Capítulo 24.Plan Macabro.
La primera parte de mi plan funcionó muy bien. Barbarita fue testigo de una explícita sesión de sexo nocturno. Estoy segura de que ya se lo habrá contado a su madre.
Ahora debíamos comenzar la segunda parte de este plan macabro que puede salir muy bien... o terriblemente mal.
Esperamos impacientes por la llegada de Lourdes. Después de lo que pasó en el patio, estábamos seguras de que iba a llegar. Esta vez Mayra también quiso estar presente, y al igual que nosotras se vistió para la ocasión.
El día era caluroso, una excusa perfecta para sacar del ropero nuestros diminutos bikinis. El de mi mamá era negro, parecía sencillo y normal, pero en un cuerpo tan voluptuoso como el de ella, se veía obseno. Sus ubres estaban apretadas por pequeños triángulos negros y se le marcaban los pezones. La parte de abajo no llegaba a cubrirle todo el pubis, por lo que asomaba una desprolija mata de pelitos negros.
Mayra estaba preciosa con su bikini violeta. La parte de arriba no estaba ajustada, y eso le daba cierto juego, ella tiene pechos pequeños pero por lo suelto que estaba el corpiño, le bastaba con inclinarse un poco para adelante para que sus pequeñas tetas de merengue se asomaran. La parte de abajo era prácticamente un hilo dental. Ahí sí que estaba ajustado, como si esa parte fuera un talle menos del que ella debería usar. Parte de su pubis saltaba a la vista, era como decirle al mundo: miren, la tengo peladita e impoluta.
Yo también me depilé y, por supuesto, mi bikini verde flúor también apretaba bastante. Lamentablemente yo no conseguí el mismo efecto que Mayra, a ella se le marcaban los labios vaginales, ya sea al verla de frente o de espalda. A mí no se me marcaban tanto; pero aún así estaba muy contenta con mi corpiño, era aún más pequeño que el de mi mamá, apenas dos triángulos que cubrían la zona de los pezones, mis tetas parecían un matambre arrollado y bien atado. Daba la impresión de que en cualquier momento mis pechos explotarían.
El timbre sonó a las once y diez de la noche. Si bien nos moríamos de ganas de atender, esperamos un poco. Otro timbrazo.
Mi madre se acercó a abrir la puerta después del tercer timbrazo. Saludó a Lourdes y se hizo un lado para permitirle pasar. La mujer se lanzó dentro de inmediato y ahí descubrimos que no estaba sola. La acompañaba la preciosa Barbarita, que llevaba puesto un vestido hasta las rodillas que parecía salido de un catálogo de moda del 1800. Aún así en ella daba cierta ternura... y quizás hasta un poquito de morbo. Parecía una muñeca... y daban ganas de jugar con ella.
A su lado había un pibe rubio, tímido, que no se animaba a levantar la mirada. El pobrecito parecía abrumado con tanta carne femenina de primera calidad. Él debía ser Javi (no Javier, diría Lourdes, se llama solamente Javi).
—Lourdes, ya que siempre sos tan sincera —dijo mi mamá, mientras nos sentábamos en los sillones del living—. ¿Por qué siempre venís a esta hora? No es que me moleste, solo me resulta curioso.
—Es porque no quiero que los vecinos me vean hablando con vos —respondió Lourdes, con severidad. Sus ojos escudriñaban nuestra anatomía—. No me gustaría que alguien sospeche que soy amiga de las putas del barrio.
—Qué lindo que nos tengas esa estima —dijo mi mamá, manteniendo la calma—. Aunque el título de putas del barrio es muy importante, no sé si ya hicimos méritos suficientes para ganarlo. ¿Quién sabe? Quizás haya alguna otra con más méritos que nosotras. Pero igual te agradezco el gesto.
—¿Te resulta gracioso que tus hijas queden como las putas del barrio?
—Si viene de vos, sí... me resulta gracioso.