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   — Buenas noches, Pete — me susurró al oído.

Sentí su aliento mentolado en mi mejilla, lo que me puso toda la piel de gallina. Gracias a Dios, estábamos lo suficientemente a oscuras como para que no pudiera ver el rubor en mis mejillas.

Parecía que acababa de cerrar los ojos cuando oí el despertador. Alargue el brazo para apagarlo, pero aparte la mano con horror cuando note una piel pálida bajo los dedos. Intente recordar donde estaba. Cuando obtuve la respuesta, me mortifico pensar que Vegas había puesto la alarma apropósito.

   — ¿Vegas? Tu despertador — susurre. Seguía sin moverse — ¡Vegas! — dije, dándole un codazo suave.

Como seguía sin moverse, pase mi brazo por encima de él buscándolo, hasta que note la parte superior del reloj. No sabía cómo apagarlo, a si que empecé a darle golpecitos hasta que di con el botón para retrasar la alarma, y volví a dejarme caer resoplando sobre mi almohada.

Vegas soltó una risita burlona.

   — ¿Estabas despierto?
   — Te prometí que me portaría bien. Pero no dije nada de dejar que te recostaras encima de mi.
   — No me recosté encima de ti — proteste — no podía llegar al reloj. Probablemente sea la alarma más molesta que haya escuchado. Suena como un animal moribundo.

Entonces, Vegas extendió el brazo y tocó un botón.

   — ¿Quieres desayunar?

Lo fulmino con la mirada y dije que no con la cabeza.

   — No tengo hambre.
   — Pues yo si. ¿Por que no vienes conmigo al café que está dos calles abajo?
   — No creo que pueda aguantar tu falta de habilidad para conducir tan temprano por la mañana — dije.

Me senté en el lateral de la cama, me puse las chanclas  y me dirigí a la puerta arrastrando los pies.

   — ¿A donde vas? — preguntó.
   — A vestirme para ir a clase. ¿Necesitas que te haga un itinerario durante los días que esté aquí?

Vegas se estiró y caminó hacia mi, todavía en calzoncillos.

   — ¿Siempre tienes tan mal genio o eso cambiará una vez que creas que todo esto no es parte de un elaborado plan para meterme en tus bóxers?

Me puso las manos sobre los hombros y note como sus pulgares me acariciaban la piel al unísono.

   — No tengo mal genio.

Se acercó mucho a mi y me susurró al oido.

   — No quiero acostarme contigo, Pete. Me gustas demasiado.

Después, siguió andando hacia el baño y me quedé allí de pie, atónito. Las palabras de Tay resonaban en mi cabeza. Vegas Theerapanyakul se acostaba con todo el mundo, no podía evitar sentir que tenía algún tipo de carencia al saber que no mostraba el menor deseo ni siquiera de dormir conmigo.

La puerta volvió a abrirse y Porsche entró.

   — Vamos, arriba, ¡el desayuno está listo! — dijo con una sonrisa y sin poder reprimir un bostezo.
   — Te estás convirtiendo en mi madre, Porsche — refunfuñe, mientras rebuscaba en mi maleta.
   — Oooh... Me parece que alguien no pudo dormir mucho anoche.
   — Vegas apenas a respirado en mi dirección — dije mordazmente.

Una sonrisa de complicidad iluminó el rostro de Porsche.

   — Ah.
   — Ah, ¿que?
   — Nada — dijo el, antes de volver a las habitación de Kinn.

VegasPeteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora