Capítulo 16.La Confesión de Mayra.
A veces se producen silencios incómodos, pero este adjetivo se queda corto a la hora de describir la embarazosa quietud que reinaba en la sala. No sólo nadie se atrevía a hablar sino que, al mismo tiempo, intentábamos esquivarnos con la mirada; sin embargo, al ser cinco personas completamente desnudas y excitadas, esto resultaba imposible.
—Disculpen, pero ya no tengo ganas de seguir jugando —dijo mi madre, rompiendo el silencio, mientras se ponía de pie.
Nadie le respondió, sólo vimos cómo caminaba con paso firme, meneando su cadera, hacia el pasillo. Al principio creí que entraría en su dormitorio, ya que estiró la mano hacia el picaporte de su puerta; pero, al parecer, recordó que su cuñada estaba encerrada allí dentro, por lo que continuó caminando hasta el baño. Allí la perdí de vista.
—Siempre hay alguien que arruina todo —dijo Mayra, ofuscada. Se puso de pie estrepitosamente arañando el piso con las patas de la silla, y salió caminando detrás de su madre; pero ella continuó por el pasillo hasta ingresar al dormitorio que compartíamos.
—¿Querés una cerveza Pepe? —le propuso mi tío Alberto a mi padre y éste accedió encantado.
Supe que no era más que una excusa para abandonar la sala, ambos se pusieron su ropa interior y se dirigieron a la cocina, poco tiempo después escuché ruido de botellas. No imaginaba de qué podrían hablar dos hombres adultos luego de haber participado de semejante juego ¿debatirían quién tenía la mejor cola entre las mujeres? Tal vez sólo ignorarían el tema; harían de cuenta que nada de eso ocurrió y charlarían de algún tema irrelevante.
Me quedé sola con mi hermano y mi primo, no podía creer cómo había cambiado todo en tan poco tiempo, a estas alturas yo podría estar siendo penetrada por mi padre, y disfrutando de uno de los momentos más morbosos de mi vida; pero mi maldita tía lo arruinó todo; con su apático discurso le quitó el alma al juego.
Hace unos días mi mamá me encomendó la tarea de convencer a los integrantes de mi familia de volver a participar en el juego. Lo disfruté, pero me dejó agotada física y mentalmente. Ahora no me siento con ánimo ni fuerzas para emprender otra vez esa tarea. No puedo hacerlo sola y mucho menos si tengo la sensación de que algunos miembros de mi familia están enojados conmigo.
Sentada, desnuda y sola frente a Ariel y Erik me sentí como un blanco conejito frente a dos lobos feroces y hambrientos, no quise quedarme allí ni por un segundo más. Sin decir una palabra, me puse de pie y me dirigí hasta mi cuarto. Prefería enfrentarme a la furia de Mayra antes que a dos gruesos penes erectos que soñaban con colarse en mis agujeritos. Si bien la idea no me desagradaba para nada, no quería ser yo la única que continuara actuando como una puta mientras todos los demás habían decidido poner fin a los juegos.
Caminé por el pasillo sin mirar atrás. Podía sentir cómo los ojos de mi hermano y de mi primo se clavaban en mi culo. Debo admitir que dudé al estar parada frente a la puerta de mi dormitorio, imágenes como diapositivas invadieron mi mente, en ellas podía verme tendida en una cama envuelta entre las piernas y los brazos de mi primo y mi hermano, siendo penetrada por uno y succionando ávidamente el pene del otro; pero estas imágenes quedarían sólo en mi imaginación.
Lo primero que vi al abrir la puerta del dormitorio, fue a mi hermana pequeña tendida en su cama con las piernas abiertas, masturbándose frenéticamente; introducía dos dedos de su mano derecha en el dilatado orificio de su pequeña almeja. Su brazo izquierdo cruzaba por debajo de su cuerpo, llegando su mano hasta la cola, tenía el dedo mayor enterrado en su culo y lo movía hacia adentro y hacia afuera a un ritmo que no coordinaba con el de su otra mano. En cuanto abrió los ojos y me vio se sobresaltó y apartó las manos como si se hubiera quemado con algo caliente. La sorpresa no le duró mucho; ya que, en un parpadeo, su expresión pasó a ser de furia, la cual estaba dirigida en su totalidad hacia mí.