Strip Póker en Familia [03].

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Capítulo 3.Pacto Entre Hermanas.

El domingo comenzó a las dos de la tarde, cuando volví a la vida. En mi cabeza tenía un embotellamiento de neuronas, que discutían entre ellas a bocinazos. Algunas pretendían sacarme de la cama, otras imploraban por un ratito más... las peores eran aquellas que parecían quejarse solo porque estaban padeciendo las consecuencias de haber tomado tanto alcohol.

Me levanté solo porque tenía ganas de hacer pis. Caminé hasta el baño como una bella zombie, en tetas y con la concha al aire. Luego de orinar, me metí debajo de la ducha fría. Hacía calor y el agua fresca reactivó un poco mis sentidos... e hizo que los pezones se me pusieran duros.

Me quedé como mil horas bajo la lluvia de la ducha, lidiando con la resaca. Pensaba quedarme a vivir a allí durante el resto de la semana, pero mi queridísimo y troglodita hermano empezó a golpear la puerta al mejor estilo Pedro Picapiedra.

―¡Dale, pendeja! ¡Que yo también me quiero bañar!

Definitivamente tengo que seguir insistiéndole a mi papá de que debe construir un segundo baño para la casa... un baño para los hombres, otro para las mujeres. Al fin y al cabo él es maestro mayor de obras, y mi hermano es albañil ¿Cuánto les puede costar construir un baño pequeño y medianamente decente... para ellos?

Erik no iba a dejar de azotar la puerta, y cada golpe resonaba como un bombo en mi cabeza. Tomé una toalla y sequé un poco mi cuerpo, estaba por cubrirme con ella cuando recordé que, durante toda la noche anterior, Erik tuvo tiempo más que suficiente para ver cada centímetro de mi anatomía femenina. Me pareció una estupidez tomarme la molestia de cubrir mi desnudez.

Salí del baño, con mi disfraz de Eva, y a Erik casi se le salen los ojos cuando me vio las tetas. Me reí de él, en su cara, al mejor estilo Maléfica.

―¿Qué pasa? Ni que nunca hubieras visto un buen par de tetas ―le dije, con socarronería.

Él se quedó mudo, su mirada subió y bajó varias veces, como si estuviera escaneando y memorizando cada rincón de mi cuerpo.

―Erik, si yo me entero que entrás al baño a hacerte una paja pensando en esto ―señalé todo mi cuerpo―, te mato.

―¿Pero qué decís, tarada? ―Saltó como un resorte―. Mirá si me voy a hacer una paja pensando en vos. ¿Quién te creés que sos?

―Entonces, ¿por qué me mirás así? ―Puse los brazos en jarra y sostuve la toalla con una sola mano, no había nada que cubriera mi cuerpo, él podía ver perfectamente mis grandes tetas y mi concha depilada.

―Porque no me imaginé que ibas a salir desnuda del baño. Cada vez que te veo las tetas, te enojás conmigo, como si yo quisiera espiarte para verlas. Y ahora salís en pelotas, sin taparte nada, como si no te importara.

Él es un poco bruto, pero debía reconocer (no en voz alta) que esta vez tenía razón.

―Sinceramente, después del juego de póker de anoche, no me pareció tan importante estar tapándome. Al fin y al cabo, todos los de la familia ya me vieron la concha.

Él esbozó media sonrisa, con picardía. Acto seguido se quitó el bóxer, de un tirón, mostrándome su poronga, la cual colgaba como la trompa de un elefante. Me pareció que estaba a medio camino de una erección. No estoy tan acostumbrada a mirar vergas, como suelo aparentar. Tampoco me imaginé que mi hermano fuera tan descarado como yo. Me tomó sorpresa, y ahora era yo la que estaba en desventaja.

―¿Y vos por qué mirás tanto? ―Preguntó.

Era cierto, yo le estaba mirando la pija directamente. Me quedé asombrada por esas venas que la cruzaban, y por la forma en la que se asomaba el glande. Se la había visto durante la noche anterior, pero verla fuera del contexto del juego, me dejaba completamente descolocada. Pero yo no iba a mostrar debilidad. Recobré la compostura y con total naturalidad le dije:

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