Capítulo 20. Problemas Familiares.
Ariel me miró boquiabierto. Todo su juego de "macho dominante" se había desmoronado en un segundo. Al verlo allí, estático frente a mí, me di cuenta de que no era más que un muchacho asustado, como un pequeño cachorro abandonado en una noche lluviosa. Me debatí entre si debía dejarlo sufrir un poco más o ser piadosa con mi primo e intentar consolarlo. Como ya había tenido sexo con él me di cuenta de que mi cuota especial de mimos ya había sido entregada, podía dejarlo sufrir un poco.
No me moví ni dije una sola palabra durante algunos tensos segundos; la historia que me había contado mi tía me volvía a la mente y me dejaba cierta amargura. Él tenía suerte de que ella no lo hubiera asesinado. Analía había hecho su mayor esfuerzo por suavizar lo ocurrido, al menos esa fue la impresión que me dio, pero estaba segura de que había obrado de esa forma porque estaba hablando de su propio hijo, si otra persona se hubiera tomado semejante atrevimiento con ella, hubiera sido cruel y despiadada. A mí me costaba ser cruel, por lo que finalmente tuve que hablar con Ariel, ya que él estaba con la mirada perdida en algún punto aleatorio y su mandíbula parecía estar a punto de desencajarse.
—Va a ser mejor que hablemos con tu mamá —le dije dándole un par de palmaditas en su mano.
—No quiero hablar con ella —me contestó después de un par de segundos de silencio.
—Vas a tener que hacerlo, Ariel. Hablé con tu madre y después vine a verte con la promesa de que los ayudaría a resolver el problema.
—¿Por qué? Vos no tenés nada que ver con todo esto —noté que fruncía su ceño.
—Ustedes son parte de mi familia y lo que yo busco es una familia unida. No me gustan estas peleas que tienden a separar y a arruinar todo.
—¿Me estás diciendo que yo arruiné todo?
—Te estoy diciendo que vayamos a hablar con tu mamá —le devolví una mirada fría—. No me hagas enojar, Ariel. Creo que ya dejé muy en claro que no estoy en tu contra, no me trates como si tuvieras que defenderte de mí —esta vez se quedó mudo mirándome una vez más con sus ojos de cachorro mojado—. Vamos, tu mamá nos está esperando y debe estar preguntándose...
—¿Por qué tardaron tanto? —preguntó mi tía en cuanto nos vio entrar, totalmente desnudos, a la habitación.
—Estaba poniendo a Ariel al tanto de la situación.
Analía se mordió los labios, nerviosa. Escudriño con su mirada a su hijo y, si vio lo mismo que yo veía, habrá notado la fragilidad y el espanto que se habían apoderado de Ariel. Su miembro viril, que minutos antes se había mostrado rígido e imponente, ahora se balanceaba como un gusano malherido y agonizante. Por mi parte, y agradecí que mi tía no pudiera percatarse de eso, tenía un poco de dolor en el culo, mi primo había sido muy dura conmigo y, si bien me encantó lo que hizo, ya estaba sufriendo las consecuencias.
Me senté en la cama de mis padres, procurando apoyarme sobre una de mis nalgas. ¡Dios, qué puta me sentía! Sabía que debía hablar de un tema serio con mi tía y mi primo, pero al mismo tiempo podía sentir mi conchita empapada, por el mero recuerdo de la increíble noche de sexo que estaba teniendo. Había algo malo en mí, eso era evidente, pero estaba aprendiendo a convivir con ello y ya no me pesaba tanto, simplemente lo dejaba ser.
Volví a serenarme e intenté tomar una actitud seria ante los acontecimientos. Ariel se sentó del otro lado de la cama, frente a mí. Analía quedó acostada en el medio, se había cubierto, de la cintura para abajo, con la sábana; sólo podíamos ver sus grandes y morenas tetas.