La primera grieta en el espejo

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-Oye, Harry, ¿me oyes? Intenta interactuar conmigo esta vez. Sé que puedes.
-Te escucho pero no sé dónde estás, no sé dónde estoy.
-Bien, al menos hoy pudiste escucharme. He intentado hablar contigo mediante ilusiones del subconsciente, pero no me escuchabas. Camina hacia adelante, sigue mi voz y... ¿Harry? Espera... Se ha... Ido, de nuevo.
-¿Eh? ¿Qué fue eso? Qué sueño tan raro-con sudor en exceso y legañas en los ojos, Harry se levantó de su cama, con torpeza.
Habían pasado varios días en que estaba teniendo sueños poco comunes, pero esta vez fue como si el sueño fuera real, aunque, ¿no se supone que así son los sueños?
La habitación era un desastre, ¿Qué pensaría su madre si la viera? Probablemente le gritaría y le mandaría a limpiar, o quizá no le hubiese importado en absoluto, ¿cómo saberlo? Si Harry creció en casa de sus tíos, los cuales eran muy reservados en cuanto al tema de los padres de Harry se trataba. Naturalmente, preguntaba por ellos cuando era niño, pero Mary y William no ofrecían mucha información. Esto era todo lo que sabía: Su madre se llama Jennifer, lo dejó abandonado con sus tíos cuando apenas tenía meses de nacido. Siempre fue reservada con su vida y se salió de casa de sus padres a los diecinueve. No se supo nada de ella hasta que regresó a casa de sus padres, donde seguía viviendo Mary, con Harry en brazos. Lo dejó ahí con excusa de que saldría a una reunión muy importante y que regresaría por él más tarde. Sobra decir que nunca volvió. Nunca se supo nada del padre, ni su nombre ni su rostro, simplemente jamás se interesó en Harry.
Eso era todo. Desde entonces y hasta los veinte años, Harry había vivido en casa de sus abuelos, la cual pasó a nombre de Mary cuando estos últimos murieron.

Con pasos torpes y somnoliento, Harry, un hombre joven de veintidós años, delgado y con cabello largo hasta los hombros, pisó el suelo de su cocina; "Debí comprar más comida para la semana, ya no hay nada en el congelador", pensaba mientras se frotaba la nuca, hace días que sentía un dolor en esa zona.
Barajó por varios minutos sus opciones, pero no había de otra, tendría que pedir comida a domicilio, aunque su ajustado presupuesto se viera afectado. Y aunque pudo ordenar de otro lugar, Harry tomó el teléfono y marcó el numero de la primera pizzería que se le vino a la mente.
-¡Hola, Madi! ¿Cómo estás? - titubeó sumamente nervioso, sabiendo perfectamente quién había tomado la llamada.
-¿Harry? ¿Por qué llamas a esta hora? - Contestó con sorpresa la dulce voz de una chica - Seguramente quieres permiso para faltar al trabajo hoy.
-No, no necesito faltar al trabajo. Aún. ¿Crees que puedas traerme una de pepperoni? Muero de hambre y no tengo nada en el congelador.
-Ya casi comienza tu turno, ¿por qué mejor no vienes ahora y comes acá? Me ahorrarías un ENORME viaje hasta tu casa - dijo con un sarcasmo muy marcado - Además, si vienes ahora, podremos charlar por un rato hasta que empiece tu turno. Está mejor, ¿no?
A Harry le encantaría poder hablar con ella toda la vida.

Por supuesto que no.

-De acuerdo, me convenciste - no era una decisión particularmente difícil, pero lo dejó confundido - Estaré allá en cinco minutos.
-Aquí te espero.
Era la primera vez que Madi le invitaba a hablar a solas, usualmente le dirigía la palabra solo cuando iniciaba su turno en la pizzería, ni más ni menos. Harry no la consideraba ni siquiera una amiga dado lo poco que interactuaban, pero le gustaba desde la primera vez que la vio.

Qué gran mentira.

Apenas se cambió de ropa, Harry Hunt se apresuró a salir de casa rumbo a la pizzería de la esquina, donde trabajaba. Caminaba dubitativo y particularmente inquieto, como si sintiera que algo era diferente ese día. Carajo, ¡Claro que era diferente, Madi lo invito a comer!

Al llegar, el establecimiento se encontraba vacío, salvo por dos personas: Jeremy, que estaba en la cocina, y Madison Sallow, esperando pacientemente en una de las mesas.
Harry estaba sumamente nervioso, sentía que el corazón le iba a destrozar el pecho de lo fuerte que latía; se sonrojó tanto que bien podía ser un tomate andante, pero Madi, una chica de 21 años, con el cabello demasiado largo y un cuerpo que volvía loco a Harry, valía el esfuerzo por no salir corriendo de nervios. Era emocionante quedar con Madi para hablar de algo que no sea el trabajo; así que Harry se concentró, mentalmente se acomodó los testículos, se subió los pantalones y llegó a la mesa.

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