometido de ser necesario. Me metí en todo esto para salvarte de este mundo, y hemos acabado siendo dos malditas piratas. Comenté con gracia, ofreciéndole la botella de ron a mi hermana para luego volver a dirigir mi vista a la mar.

Tiempo después, Elizabeth me cedió la botella de ron por última vez en esa noche y se dispuso a alejarse de la cubierta. Aunque, de pronto, detuvo sus pasos. -Vengaremos lo que han hecho, ¿cierto? Me cuestionó en un tono sombrío y entristecido, provocando que me girara en su dirección.

-Eso no lo dudes ni por un segundo, hermana. Respondí para después beber de la botella, vaciando así su contenido restante.

Piratas del Caribe: En el Fin del MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora