Capítulo 15.Analía.
Mi papá le dio la orden a Erik para que repartiera las cartas. No sé si lo hizo a propósito o si fue porque era la persona que tenía frente a él, pero esto hizo que mi tía girara una vez más la vista hacia el rígido pene de su sobrino; noté cómo titubeaba. Seguramente tendría la cabeza llena de preguntas. Sin embargo no se fue, se quedó allí, recibió sus cartas y la partida de póker continuó... a pesar de lo tenso que estaba el ambiente.
Mientras jugaba, mi tía Analía le iba dando pequeños sorbos a lo que tenía dentro del vaso. Recordé que la primera vez que jugué a esto, al principio me avergonzaba mucho el estar completamente desnuda frente a mi familia; pero en el caso de mi tía, esto no parecía ser importante. Estaba sentada de forma relajada, con las piernas abiertas, enseñándonos su (muy) húmeda intimidad, casi como si quisiera que la miraran.
La ronda la ganó mi primo Ariel y estoy casi segura de que lo hizo sólo para demostrarnos que su derrota en la partida anterior había sido un mero infortunio; él era tan competitivo como mi madre.
—¿De qué forma puedo castigarlos? —preguntó mirando a los únicos dos jugadores que habían permanecido con las cartas en la mano hasta el final y habían sido derrotados: mi papá y mi hermana—. Podría darles castigos por separado, pero sería más interesante si lo hacen juntos. —Mi mamá y yo sonreímos al unísono; el chico comprendía las intenciones de este juego—. Si yo dijera que Mayra se la tiene que chupar a su papá estaría siendo un machista, porque dirían que siempre son las mujeres las que tienen que hacerlo...
—Diría que sos un degenerado —lo reprimió su madre— ¿cómo le vas a pedir algo así? Es la hija...
—Es un juego —le recordó Victoria—. ¿Cuántas veces tenemos que explicártelo?
—¿Y cuántas veces tengo que decirles que esto me parece demencial?
—Se te ofreció más de una vez la oportunidad de retirarte, tía. Nos estás cansando a todos —dijo Mayra con su natural severidad—. Si te jode mucho, andate de una vez, yo quiero seguir jugando y voy a hacer lo que tenga que hacer.
—¿De verdad? —Preguntó Ariel abriendo mucho los ojos, noté que su pene dio un leve saltito—. De todas formas vos no tendrías que hacer nada —simuló estar relajado pero yo podía adivinar la ansiedad que llevaba dentro—. Para no me acusen de machista, digo que tiene que ser el tío Pepe el que te la... chupe... a vos —tartamudeó un poco al final, inseguro de sus propias palabras.
—Por mí está bien —dijo Mayra poniéndose de pie, demostrando que ya no era una niña.
Caminó con paso firme hasta el sillón en el que yo tuve que cumplir con el desafío anal y se sentó. Separó mucho las piernas y las colocó sobre el apoyabrazos mostrándonos cómo su húmeda y pequeña rajita sonrosada se abría como los pétalos de una flor en primavera, el dulce néctar que manaba de ella hizo agua la boca a más de uno en la mesa; hasta yo me sentí cálidamente atraída por la escena. La pequeña de grandes y expresivos ojos era una princesita sexual que esperaba que un gran ogro profanara su intimidad.
—Pepe, decime que no vas a hacer semejante cosa... —mi tía se puso aún más nerviosa cuando vio a su hermano ponerse de pie; sin embargo ella dedicó un par de largos segundos a admirar el falo oscuro y erecto que portaba ese hombre entre las piernas.
—Ya te lo dijimos, Analía. Es un juego. Si decís una palabra más, me vas a hacer enojar... y vos no querés verme enojado. —Me dio la impresión de que esa era una amenaza recurrente, posiblemente él le decía esas palabras desde que eran pequeños.
La espalda de mi padre eclipsó mi panorama cuando se colocó de pie frente a su hija menor. Me sorprendió ver la angulosa forma de los músculos de sus glúteos, tomé un sorbo de mi vaso para poder digerir mejor la calentura que me envolvió. Mi mente me jugó una mala pasada, me imaginé envuelta en esos fuertes brazos, con una firme boca marcando mi cuello y embestidas poderosas y varoniles que se perdían dentro de mí. Sin darme cuenta separé mi pierna izquierda de la derecha y con la rodilla choqué el muslo de mi primo Ariel, él volteó inmediatamente y clavó la mirada en mi concha, la cual parecía estar pidiendo atención masculina. Él acarició suavemente mi pierna, mi primera reacción fue apartarme, pero luego recordé que todo esto era parte del juego que yo quería jugar, dejé que sus dedos indiscretos treparan por la cara interna de mi muslo. Hicimos contacto visual y le dediqué una simpática sonrisa, casi impropia de mí.