Capítulo 5.El Suplicio de Mayra.
Mi hermano no se apartó ni un milímetro, seguía con su verga incrustada en lo más hondo de mi concha. Pude sentir cómo me llenaba con su tibio semen.
—No te preocupes Nadia, tengo guardada algunas pastillas "del día después". — Mi mamá intentó tranquilizarme.
—¿Y eso es efectivo? —Pregunté.
El tiempo del desafío aún no había terminado. No sabía si apartar a Erik de una patada o quedarme quieta y esperar a que finalizaran los diez minutos más largos de mi vida. Temía que me hicieran repetir todo desde el principio.
—Sí, son muy confiables. Quedate tranquila.
—¿Y vos por qué tenés de esas pastillas? —Pregunté. Creí que ella se cuidaba con anticonceptivos diarios.
—Porque tengo dos hijas mujeres. Tengo que estar preparada para todo.
—Buena respuesta, —dije—. ¿Cuánto tiempo falta?
—Unos tres minutos —me respondió mi tío Alberto.
¿Tres minutos? Me parecía una eternidad. Tal vez la verga de mi hermano redujera su tamaño luego de tan tremenda eyaculación; pero los segundos pasaron y su miembro se mantuvo igual de firme. Lo peor era lo mucho que eso me calentaba, aunque odiara admitirlo. Comencé a mover mi cadera muy lentamente, para que nadie lo notara, eso provocó un sutil vaivén del pene. Mantuve los dientes apretados y resoplé por la nariz, como una yegua, odiándome a mí misma.
Me invadió una extraña amalgama de ira y placer. Me molestaba que fuera Erik quien me pusiera tan cachonda; pero no podía luchar contra mis instintos sexuales. Quiera admitirlo o no, él tiene una muy buena verga. Erik acompañó mi rítmico y disimulado movimiento. A pesar de que era muy difícil que los demás lo notaran, era suficiente para poder sentirlo muy bien. Volví a cerrar los ojos y sentí algo tibio chorreando hasta mi culo. No sabía si se trataba de mis propios jugos o si era semen, pero se sintió muy rico.
—¿Te gusta? —me preguntó al oído, en un susurro casi inaudible.
—Sí —contesté automáticamente como si fuera un simple gemido.
El pitido del cronómetro me devolvió a la realidad. En cuanto mi hermano me sacó la verga, pude ver que mi vagina estaba muy abierta, nunca la había visto así. Había disfrutado la experiencia, pero debía mantener mi orgullo intacto. Me paré y sentí el semen fluyendo hacia afuera. Apenas vi algo blanco asomándose pasé los dedos de mi mano izquierda y quité el lechoso líquido.
—¡Mirá cómo me dejó! —Me quejé, mostrándole la mano a mi mamá, ella se limitó a sonreír; froté los dedos contra mi pierna para limpiarlos.
El semen bajando por mis entrañas, chorreando hacia afuera, me produjo un cosquilleo que me resultó muy placentero; nunca me habían metido tanta leche en la concha. Aún no quería sentarme, porque llenaría la silla de semen. Aparentando disgusto, manoteé mi vaso y rodeé la mesa, pasando por atrás de mis hermanos, hasta llegar a la pequeña mesita donde estaban las bebidas. Miré hacia abajo y pude ver una considerable cantidad de espeso semen, colgando entre mis labios vaginales; pero no me molesté en limpiarlo. Permanecí parada, junto a la mesita con botellas, y empecé a prepararme un trago, sin ningún apuro. Mantuve las piernas un poco separadas y la cola bien parada. Todos conversaban sobre las reglas de póker, algo que a mí me interesaba muy poco en ese momento. La única que guardaba silencio era Mayra, que estaba sentada justo detrás de mí. La miré de reojo y noté sus ojos clavados en mi concha. Le estaba dando un buen espectáculo mostrándole como una gran cantidad de blanco semen goteaba de mi agujerito, cayendo al piso o bajando entre mis piernas. Pujé suavemente con mi vagina, para que saliera todo. Me atacó una sensación increíble que, sumada a la excitación y la borrachera, me estaba haciendo perder el juicio. De pronto me encontré imaginando a mi hermano tirándome sobre una cama, para enterrarme su verga hasta el fondo y sacudirme con todas sus fuerzas. No podía creer que hubiera llegado al punto de incluir a Erik en una de mis fantasías eróticas.