Prólogo

56 1 0
                                    

Cuando eres niño, la vida parece sencilla. No te preocupas por deberes, gastos, responsabilidades, ni siquiera por tu futuro. Tu mundo gira en torno a tus padres; si haces una mala obra, ellos se encargan de castigarte. Si rompes un vaso de cristal, tan solo recibes un regaño y posterior castigo. Si golpeas a tu hermano menor, recibes una reprimenda. Si empujas a otro niño desde un lugar alto provocando su muerte, no pueden enviarte a prisión.
Cuando eres adolescente, tu visión de la vida es más amplia; maduras tanto emocional como físicamente, defines tus preferencias, marcas tu personalidad y conoces personas fuera de tu familia. Comienzas a pensar en cómo será tu futuro, a quién quieres en tu vida y a qué te vas a dedicar el resto de tu existencia.
Cuando eres un adulto, tus responsabilidades son complejas y extensas; debes ser una persona que contribuya a la sociedad. Ya no tienes tiempo de pensar si quieres cambiar de profesión porque ya lo debes estar haciendo. Es en ese momento en que miras atrás y no puedes creer lo rápido que se te fue la vida, cuando no te preocupabas por nada. Ahora, si rebasas el límite de velocidad en tu coche, debes pagar una multa económica. Si protagonizas una pelea en un bar, te echan del lugar. Si le clavas un cuchillo en el cráneo a tu vecina por tener la música muy alta, recibirás una condena de unos veinte años de prisión. Y no puedes volver atrás, no puedes remediarlo, esos "pequeños" errores te seguirán toda la vida, dejan marca en tu historial.
Cuando eres un adulto, enfrentas la vida con todo lo que has aprendido a lo largo de los años. Es tu prueba de fuego, el momento más importante y no se debe tomar a la ligera.
Cuando cometes un error siendo adulto, ya no hay marcha atrás.

FielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora